miércoles, 27 de febrero de 2013

Rita Berté - Vera Viaja

                          

                             
Vera viajaba todos  los días de la semana haciendo dedo, hasta la escuelita rural donde trabajaba,  dependiendo siempre de la buena predisposición de los automovilistas,  pero ese martes 13 no consiguió llegar a horario, iban pasando las horas, preocupadísima pensando en las carencias de  sus alumnos, decidió largarse a pie.
                              Como maestra no solo les abría al mundo del conocimiento, tanto en el aula como cuando  les trasmitía nuevas técnicas agrícolas para implementar en la huerta, a confeccionar  ropas o cocinar los alimentos para cada jornada.
                              Iba tan distraídamente absorta en sus pensamientos, repasando lo planificado para ese día, que no se percató  que un vehículo se detuvo a su lado, amablemente  le abren la puerta del acompañante, por cortesía  acepta  la  invitación de subir, se zambulle en la butaca, siente sus piernas cansadas, se afloja y se va abandonando  y relajando en  sus preocupaciones.
                            Con simples palabras agradece al desconocido  y solidario conductor de llevarla hasta la próxima escuela a seis Km de distancia.
                            Este reanuda la marcha  frenéticamente, sin dirigirle ni siquiera una sola palabra,  ella ya está arrepentida de ser tan temeraria como le dicen a diario sus padres y masculla entre dientes, que quizás hoy no es su mejor día.
                        Vera comienza a inquietarse, su mirada no se despega del recorrido de la ruta,  no intercambian  ninguna palabra, se percata de reojo que calza lentes totalmente opacos  demasiado grandes para su gusto, guantes de cuero negro, bufanda  amarilla y un largo abrigo oscuro, que  le cubre todo el cuerpo, nada queda a la vista, como para intentar  discernir sexo, ni edad aproximada.
                      Con cierto alivio va descontando el Kilometraje hecho, deseando llegar cuanto antes a destino, se le hace interminable el recorrido, ni siquiera se anima a pedirle que la deje bajar en  ese instante.
                     De golpe el auto se detiene, no atina a abrir la puerta, se da cuenta de que el miedo la paraliza, el baja, camina hacia una zona lateral boscosa, continúa su derrotero,  sin mirar hacia atrás, ella se da cuenta que la figura se esfuma, pero también entra en razón que sigue al costado de la ruta ¿qué sucedió? No logra entender, como viajó la mitad del camino, sin que  ningún vehículo apareciera estacionado a su lado, sin embargo  profundas huellas quedaron marcadas sobre el viejo pavimento.

domingo, 24 de febrero de 2013

Susana A. de Roca - Mar y cielo






Llueve y el mar parece deslizarse apenas
rumores de corales, las olas enfurecen
mientras los recuerdos de amor desaparecen
y yo perdí mis huellas en la arena.

Busco en mi límite ancestral de mar y cielo
aquella caricia que murió en la aurora
mas no llego a descifrar si ahora,
 estás lejos de mi, de mi desvelo.

Las olas me acunan en su seno
adornan mi crespón, mi negro velo
me transportan al final entre la espuma,

abrazando mi dolor, mi desencanto
el saber que no debí quererte tanto,
para perderme sin fin entre la bruma.

             

Raquel Mizrahi - Chocolate




Mientras revuelve el chocolate sobre la hornalla, hipnotizada por el oscuro remolino, cede a la tentación de probar un poco con la punta de la cuchara. Si sus hijas la vieran contrariando esa enseñanza que siempre les hizo cumplir a rajatabla...
Hasta se permite recoger con la lengua los restos, que de puro glotona, le chorrean por las comisuras.
La carcajada rebota en los azulejos, y como el paladar conserva su memoria, ese sabor de ahora la transporta a otro tiempo.

