jueves, 7 de febrero de 2013

Margarita Rodríguez - Necesito un ávatar




Cuando Cristina miró el reloj de la pared del comedor  sintió que el corazón le daba un vuelco. Faltaban siete minutos para las seis de la tarde y aún seguía sin arreglarse. Subió corriendo la escalera lo que le recordó que ya no tenía la vitalidad de antes, aunque siempre mantuvo una férrea voluntad para creer y seguir sus sueños. En este día tan especial, las emociones estaban a flor de piel. ¡Tantas cosas había conseguido con lágrimas y sacrificios! Una hermosa familia, una casa confortable, siempre fue el sostén de los que amaba y no dudaba en postergar otros anhelos  en pos de ese amor y se sentía ampliamente retribuida. Tanta dedicación merecía un premio. Por eso, esta vez, decidió celebrar su cumpleaños número cincuenta con una gran fiesta.
Claro que no pensó en los esfuerzos que demandarían los preparativos y se sentía insegura, fueron días de muchas corridas, pero ya era tarde para echarse atrás. Las invitaciones habían sido cursadas y en tres horas tendría la casa llena de gente, algunos que no veía desde hacía mucho tiempo.
“¡Necesito un avatar! suspiró, “alguien que haga las cosas por mí, con mi propia cabeza mientras mi cuerpo descansa”, recordando una película que había visto anteriormente. Esa idea le gustaba y fantaseaba con ella desde hacía un tiempo, como solución a sus múltiples actividades. Entró al baño y se apoyó contra la puerta para recuperar el aliento.
Casi todo estaba listo: la decoración de la casa para el evento, que ella misma ideó,  ayudada por su hermana Claudia. El jardín había sido prolijamente dispuesto como parte de la recepción, esperando contar con el buen clima que para esa semana  estaba pronosticado. Del catering, que estaba por llegar de un momento a otro, se ocuparían Aldo, el esposo,  y sus hijos Franca y Dante.
Casi todo listo, faltaba ella. Había elegido para la ocasión un sencillo vestido negro, color que la salvó en muchas ocasiones y que además le sentaba bien. Decidió acompañarlo con el anillo que le regaló Aldo y unos discretos aros haciendo juego. Nunca fue muy afecta a las alhajas, solía decir en broma  “la joya soy yo”, pero esa noche sentía que le faltaba brillo, producto del cansancio.
_” ¡Quién me mandó meterme en esto!” se preguntaba frente al espejo, en tanto el cristal le devolvía una imagen demacrada y ojerosa. Por la mañana concurrió al salón de belleza para darle color al cabello, hacer una limpieza de cutis y arreglar sus manos. Inquieta por naturaleza, desistió de la idea de internarse en un spa como le había sugerido Claudia, apoyada por los demás integrantes de la familia, y aparecer radiante cuando todo estuviera listo. La pasión que ponía en los proyectos a menudo hacía que se olvidara de su propia persona, y este no fue diferente.
Confió en que por un buen rato podrían arreglárselas sin ella y comenzó a prepararse para un  baño de inmersión. Tres veces  golpearon la puerta: La primera vez fue Aldo para decirle que la vajilla que acababan de traer no era la que habían pedido; la segunda, su hijo para preguntarle  dónde le gustaría poner los regalos, la tercera necesitaba imperiosamente de su presencia: era un llamado de larga distancia, una amiga de la infancia que residía en España para saludarla. Pensó que no debía hacerla esperar y pidió a su hermana que la atendiera unos minutos mientras se secaba. Se colocó rápidamente la bata y bajó descalza, en el apuro tropezó con un escalón. Sin darle importancia al golpe atendió el llamado. Luego volvió cojeando al baño, pero no le prestó atención al dolor. Los minutos corrían, le quedaba poco tiempo. Y entró en pánico.
