Francesca pasó ocho años en un internado de monjas que le dejó sensaciones de insatisfacción, no logró cubrir expectativas de una cercana salida laboral. Por lo tanto no le quedó otra alternativa que desertar de la escuela media, volver a la casa, donde ayudaría en la atención del negocio familiar.
Cada vez que Giuseppe vecino del barrio entraba a comprar tabaco, Francesca quedaba envuelta en una actitud contradictoria, cierta dulzura y enamoramiento la ruborizaba, su corazón comenzaba a latir agitadamente, pero por otro lado una carrera de amargura le advertía que se acercaba decididamente el día en que abandonaría el hogar materno.
Y llegó el momento en que Francesca y Giuseppe se casaron, se fueron de luna de miel recorriendo durante un mes los emblemáticos sitios turísticos de Italia, pero también llegaron los primeros nubarrones de discordia.
Giuseppe decidió emigrar a Argentina, le habían informado sobre ese país de amplias libertades laborales, bienestar y movimientos, donde los hijos podrían estudiar gratis hasta completar la Universidad. Y a pesar de la oposición de Francesca sacó pasaje y se embarcó a probar suerte.
Al año llama a su mujer e hijos. Francesca y los niños desembarcan con escasas pertenencias y el resto después de tramitar el retiro en la aduana.
Toman el tren hacia Mendoza, la llanura los va recibiendo paso a paso tendiéndoles una tierna alfombra verdosa, Francesca primero ve desaparecer el mar, luego el gran río de La Plata y cuando se agota por un viaje tan lejano, sus retinas descubren la presencia de altísimas montañas.
Francesca se conforma vivir rodeada de un frondoso parque de robles y una nostalgia terrible por el azul de su mar natal. Se siente trasplantada a un paisaje donde a su piel le faltaba ese agradable sabor a sal con solo chupar sus brazos, formando una simbiosis mar- sal-Francesca.
Cada vez que en su adolescencia salía a caminar a lo largo de la Marina Garibaldi, una ansiedad se apoderaba de ella ¿Será que siempre tendré al alcance de mis ojos esta espuma jadeante golpeando contra las rocas, escuchar el sonido de las aves migratorias, cuando bajan en búsqueda de alimento?
Francesca mientras vivía en Mendoza para bajar los decibeles de ansiedad, se encerraba en la sala pintada de azul mar para leer, en su sillón preferido tapizado de terciopelo verde, traído allende los mares. Mientras Giuseppe completaba algún trabajito de carpintería, encolando sillas, mesitas o algún portarretratos en la cabaña que actuaba de galpón, construida en el monte y donde guardaban los viejos recuerdos. Giuseppe estaba tan ensimismado recorriendo momentos vividos, que no prestó atención que avanzaban las horas.
Francesca preocupada fue en busca de su esposo, lo encontró apretando contra su pecho la foto del día del matrimonio, aún sonreía, parecía feliz, cuando lo sorprendió el fin de sus días, acunándose en otro sillón de terciopelo verde, donde tantas veces Francesca amamantó a los críos.
23-01-13
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