Ana no duerme... piensa demasiado y no deja ningún resquicio posible, se desliza envuelta en intrigas familiares, no tiene tiempo siquiera para que su mente repose.
El sueño del guerrero no le llega, mira, observa, medita y actúa. Desde muy joven, se exacerba en ella esa actitud obsesiva, enfermiza de ansias de superación, de elevarse cual pandorga en el cielo y desde allí manejar los hilos invisibles de su actuación diaria, adentrándose por los intrincados laberintos y vericuetos de las vivencias.
Un buen día decide alejarse e irse a vivir en la soledad paisajística del árido Oeste, donde ni siquiera la ausencia de humedad, modifica su elasticidad mental.
Alquila una propiedad alejada del bullicio diario, dónde encerrada y adormecida, abraza a su conciencia, se desatan en ella emociones tan profundas, como el simple acto de extraer agua del brocal de la casa.
Ana no duerme lo que debe... sigue pensativa no decide cambiar y a pesar de ello se golpea el pecho en acto de contrición, por más que se quede junto a su soledad, tarde o temprano va a ser visualizada y llegará la hora de la justicia. Tendrá que pagar el costo de haber decidido poner fin a la vida de su amada amiga...
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