viernes, 22 de febrero de 2013

Margarita Rodríguez - Un examen de rutina




-¡Qué hacés boluda…!!!

Ana María saltó de la cama al oír el despertador.
Tomó una ducha rápida antes que se despierte el resto de la familia. Ese lunes iba a estar muy atareada.
Durante el fin de semana, con Mario habían decidido prescindir de la empleada. Últimamente las ventas no andaban bien en la perfumería y el alquiler en la peatonal era bastante caro, por lo que ella le propuso a su esposo ayudarlo. Por la mañana se ocuparía de la casa y de los chicos y por la tarde atendería el negocio. Como tantas otras veces, se las arreglarían para salir adelante.
Esa mañana acompañó a Lautaro al colegio. La maestra la había citado porque notó que el chico no atendía en clase, cosa rara en él. Siempre fue un buen alumno, aunque quinto grado no era fácil.
Le preguntó si había problemas en casa y ella le explicó que posiblemente su distracción obedecía a que se vio en la necesidad de internar a su madre transitoriamente en un hogar para la tercera edad. Lautaro era muy apegado a su abuela, pero al enviudar ésta, su salud se deterioró y concluyó en un accidente cerebro vascular. Toda la familia se vio consternada por esta situación. Al vender la casa paterna, el hermano de Ana María tomó su parte y también tomó distancia. La llevó a vivir con ella, pero el dinero se iba todo en el cuidado de la anciana.
Lautaro y su hermana se peleaban mucho. Melisa comenzaba a tener rebeldías propias de la edad. A los 14 años, ya no le tenía tanta paciencia a su hermano.
Luego de hablar con la maestra se dirigió a la institución donde estaba internada su madre, a quien visitaba a diario, para hablar con el director. Estaba preocupada porque no notaba mejoría.
Al salir de allí aprovechó para retirar sus estudios ginecológicos del centro de diagnóstico que estaba a pocas cuadras. Eran estudios de control que, como todos los años, debía entregárselos a la doctora D’Andrea. Hacerse estos chequeos la dejaba más tranquila.
 Cuando salió a la calle abrió el sobre para espiar los resultados. Sin embargo no leyó lo que esperaba, algo había cambiado. En el informe decía  clase 3. Entendía lo que eso significaba.



 El mundo se vino abajo para ella, empezó a caminar como una autómata abstraída en sus pensamientos. ¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora? Nunca se había sentido imprescindible pero sabía cuánto la necesitaban todos y cada uno de los miembros de su familia.
Los bocinazos y ese insulto propinado con toda la furia por el chofer del camión que pasó casi rozándola la hicieron reaccionar. Paralizada por el pánico se encontró, parada en el medio de la avenida, con los vehículos pasando a alta velocidad hacia ambos lados.

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