_ ¡No vas a aflojar ahora! Hace tiempo que estás preparándote para este momento, es tu noche especial. ¡No me defraudes! Se miró al espejo mientras meditaba: “ ¡Todo lo que me queda por hacer! Tampoco sé si quiero que venga toda esa gente…”
_ Si, ya sé, preferirías conformarte con una reunión familiar como todos los años, dónde el centro de atención es cualquier cosa menos vos. Siempre corriendo de acá para allá, atendiendo a todo el mundo, después, cuando se van, te quedás limpiando y lavando trastos.
Cristina no había despegado los labios y la imagen, su imagen le estaba hablando. Se lavó la cara y secó lentamente, mientras trataba de convencerse de que el stress le estaba jugando una mala pasada. Pero la imagen seguía, sin la bata y vestida como se había soñado a sí misma en los últimos días: fresca, reluciente, además emanaba un aura especial, imposible quitar la vista de ella. Seguía sin poder emitir palabra. L a imagen prosiguió hablando:
_ No te sorprendas, aunque te parezca una impostora, no lo soy. Eso mismo estás pensando en este momento. Te encantaría saber las cosas que podemos hacer juntas. Estoy lista para recibir a toda esa gente y disfrutar de nuestra noche junto a las personas que amamos. Pediste un ávatar y al invocarme acá estoy. También te merecés disfrutar de las cosas que hubieras podido hacer y que en el proceso de elecciones en tu vida, dejaste a un lado. Esas experiencias te acompañaron siempre, como una sombra, aunque no las notaras. Te propongo que hoy las vuelvas realidad, yo las vivencié y te aseguro que están llenas de logros maravillosos. Tus recuerdos son mis recuerdos y viceversa. La condición es atravesar el cristal, única barrera que nos separa y que vos misma colocaste. Pensá en eso y yo te voy a guiar.
Cristina  miró en los ojos de su reflejo y comenzó a notar como la lámina vítrea se difuminaba hasta desaparecer, lentamente se fue acercando al borde del anaquel, cerró los ojos y se acercó un poco más; percibió que estaba hueco, como si fuera una pequeña ventana. Un aire fresco provenía de allí y también podía sentir un leve murmullo. Lo traspasó casi sin pensar.
En el salón su familia recibía a los primeros invitados. Parada en lo alto de la escalera una Cristina resplandeciente observaba con su mejor sonrisa los movimientos de la planta baja: mesas y sillas estaban vestidas en color malva, con candelabros y centros de flores blancas. Al verla Aldo, visiblemente nervioso, le dijo:
_ ¡Ahí estás! Quedó extasiado al pie de la escalera, contemplando la estampa de su mujer, quien glamorosa  desandaba los peldaños hasta tomarlo de la mano, lo besó  levemente en los labios y emocionada le expresó su agradecimiento por tantos años de dicha. Juntos caminaron hasta el centro del salón. Cristina le había pedido a Dante que se ocupara de la música y, en ese momento comenzó a sonar Close to you.
Al principio sintió frío, todo estaba en total oscuridad. Otra vez pensó: “Cómo me metí en esto” cuando una niebla rosada se apoderó del ambiente,  oyó una tenue música y caminó  hacia ella. De pronto, tenía quince años, llevaba puesto un vestido rosa de organza con falda plato, sandalias blancas y el cabello recogido hacia un lado con una camelia. Bailaba con su padre un vals. El mismo que había fallecido cuando ella tenía doce.
_   Estoy tan feliz de tenerte entre mis brazos, ahora que sos casi una mujer, ¡Cómo has crecido! Era tal cual ella lo recordaba: alto, con incipientes canas en las patillas y el bigote, jovial y de mirada franca.
_ Papá, cuanto te extrañé. Como necesité tu abrazo el día de mi cumpleaños.
_ Siempre estuve y estaré para vos.