El aroma a chocolate llega hasta el patio, obligándola a interrumpir su solitario juego de rayuela. Espía a la madre a través de la puerta entornada y sus ojos no pueden creer lo que están viendo. Pero a punto de entrar y sorprenderla, se contiene y vuelve sobre sus pasos, sin entender por qué le prohíben a ella esas cosas.
   
                                                                                                    

viernes, 22 de febrero de 2013

Margarita Rodríguez - Un examen de rutina




-¡Qué hacés boluda…!!!

Ana María saltó de la cama al oír el despertador.
Tomó una ducha rápida antes que se despierte el resto de la familia. Ese lunes iba a estar muy atareada.
Durante el fin de semana, con Mario habían decidido prescindir de la empleada. Últimamente las ventas no andaban bien en la perfumería y el alquiler en la peatonal era bastante caro, por lo que ella le propuso a su esposo ayudarlo. Por la mañana se ocuparía de la casa y de los chicos y por la tarde atendería el negocio. Como tantas otras veces, se las arreglarían para salir adelante.
Esa mañana acompañó a Lautaro al colegio. La maestra la había citado porque notó que el chico no atendía en clase, cosa rara en él. Siempre fue un buen alumno, aunque quinto grado no era fácil.
Le preguntó si había problemas en casa y ella le explicó que posiblemente su distracción obedecía a que se vio en la necesidad de internar a su madre transitoriamente en un hogar para la tercera edad. Lautaro era muy apegado a su abuela, pero al enviudar ésta, su salud se deterioró y concluyó en un accidente cerebro vascular. Toda la familia se vio consternada por esta situación. Al vender la casa paterna, el hermano de Ana María tomó su parte y también tomó distancia. La llevó a vivir con ella, pero el dinero se iba todo en el cuidado de la anciana.
Lautaro y su hermana se peleaban mucho. Melisa comenzaba a tener rebeldías propias de la edad. A los 14 años, ya no le tenía tanta paciencia a su hermano.
Luego de hablar con la maestra se dirigió a la institución donde estaba internada su madre, a quien visitaba a diario, para hablar con el director. Estaba preocupada porque no notaba mejoría.
Al salir de allí aprovechó para retirar sus estudios ginecológicos del centro de diagnóstico que estaba a pocas cuadras. Eran estudios de control que, como todos los años, debía entregárselos a la doctora D’Andrea. Hacerse estos chequeos la dejaba más tranquila.
 Cuando salió a la calle abrió el sobre para espiar los resultados. Sin embargo no leyó lo que esperaba, algo había cambiado. En el informe decía  clase 3. Entendía lo que eso significaba.



 El mundo se vino abajo para ella, empezó a caminar como una autómata abstraída en sus pensamientos. ¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora? Nunca se había sentido imprescindible pero sabía cuánto la necesitaban todos y cada uno de los miembros de su familia.
Los bocinazos y ese insulto propinado con toda la furia por el chofer del camión que pasó casi rozándola la hicieron reaccionar. Paralizada por el pánico se encontró, parada en el medio de la avenida, con los vehículos pasando a alta velocidad hacia ambos lados.

Rita Berté - Sueño





Anoche soñó
Que despierta soñaba
Toda la  casa se poblaba
De errantes  viejos fantasmas
Llenando  el gran comedor
El dormitorio del frente
El patio, el jardín del fondo
Volvió  a escuchar las  voces
Que ya hasta había olvidado
Sus risas, sus caminares
Hasta sus chistes y frases
Desierta casa errante
Como sus viejos dueños 
Ya en la sombra vivirán
Sin contacto con la gente
Con un bolsón de melancolía
Con un bagaje de sueños
Casa que quieres seguir viva
Aunque ya nadie la habite
Solo las sombras quedaron
De sus antiguos moradores
Costará  llenar  vacíos
Que nunca nadie ocupará
Tapiaran las aberturas
Para que ni la luz pueda entrar.

