jueves, 14 de febrero de 2013

Raquel Mizrahi - Me quiere, no me quiere...




Nuestra relación fue siempre como un teléfono descompuesto: cuando yo sentía que juntos habíamos alcanzado la felicidad, Amelia se encargaba de matarme la ilusión. Empezaba con eso de que no debíamos conformarnos, que la monotonía desgastaba el amor, que cada uno tenía que enfocarse en su propia realización para estar en condiciones de darse al otro, y no se cuántas cosas por el estilo. Tanto insistía, que al final terminaba convenciéndome de que lo mejor era tomar distancia por algún tiempo.
Pero al cabo de unas semanas, ella misma iniciaba la operación retorno y yo, como siempre, la recibía con los brazos abiertos.

Después de un año de inusual estabilidad, cuando ya creía despejados para siempre los nubarrones en nuestro firmamento, me dijo sin anestesia que se iba para Córdoba.
Yo la miraba desde la cama, me había cansado de rogarle que no se fuera. Pensé que sería una recaída pasajera y que un par de caricias iban a bastar para hacerla cambiar de parecer. Pero me di cuenta de que la cosa iba en serio cuando dio la vuelta completa al cierre de la valija y le puso llave al candado.

Pasé un mes sin noticias de ella, hasta hoy. Al atender el teléfono tardé en reconocerle la voz ¿estaría lloviendo o eran ruidos de la línea? Con palabras entrecortadas me avisó que en dos días volvía para Buenos Aires y necesitaba verme. No sé si me dijo te quiero o ya no te quiero, porque después se cortó la comunicación. Quedé intrigado.
Ahora lo estoy analizando seriamente con la almohada, que es la mejor consejera.
La verdad, necesito poner fin a estas idas y vueltas, porque todo tiene un límite. Está bien que uno se sienta con vitalidad, pero las hojas del calendario vuelan aunque miremos para otro lado. Y ya los dos cumplimos 80 años.


                                                                                                                  

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