miércoles, 6 de febrero de 2013

Silvia F. Salgado - La rosa y el piano


                                                                                                          Basado en “La muerte y la brújula” de Jorge Luis Borges



            Todo había comenzado en la gran casona de la quinta de Triste Le Roy. Ella se imponía por sí misma: su arquitectura barroca, la perfecta simetría de sus formas, balcones y ventanas, sus jardines laberínticos y un mirador rectangular. Fue allí, hace veinticinco años, en un atardecer, mientras los desfallecientes rayos solares penetraban los losanges de los vitrales en rojizas y amarillentas tonalidades, donde Norberto Wainstein brindó su último acorde. Fue encontrado muerto, apuñalado en la espalda, cuando tocaba el piano. Lo acompañaba una rosa roja y un sobre sentenciando “La vieja melodía agoniza”.
            Los espejos circundantes reflejaban la escena como preludio de los posteriores acontecimientos.
            Dos décadas y media después el inspector Vinci se halló ante idéntico escenario: otro reconocido pianista, Tobías Cejas, fue asesinado en su casa mientras tocaba el piano. Una rosa roja y un sobre con las siguientes líneas: “La vieja melodía agoniza” yacían junto a la víctima.
            Con tan sólo diez días de diferencia Vinci se encuentra ante la misma situación.
            Un renombrado concertista es encontrado muerto en su departamento, apuñalado por la espalda. Su nombre era Eusebio Elián. Una rosa roja y un sobre conteniendo las palabras “La vieja melodía agoniza” lo acompañan.
            El cerebral y reflexivo inspector Vinci, en el marco de su investigación, comienza a buscar un hilo conductor.
            Recuerda un viejo caso de su colega Lönnrot, ahora fallecido. Hablamos del crimen de Norberto Wainstein, quien fue asesinado en circunstancias similares por Jeremías Galván. Éste último fue un concertista aspirante al Conservatorio Nacional. Sus intentos por ingresar a dicha institución siempre resultaron fallidos por la nefasta crítica de la junta calificadora, de la cual formaba parte el maestro Wainstein.
            Vinci piensa que esta serie de crímenes conforma una suerte de juego especular, y se pregunta qué los une. Jeremías Galván murió cumpliendo su condena gracias a la labor de Lönnrot.
            Vinci se interroga por los canales comunicantes de estos homicidios y por la aparición de un mismo modus operandi con veinticinco años de diferencia.
            El inspector reflexiona: “Tres crímenes idénticos, simétricos, semejando un laberinto de espejos. El victimario de antaño ya muerto. Las tres víctimas habían integrado la junta calificadora del Conservatorio Nacional. Comenzaron así a entrelazarse los hilos del caso. Vinci indaga a alumnos, exalumnos, profesores, ex profesores, directivos y aspirantes.
            Vinci, en su interior, presiente la necesidad de acudir a la escena del crimen originario.
            La colosal mansión lo hipnotizó. Era una obra de arte, una escultura perfectamente simétrica. Su interior era fascinante: antigüedades y esculturas por doquier, lámparas, arañas, mármoles, y gigantescas bibliotecas.
            El inspector se sintió extrapolado hacia tiempos pretéritos, cuando de pronto escucha el sonido de un piano que procede del mirador. Sube las escaleras, las puertas están abiertas, y encuentra a un joven ejecutando el citado instrumento. Inmediatamente recibe un golpe en su cabeza, se desploma y pierde el conocimiento. Al despertar se encuentra amordazado y atado a un sillón.
            El joven se dirige a Vinci:
-          Permítame presentarme, estimado inspector. Mi nombre es Matías Rosenthal, o mejor dicho, así me llaman. Yo soy Matías Galván, el primogénito de Jeremías Galván. ¿Lo recuerda? Sí, mi madre me dio su apellido para que yo no llevara el paterno, porque fue mancillado por tres mediocres mequetrefes: Wainstein, Tobías Cejas y Eusebio Elián. Antaño ellos, una y otra vez, impidieron el ingreso de mi padre al Conservatorio Nacional. Sólo daban lugar a su música patética y decadente. Y por supuesto, jamás reconocieron el talento de Jeremías.
Por eso yo ahora tomo justicia por mis propias manos. Reivindico el nombre de mi padre, manchado, injuriado por esos músicos de pacotilla y por la institución agónica y corrupta que usted representa.
Matías asesta dos fogonazos danzantes que tiñen el mirador de Triste Le Roy de un profundo escarlata.



                                                                                              
                                                                                              Enero 2012.

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