jueves, 21 de febrero de 2013

Susana A de Roca - El pobre señor Don Gato


    
               Se fue el Sr. Gato
                 ligero tras una gata
                 que para no hacerle caso
                 huyó lejos de la casa.
                 Preguntó a don caracol,
                 que iba con su caracola,
                 y lo mandó con Manolo
                 el marido de Manola.
                 Siguió contento el camino,
                 camina, corre, camina,
                 llegando hasta un espino
                 todo cargado de espinas,
                 sin señal de doña gata,
                 perdió la risa don gato
                 que se entretuvo un rato
                 jugando con una rata.
                 Y aquí se termina el cuento,
                 el cuento que nadie cuenta,
                 del pobre Sr. Don gato
                              que no encontró a su gata.             

miércoles, 20 de febrero de 2013

Silvia F. Salgado - El efímero mundo de los olores





Texto basado en “El  perfume”, de Patrick Süskind.




            En la familia Baldini la donación de nombre y apellido llevaba adosada en un pacto implícito el oficio de perfumista. La dedicación meticulosa y hasta obsesiva “por el mundo efímero de los olores” era el rasgo distintivo de los Baldini.
            Por lo menos ya tres generaciones de perfumistas de renombre habían poblado su árbol genealógico.
            Giuseppe Baldini, biznieto, era el encargado de mantener el desarrollo del emporio comercial fundado por sus ancestros. Para él no sólo se trataba de lograr la optimización de la venta de sus productos y de liderar la vanguardia en el campo de la belleza sublime de los aromas. Para Giuseppe lo primordial era encontrar la fragancia única, excelsa, que posibilite “el dominio del corazón y el alma de los hombres”.
            Algo así como una esencia que cautive e hipnotice a la humanidad. Ante ella se detendrían la corrupción de la carne y la vejez.
            Giuseppe, sesudo y reflexivo, trabajó horas y horas durante años, en la búsqueda de su fórmula, aquella que le permitiría el manejo de las pasiones atávicas.
            Su incipiente canosa cabellera, su porte elegante y su andar firme se presentificaban en sus laboratorios inspirando respeto y admiración.
            Metódicamente Giuseppe fue escogiendo a sus víctimas: jóvenes y bellísimas mujeres. Las adormecía, ejecutaba una pequeña e inocua perforación en la piel y extraía una porción de sus fluidos corporales. Luego los combinaba en diversas proporciones con almizcle, canela, espliego, vinagre y jazmín, creando así una pócima única, una esencia cautivante: Hypnose.
            Giuseppe colocó unas pequeñas gotas de la misma en su cuello, se miró ante el espejo: las canas, las arrugas y líneas de expresión habían desaparecido por completo.
            Después utilizó dicha fragancia en las mujeres, quienes también rejuvenecieron.
            El elixir afrodisíaco los envolvió en un frenesí. Los cuerpos se confundían unos con otros, las secreciones se mezclaban como fundiéndose con el Todo en un goce supremo. Lo dionisíaco imperaba allí.
            Actualmente Hypnose luce en su esférico envase de cristal, adornado por loussanges y dispuesto en un lugar central en el museo del imperio Baldini.
            Mientras tanto, en su oficina, Giuseppe, siempre jovial, sonríe, teniendo a su merced por los siglos de los siglos un eterno, joven y bello ejército de amantes.


                                                                                                                   

Silvia F.Salgado - La fuente


           


 El inmenso jardín de la finca, poblado de álamos, robles añejos, rosales y tilos, se imponía por su belleza y sus aromas.
            Martín amaba ese lugar. Conformaba un plano de su historia: las hojas rosas de su infancia y adolescencia, sus amores y desengaños, convergían en las sendas bifurcadas que atravesaban el parque.
            Martín, sentado en su escritorio, trabajaba en su último libro. Y como era habitual, su atención se centró en la fuente que veía a través de los grandes ventanales.
            Ella era una auténtica obra de arte, que representaba a dos amantes entrelazados en un lujurioso juego erótico. Los cuerpos parecían tener vida propia, esculturales, y los rostros destilaban pasión. Exhausto, Martín se acostó sin cenar.
A la mañana siguiente se despertó sobresaltado. Corrió al cuarto de estudio y, al ver la escultura, el espanto recorrió su ser, y le cerró la garganta. Su pesadilla se había hecho realidad: las estatuas sangraban, el yeso ya no cubría la piel de las figuras, sus caras expectoraban gritos de dolor y sus inquisidoras miradas apuntaban hacia Martín. El agua estaba teñida de un profundo borgoña… y ahí yacía su amada Mirana.