Una vibración en el aire comenzó a diluir formas y siluetas. Esta vez apareció una niebla azul y empezó a sonar una melodía que creyó reconocer, aunque no la recordaba bien ya que hacía décadas que no la escuchaba:, pero recordaba el título de la canción: era “just my imagination y la invadió un recuerdo. Corrió hacia el lugar de donde provenía el sonido, convencida de que esta vez llegaría a tiempo. Entró corriendo al bar, vio a Rafael escribiendo sobre un papel en una de las últimas mesas y se acercó. Dejó el bolso de cuero sobre esta, se quitó el gamulán que la estaba asfixiando por la corrida y con el aliento que le quedaba dijo:
_ ¡Llegué a tiempo, emocionada y con lágrimas en los ojos, pude llegar a tiempo!
_ Escuché en la radio qué la facultad estaba tomada, pensé que no íbamos a poder despedirnos y por eso te estaba escribiendo estas líneas. El avión sale en una hora, te esperé todo lo que pude. Gracias a dios que llegaste, te arriesgaste  mucho al hacerlo y te lo agradezco. No me queda otra que seguirlos. Papá tiene contactos en España que le aseguraron un trabajo. Pero yo voy a volver, esperame. Con la voz quebrada por el llanto, Rafael se estaba despidiendo de su novia.
Otra vez la vibración y una bruma  anaranjada los fue envolviendo. En el laboratorio de la facultad, Cristina de impecable guardapolvo blanco, está absorta en el microscopio viendo el desarrollo de unas muestras que había dejado el día anterior. Preparaba su tesis doctoral. Rafael no volvió, pero ella siguió adelante poniendo toda su energía en la carrera de bioquímica. El doctor Rupelztein, profesor de la cátedra de biología y mentor de su tesis, se acercaba con una sonrisa de satisfacción:
_ Hay dos puestos a cubrir en el CONICET, y están convocando aspirantes para las pasantías. Contá con mi recomendación si te interesa dar el gran salto. Como van las cosas ya podés ir pensando en postularte.
Cristina no recordaba haber concluido su carrera. Había abandonado la facultad en cuarto año cuando quedó embarazada de Dante. Su entorno se esfumó rápidamente y la envolvió una niebla verde que la depositó debajo de unos árboles junto a un lago de aguas calma. Estaba extenuada y sorprendida a la vez. La experiencia que estaba viviendo la conmocionaba a medida que tomaba conciencia de los posibles rumbos de su vida. Algo en lo que nunca había pensado, hasta ese momento.
 Se tomó el tobillo con ambas manos, lo tenía hinchado y le dolía. Extendió la pierna y puso el pie en el agua, sintió una grata sensación de alivio, se quitó la bata de toalla y lentamente se introdujo en el lago. Dejó su cuerpo flotar mientras las imágenes de lo recientemente experimentado acudían a su mente. Cuando se sintió en paz consigo misma deseó retornar al refugio de su hogar, pero no sabía cómo hacerlo. Recordó lo que le dijo su avatar y la invocó.
Despertó en su cama, Aldo dormía plácidamente a su lado. El vestido negro estaba en el suelo junto a los zapatos, los aros y el anillo sobre la mesa de luz. Acarició muy despacio a su marido para no despertarlo. “fue una noche inolvidable, pensó, todo salió de maravillas”. Se deslizó entre las sábanas y fue al desván. Buscó un cofre y lo abrió. Allí guardaba fotos, postales y cartas viejas. Extrajo un papel amarillento por el paso de los años y leyó: “Te esperé todo lo que pude, el avión parte en una hora y mis padres están esperándome en el auto. ¡Cómo me gustaría verte antes de viajar!  Imagino lo complicado que debe ser para vos llegar, espero que no imposible. Está todo muy convulsionado, no juzgo  a mis padres por querer irse, yo quisiera quedarme con vos. Por eso te dejo estas líneas, qué te entregará el dueño del bar. Con todo el dolor del mundo me voy sin haberte visto. Esperame, te amo, Rafael.” Estrujó el papel y lo colocó en el cesto de residuos, estaba segura de que ya no necesitaba guardarlo más.
Desde ese día, cuando se siente agobiada, se para frente al espejo del baño y cierra los ojos.

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