Ana María saltó de la cama al oír el despertador.
Tomó una ducha rápida antes que
se despierte el resto de la familia. Ese lunes iba a estar muy atareada.
Durante el fin de semana, con
Mario habían decidido prescindir de la empleada. Últimamente las ventas no
andaban bien en la perfumería y el alquiler en la peatonal era bastante caro,
por lo que ella le propuso a su esposo ayudarlo. Por la mañana se ocuparía de
la casa y de los chicos y por la tarde atendería el negocio. Como tantas otras
veces, se las arreglarían para salir adelante.
Esa mañana acompañó a Lautaro al
colegio. La maestra la había citado porque notó que el chico no atendía en
clase, cosa rara en él. Siempre fue un buen alumno, aunque quinto grado no era fácil.
Le preguntó si había problemas en
casa y ella le explicó que posiblemente su distracción obedecía a que se vio en
la necesidad de internar a su madre transitoriamente en un hogar para la
tercera edad. Lautaro era muy apegado a su abuela, pero al enviudar ésta, su
salud se deterioró y concluyó en un accidente cerebro vascular. Toda la familia
se vio consternada por esta situación. Al vender la casa paterna, el hermano de
Ana María tomó su parte y también tomó distancia. La llevó a vivir con ella,
pero el dinero se iba todo en el cuidado de la anciana.
Lautaro y su hermana se peleaban
mucho. Melisa comenzaba a tener rebeldías propias de la edad. A los 14 años, ya
no le tenía tanta paciencia a su hermano.
Luego de hablar con la maestra se
dirigió a la institución donde estaba internada su madre, a quien visitaba a
diario, para hablar con el director. Estaba preocupada porque no notaba
mejoría.
Al salir de allí aprovechó para
retirar sus estudios ginecológicos del centro de diagnóstico que estaba a pocas
cuadras. Eran estudios de control que, como todos los años, debía entregárselos
a la doctora D’Andrea. Hacerse estos chequeos la dejaba más tranquila.
Cuando salió a la calle abrió el sobre para
espiar los resultados. Sin embargo no leyó lo que esperaba, algo había
cambiado. En el informe decía clase 3. Entendía
lo que eso significaba.
El mundo se vino abajo para ella, empezó a
caminar como una autómata abstraída en sus pensamientos. ¿Por qué a mí? ¿Por
qué ahora? Nunca se había sentido imprescindible pero sabía cuánto la
necesitaban todos y cada uno de los miembros de su familia.
Los bocinazos y ese insulto
propinado con toda la furia por el chofer del camión que pasó casi rozándola la
hicieron reaccionar. Paralizada por el pánico se encontró, parada en el medio de
la avenida, con los vehículos pasando a alta velocidad hacia ambos lados.

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