                                                                                                                   

Rita Berté - Teresa

                                                                                                                                                                                           
Me llamo Teresa, tengo 11 años, acabo de enterarme de que nos mudaremos, pero no puedo digerir la terrible noticia que me han dado a conocer mis padres, nos iremos a vivir a un país muy lejano, donde se habla otro idioma, donde no podré ver más a mis amigas, primas, tíos y a mi querida abuela María.
Corro a encerrarme en el dormitorio que comparto con mis dos hermanas menores, no puedo salir del estupor que me ocasiona enterarme, de no volver a caminar las veredas de esta ciudad, no ver mas las elegantes y altas palmeras de la Marina Garibaldi, ni acercarme al Malecón y ver el golpetear de las olas, ni las gaviotas revolotear en busca de alimento, ni  corretear por la playa.
No volver a escuchar jamás la suave y melodiosa voz de la abuela María, que con su capacidad de maga, saca de sus bolsillos cantidad de caramelos, chocolatines y galletitas.
No volver a  aferrarme y abrazarme fuertemente a su cuerpo, ni ver deslizar sus amargas lágrimas, que seguramente mojaran su rostro el último instante en que nos despidamos.
Repaso mentalmente lo que me esta sucediendo y me prometo escribir a la abuela, todas las cartas necesarias, para que nos tenga presente y desde lejos comparta nuestras nuevas vivencias,  luego miro mis juguetes uno a uno, repaso con detenimiento sus reconocidas figuras, queriéndolas retener en mis retinas por siempre, quien me los fue regalando y en ocasión de que acontecimiento, mama me dijo que no los podré llevar conmigo, entonces los amontono, tomo un martillo y los hago añicos, no deseo que quede, ningún rastro de mi presencia, en ésta mi casa natal.



martes, 19 de febrero de 2013

Rita Berté - Mare ti sento



SARÀ  PERCHE SONO NATA                     
VICINO A TE
CHE SEMPRE MI HA ATTIRATO
STARE ACCANTO A TE
O CHISSA HO ASCOLTATO
COSE MERAVIGLIOSE
SU QUELLO CHE E SUCCESO
A TANTI CONOSCENTI
HAI DATO IL MANGIARE
A MOLTI, MOLTA GENTE
CHE TUTTE LE MATTINE
TIRAVANO LE RETI
O FORSE A MIA MAMA
CHE CON LA SUA DOLCEZZA
SEMPRE TI GUARDAVA
DIETRO LA FINESTRA
O QUANDO MIO PADRE
DA PICCOLA MI RACCONTAVA
LA SUA VOGLIA DI NUOTARE
IN FONDO AL MARE
A RICUPERARE UNA STELLA
UN GIORNO DI MATTINA
DOPO AVER PERSO
LA SUA AMATA MAMMA
QUESTO É IL MARE                            
IL MARE DELL` AMORE
IL MARE DELLA GIOIA
IL MARE DEL PIANTO
IL MARE DEL DOLORE
IL MARE DEI MARINARI
CHE NON POSSONO ARRIVARE
A NESSUNO PORTO
QUANDO SONO IN GUERRA
IL MARE DEI POVERI 
CHE VOGLIONO LAVORARE
IL MARE DEI RICCHI
CHE LI FA PASSEGGIARE
IL MARE DEGHI INNAMORATI
CHE SOGNANO CHE UN GIORNO
ASSIEME VIVRANNO
E NON SI ALLONTANERANNO                                               
IL RUMORE DEL MARE
FA ADDORMENTARE
IL PICCOLO BAMBINO
IN BRACCIO ALLA SUA MAMMA
CHE LO GUARDA CON AMORE
VOLA IL SUO PENSIERO
CHE FARA MI FIGLIO
QUANDO AVRÀ VENTI ANNI ?
PARTIRA DA QUESTA TERRA ?
IN UNA BARCA GRANDE
SE NE ANDRÀ LONTANO
PER TROVARE DA FARE
NON LO POTRO RIVEDERE
QUANDO TORNERÀ CON NOI ?
E DIFFICILE SAPERLO
IO NON LO SO
MA SENTO CHE SONO TORNATA
OGGI PENSO A TE
TU SEI NEL MIO PENSIERO
TU SEI ACCANTO ME
TI HO RICUPERATO
ALLORA SO IL PERCHE
TU SEI MIO AMATO MARE
IL MARE CHE MI ALLONTANÒ
DAL MIO CARO PAESE
MA PRONTO MI PORTO
A RITROVARE LA MIA TERRA                                                
CHE DA PICCOLA LASCIAI
DI SENTIRLA VICINO
ACCANTO, ACCANTO A ME



