domingo, 28 de abril de 2013

Rita Berté - Hector y Susana


“Formaban un matrimonio de clase media- alta, pero tenían sus desencuentros como cualquier hijo de vecino. En una oportunidad, estuvieron casi un mes sin dirigirse la palabra”

Héctor sintió al cerrarse la puerta de calle, un cachetazo que le dolió por mucho tiempo. No pudo soportar que Susana no le dirigiera la palabra durante un mes y fue en busca del lugar donde se sentía cobijado de pequeño, su primer cuarto en la venida a menos y deshabitada casa paterna. Las paredes tenían aún marcados los tenues trazos realizados, que solo él podía descifrar, cual jeroglífico egipcio.
Retrocedió en la línea del tiempo, volvió a ser niño. Esas marcas le infundieron contención. De golpe sintió un extraño ruido en el patio, se asomó al ventanuco de la aldaba. Se sorprendió ver el desolador paisaje que le ofrecía el jardín invadido por desordenados arbustos y el pavimento cubierto de añejas capas de polvo.
Una extraña sombra se despegó de las paredes y se proyectó en sus pupilas, ¡Pero si era don Segundo Morales, el viejo vecino!  ¿Qué andaba haciendo a esas horas en el patio de la casa?
Esa figura traspuso paredes, entró y salió de ellas por arte de magia. Héctor pensó ¿estaré  soñando? Miró nuevamente hacia el exterior, la figura se escabullía aprovechando las tinieblas nocturnas y se dio cuenta de que estaba viviendo una pesadilla. El terror lo paralizó, pensó que hacer  ¿Y si llamaba a Susana, con el celular? ¿Le atendería? y ¿Si bajaba las escaleras o cerraba la ventana? Se dio cuenta que sus extremidades inferiores  comenzaban a mojarse.
Luego sintió un fuerte golpe en la espalda, cayó tendido en el piso, se dio cuenta que un hilo de sangre corría por sus labios, se incorporó, no vio nada, oscuridad total, pensó ¿Me habré quedado dormido? ¿Durante cuánto tiempo? No lo sabía. La novedad fue que a su lado apareció sentado don Segundo Morales, lo miraba fijamente sin hablarle, acariciando su cabeza como cuando era un pibe.
Se estremeció,  sintió su cuerpo entumecido, sus pies pisaron y desparramaron papeles, encendió la linterna que siempre lo acompañaba en este tipo de aventuras: era una carpeta conteniendo artículos de diarios de 50 años atrás, contaban la historia de su vecino que se había ahorcado bajo el frondoso olmo, aún allí gallardamente erguido. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que seguía solo en la habitación.

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