Bajo un centenario nogal, dos
hippies casi tan añosos como el árbol, con sendas panzas cerveceras, trenzan
pulseritas de colores. Al lado, una pila desprolija de musculosas y remeras
estampadas con imágenes de artistas otrora famosos. Conjuntos y solistas que
cada tanto desempolvan sus apolillados instrumentos y, en un emocionado
“revival” se encuentran después de no haberse visto las caras por más de
cuarenta años. Pero siempre hay un público que los sigue y no se conforma con
evocarlos a través de un aparato generoso que, los remonta a sus épocas de oro.
El secreto de esa época radicaba
en que cada acorde era nuevo y revelador, sorprendiendo a los sentidos al tocar
las fibras más íntimas de nuestra esencia. La revelación era parte esencial del
crecimiento. ¡Todo era tan natural! Pasado el tiempo, al querer revivir con
nostalgia (siempre se tienen veinte años en un rincón del corazón) se nota, no
sin cierta desilusión, que nos empecinamos en ignorar que lo que en su momento
fue miel para los oídos, ahora suena con voz metálica, chirriona y más aguda de
lo que la recordábamos. Tal es el entusiasmo por volver el tiempo atrás que
creemos reconocer en esas cintas en blanco y negro (generalmente bajadas de You
tube) pantalones Oxford a mil rayas naranjas, amarillas y verdes, camisas de
solapa ancha bordadas color te y distintos tonos de violetas fundiéndose en
espirales psicodélicos.
Ya no es el encanto de la verdad
revelada en bandas sonoras, sino la ilusión de querer revivir en la nostalgia
sensaciones únicas e irrepetibles. Pero, como Heráclito supo discernir “Nadie
puede bañarse dos veces en el mismo río”. No contentos con eso, esperamos
verlos otra vez “en concierto”, como si
esas caras apergaminadas, manos callosas, melenas pajizas y voces cascadas, que
hace décadas olvidaron su repertorio en el desván, nos pudieran transportar a
la fuente de la eterna juventud.
Volviendo a la plaza y haciendo
un paneo con la mirada, se pueden descubrir otras escenas tan curiosas como la
anterior. Una hermana latinoamericana con su guagüita convenientemente dormida
a toda hora del día, ofrece un escaparate donde los corpiños alternan con
cabezas de ajo y bolsitas de orégano. Demostrándonos con su sabiduría ancestral
que el erotismo y la gastronomía son dos armas poderosas a la hora de la
seducción, siendo una dupla indisoluble e indispensable.
Como en la plaza cada quien
atiende su juego, a los inspectores de tránsito les importa un rábano cuando un
grupo de motoqueros se instalan a exhibir sus tuneadas y cromadas máquinas arruinando
el césped, tomando cerveza a codo alzado, mientras enseñan desnudos y tatuados bíceps y demás músculos
del brazo. Los agentes del orden están, cual aves rapaces al acecho y Walkie Tallckie
en mano, prestos a acarrear vehículos mal estacionados, por más que el
infractor cruce corriendo del kiosco de enfrente haciendo señas como el penado
catorce y diciendo “ya me voy, ya me voy”. A esta altura lo único que le queda
es treparse de un salto mientras la grúa
pone el vehículo en dos ruedas y gritar
“¡Esto es un secuestro!”.
Mamás y papás con niñitos de
jardín, a juzgar por sus pintorcitos a cuadrillé, abriéndose paso entre un
grupo de adolescentes con mochilas que disimuladamente comparten un porro.
Señoras pitucas tomadas “de
bracete”, a quienes el humo de la marihuana se les cuela por el batido, ajenas
a todo lo que las rodea, convencidas de que están viviendo tiempo de descuento.
Ellas, al contrario que los rockeros, no necesitan revivir el pasado en el que,
por supuesto, todo era mejor, ya que lo tienen petrificado en sus peinados con
spray y sus blusas de yabot tiesos por
el almidón.
Por suerte en la plaza también
hay parejas de enamorados, sentadas a horcajadas en los bancos, tomados de las
manos y comiéndose con las miradas. Entre susurros y mohines se besan, se
acarician, se vuelven a besar. Besos en presente, besos de aquí y ahora. Besos
de no me importa quién sos ni a dónde vas, en todo caso te acompaño y vamos
juntos.
Mientras existan estos besos de
enamorados solo por hoy, en la plaza y en la vida siempre habrá un mañana.

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