domingo, 17 de febrero de 2013

Susana Roca - Al filo de la tarde

                                         
                                                                                               
Él sabe que la muerte                                              
lo rondará esa tarde,                                                
fanfarrea de palomas                                             
vitorean su paso                                                        
diagramando la hora                                                
 en que deba marcharse.                                         
Con sus ojos granate                                                 
contempla al enemigo                           
que vestido de luces
no teme al enfrentarse,
los gritos ensordecen
tapando los quejidos
que brotan de su boca
cuando es embestido,
su cuerpo está jadeante
se entrega ya sin lucha
y en sus ojos sin brillo
ya se murió la tarde.                        

Margarita Rodríguez - Tres corazones





Germán despertó temprano esa mañana, la noche anterior había dejado el bolso preparado en el living. Encendió el televisor, preparó el desayuno, puso en la mochila los lentes, la cámara de fotos y el celular. Mientras tomaba el café se enteró del estado del tránsito. Los días previos, la autopista estuvo congestionada a causa del recambio turístico, pero el domingo pintaba tranquilo, por lo menos para la ida. Cerró el departamento de Núñez con llave, se dirigió a la cochera, puso el Gol en marcha y partió hacia Gesell. Allá lo esperaban sus amigos.
Pilar ayudaba a sus padres a terminar de empacar, acomodó los alfajores en un bolso. Estaba bronceada y con el ánimo renovado después de unos días  espléndidos en Mar del Plata. Lamentó no poder disfrutar de unas horas más de la playa. El lunes debía rendir un examen muy importante, por eso decidieron partir temprano. La ruta estaría congestionada por ser domingo y el trayecto a Resistencia era muy largo. Revisaron el departamento por si quedaba algo sin guardar, bajaron los bolsos y subieron a la Ford Ranger. Ella se acomodó atrás con su hermano.
Facundo dispuso las últimas cajas de huevos en el piso de la chata. También la máquina que le había encargado su padre para reparar, quien lo esperaba en el pueblo. Ya había hecho dos viajes y luego de este, pensaba dejarle la camioneta y quedarse en la casa de su novia. Esa noche de carnaval había baile en el club. Apuró el último mate que le alcanzó su madre y se despidió. El sol brillaba bien alto en el cielo. Al acercarse a la ruta un monte de álamos le dio la bienvenida,  y apretó el acelerador para ganar tiempo.
El encuentro fue terrible. El micro que precedía a la Ranger pasó a escasos  segundos por la intersección. Otro auto que iba a la par de ésta, del lado de la banquina, salió de la ruta con una brusca maniobra, pero la Ford no pudo evitar la colisión y ambos vehículos, en un abrazo infernal fueron arrastrados hasta la mano contraria en el momento exacto en el que el Gol aparecía, incrustándose de lleno contra la puerta lateral de la chata.
La madre de Matías rezaba arrodillada en la capilla de una clínica de Mendoza. Las horas de su hijo estaban contadas. Dado los últimos desenlaces, los médicos pidieron al INCUCAI que lo colocaran primero en las listas de emergencia. Ella no sabía si al día siguiente vería a su hijo con vida. En la semipenumbra del recinto, una voz en su interior le decía que no perdiera la esperanza, cuando el sonido del celular la substrajo de sus oraciones. En la tenue luz de la pantalla leyó: “Un corazón para Matías ya está en vuelo hacia Godoy Cruz”.

