Por
tantas guerras perdidas, el pueblo se había quedado sin hombres.
El
género masculino se lo veía en los pocos niños sobrevivientes.
Para
encarar el nuevo camino hacia la libertad, deberían sumar una
cantidad de guerreros que les permitieran ganar la gran guerra, la
última… la única.
Inútil
fue intentar captar adictos a la Causa y los mercenarios no eran de
fiar.
Al
carecer de recursos, el misticismo fue ganando espacio. Consejeros,
brujos y sanadores.
La
más escuchada por lo centenaria y memoriosa fue Mamá Ohjú. Decía
tener la fórmula, poder heredado de sufrientes antepasados.
Su
arenga triunfalista pronto se devaluó al conocerse el alto costo
para el éxito: la muerte.
Este
hecho dio relieve al temple de esas mujeres que, obedientes,
aceptaron el desafío.
Mamá
Ohjú y Nona Lag, su madre – se le estimaba una segunda vida- partieron con rumbo decidido sólo por las dos ancianas, detrás: la
legión de mujeres con edad para fecundar. Cientos de ellas.
Detuvieron
sus carretas en formación circular cerca del bosque indicado. Allí,
cada una adornó su espacio con el símbolo del “Hacedor de las
Nueve Lunas”. El Rito nocturno sirvió para que el hechizo se
encarnase en ellas.
Bajo
ese influjo bajaron hasta la ciudad de Zawi. Dispersas, se dedicaron
a la conquista de hombres jóvenes y fuertes.
A
la mañana siguiente, Mamá Ohjú y Nona Lag eficientemente hacían
su labor.
Abriendo
el cuerpo sin vida de cada heroína y rescatando a su hijo.
Desde
la vagina los hombres habían sido succionados por el útero hacia
el vientre. Meta final de sus involutivos Seres.
Debieron
aguardar dieciocho años.
Bien
alimentados y adiestrados hasta el momento de la Gran Batalla. El
ejército de Las Nueve Lunas, logró al fin su independencia.
A
este relato, oído por varias generaciones, es posible que se le
halle lo que es común en toda leyenda. Exageración.
En
la ciudad de Zawi por ejemplo: es leyenda el hecho encriptado, nunca
resuelto, de la desaparición abrupta de cientos de hombres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario