Sí,
se fue. El cuatro a cero a los treinta y cinco minutos del segundo
tiempo era un tanteador imposible de remontar.
Una
pequeñísima luz asomó por la ventana del anhelo.
¡Penal!
Él ya había descendido hasta la primera bandeja estaba en el baño. Con
la mini radio en el bolsillo y la fontopia en el oído izquierdo
seguía las contingencias. Así supo que lo patearía Salgueiro. No
había bajado la cremallera de entre sus piernas, la espectativa lo
dominaba mientras el esfinter reclamaba urgentemente por
incontinencia.
¡Goool...
! La ovación, el vibrar del cemento sepultó la voz del relator.
Cuado gritó relajó el esfinter. A pesar de la destreza para
desenfundar no pudo evitar sentirse incipientemente orinado. Algo
tuvo que ver el cable del auricular en medio de la acción.
El
cuatro a uno faltando diez minutos más el descuento, mantuvo el
pesimismo que lo empujó hacia la calle. Los gritos alentadores de la
parcialidad visitante con ¡Olee... ! Aumentaba su resignación,
además... ése frío entre las piernas.
Rumbo
hacia la parada del ómnibus cruzando la avenida: en el medio de
ella, estalla en los oídos la voz estentórea del relator ¡Goool!
Al tiempo que un coro de voces no provenientes desde el estadio, le
hacían de fondo al chirriar de los frenos del camión a sólo
cincuenta centímetros de su humanidad. Entre puteadas del chofer
corrió hasta la vereda.
Cuatro
a dos. Esta ves fue Maldonado quien no perdonó a una defensa
confiada y sobradora. Se hacía posible el milagro pero el pesimismo
no se rendía.
El
comentarista desde su asombro, alentaba la reacción de un equipo
casi sentenciado.
En
la Parada del 98: esperaba y desesperaba. A siete minutos de
desenlace, el relator advierte que el gato Pereyra tomó la pelota
con peligro de gol: que nadie lo sale a marcar: dice que el arquero
está adelantado y el Gato se dió cuenta: que sacó una bolea
impresionante... la pelota vuela... el guardavalla la ve pasar, que
va directa hacia el arco ¡ Ta... ta... ta... gooool! Y cuatro a
tres.
Él
subió al Colectivo como queriendo huir. Calculó que estarían en
tiempo de descuento. Apagó la radio. El chofer hacía que se escuche
la cumbia hasta en Colombia.
Al
bajar se miró la zona de la bragueta aún húmeda. No necesitaba
encender la radio, algo más que una expresión de deseo le latía en
las sienes. Supo que la actitud cobarde de no hacer “el aguante”
lo descalificaba como hincha.
Que
si su equipo hubiese salido perdidoso o sacara un punto, eso no era
lo relevante.
Hoy:
¡ él no aguantó y se fue!
No
le sorprendió, es más, no le importó que al llegar a su casa, le
preguntaran el por qué del regreso tempranero.
Soportó
con vergüenza el resultado final.
En
la página deportiva del lunes, durante el reportaje al chino García,
autor del empate milagroso, sintió que irónicamente se lo había
dedicado a él.
Al
domingo siguiente perdieron seis a uno.
Se
incorporó. Al irse, la tribuna quedó vacía.
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