viernes, 15 de febrero de 2013


                                     


Tarde de domingo en la isla de La Grande Jatte
George Pierre Seurat, 1884
TARDE DE DOMINGO

George y Valery planearon  celebrar su trigésimo cuarto aniversario de una forma muy peculiar.
Amantes de la pintura, los unía, además de la maravillosa familia que habían logrado formar, una profunda devoción por aquellos artistas que supieron  plasmar en el lienzo la luminosidad, el color y los detalles de escenas de la vida real y cotidiana. En su living tenían una reproducción reducida de La Grande Jatte, que no dejaban de admirar.
Ese día, contemplando el cuadro mientras tomaban el té, decidieron viajar  a Paris para visitar la popular isla del Sena que inspirara a Seurat en una de sus más cotizadas obras. Unos días después partieron en avión desde su brumosa Londres.
Les parecía un sueño estar caminado por la isla. Pisar ese suelo donde, quién sabe, cuantas tardes pasó el artista bocetando su obra. Imaginaban la preparación de los colores en la paleta, los primeros trazos en el lienzo. Todo esto comentaban mientras se detenían continuamente a deleitarse con el paisaje. Por suerte habían decidido vestirse con prendas livianas. Era una espléndida tarde primaveral, ideal para un paseo al aire libre.
 La isla estaba tan concurrida como el día en que el pintor decidió eternizarla. Cuantas semejanzas, pensaron. A pesar de las ropas y algunos hábitos modernos, el disfrute parecía ser el mismo. Empezaron a observar con detenimiento el escenario.
Un enorme abedul proyectaba su sombra sobre el césped y se detuvieron al reparo del árbol. Frente a ellos un joven de gorra y lentes negros descansaba sobre una manta. A su lado una pareja mayor, probablemente sus padres, escuchando radio se entretenían con un labrador negro que husmeaba en la hierba.

A orillas del río una mujer de mediana edad estaba observando distraídamente las ondas del agua que golpeaban contra la protección de cemento  mientras disfrutaba de una gaseosa y  una joven con un capri blanco y remera roja tomaba sol  escuchando música a través de sus auriculares.
Una mujer de jean y blusa clara se aproximaba hacia ellos junto a una  niña que no tendría más de siete años y que llevaba en la mano una barbie. Dos señores, con sendas bicicletas se detuvieron a conversar  debajo de un alerce. En un claro del parque un grupo de muchachos con coloridas camisetas se entretenían con una pelota de rugby. Y por doquier niños corriendo.
No faltaban las actividades náuticas. Un pequeño velero con tres personas a bordo completaban la escena.
George y Valery paseaban sus miradas hacia uno y otro lado mientras el sol jugaba entre las copas de los árboles dibujando claro oscuros que matizaban el paisaje.

Lo que protagonizaron los sorprendió a ambos. Extasiados no podían creer lo que sucedió a continuación. De pronto todo se detuvo.  Poco a poco todo fue adquiriendo tonalidades sepia. Mágicamente las imágenes se desdibujaron transformándose  en un extraño puntillé.  Las hojas de los árboles al igual que el césped dieron lugar a miles de puntitos en todas las tonalidades de verde que, sin embargo, lograron mantener las formas. Las mansas olas del rio se convirtieron en un estático espejo.
Se miraron: Ella lucía un faldón violeta largo hasta los tobillos , una chaqueta negra por la que asomaba la puntilla del blanco cuello de una blusa y un sombrero también negro adornado con una bellísima flor púrpura. El estaba de capa y galera y lucía una camelia en el ojal. Un pequeño mono se descolgó de una de las ramas del árbol colocándose dócilmente a sus pies.
También cambiaron las vestimentas y accesorios de todos los que se encontraban en el lugar. Los ciclistas se tornaron en  dos soldados con chaquetas ocres, pantalones rojos y birretes.
Poco a poco, todas las miradas se posaron dulcemente  sobre ellos invitándolos con cómplices sonrisas. Por unos instantes el arcano los transportó  a un paisaje bucólico del siglo XIX.
MARGARITA RODRÍGUEZ

Rita Berté - Piel y tacto

                 .
                               Parecía un envoltorio de átomos apátridas deambulando por las calles. Ya ni  sentía  el efecto de la gravedad que lo impulsara  a pisar  tierra. Creía que en cualquier momento una  suave briza marina soplaría para remontarlo y así juguetearía resbalándose entre las algodonosas nubes.
                             No le preocupaba ni un ápice lo pasado, más bien estaba deseoso y presentía que algo nuevo sucedería en su vida, estaba hastiado del monótono y diario rito del subsistir.
                            Desde que sintió aquella premonición, comenzó a prepararse,  observando con detenimiento  todas las situaciones, esperando un  mensaje que le advirtiera, ¿Sabría medir correctamente, el tiempo de reflexión?
                           Arto de que nada nuevo aparecía en el horizonte, decidió modificar la rutina diaria, comenzó a levantarse más temprano, antes de que se retiraran vergonzosas las últimas resacas celestiales de la noche. Luego se le ocurrió acostarse cuando reinaba el más absoluto silencio en su entorno y pensaba “Al anochecer se me aclararían los mismos hechos, que se me oscurecían con el amanecer”   
                          Decidió meditar en cada jornada diferentes temas, “Nadie es dueño de la verdad absoluta, pues ella está formada, por un intrincado rompecabezas, que aporta cada individuo”
                             “Cada uno asume sus verdades, como una sumatoria de pedazos que en mayor o menor grado   las haríamos propias”                                                                         
                        Se percató de que vivía formando colmenas de seres humanos, que se creían  independientes, hasta que cayeron los velos que ocultaban los piolines desde donde se movían  como marionetas y  caminaban contra el tiempo.
                       Así fue como retrocedió solemnemente hacia su pasado, recreando cada etapa vivida, corrigió los errores que recordaba. Obtuvo  la llave para descender de un estadio  al siguiente, pasó por la madurez,  juventud,  adolescencia y al final entró a su infancia.
                      Se reencontró primero con sus padres, tíos y abuelos, cada uno aportó su granito de arena,  llegó a verse reflejado en su cuna durmiendo plácidamente. Se consideró afortunado de poder revivir lo vivido y le pidió a su súper- yo bebé que lo deje  acurrucar junto a el. 
                     31/01/12

Rita Berté - Francesca



                          Francesca pasó ocho años en un internado de monjas que le dejó sensaciones de  insatisfacción, no logró cubrir expectativas de una cercana salida  laboral. Por lo tanto no le quedó otra alternativa que desertar de la escuela media, volver a la casa, donde  ayudaría en la atención del negocio familiar.
                       Cada vez que Giuseppe  vecino del barrio entraba a comprar tabaco, Francesca quedaba envuelta en  una actitud contradictoria, cierta  dulzura y  enamoramiento la ruborizaba, su corazón comenzaba a latir agitadamente, pero por otro lado  una carrera  de amargura le advertía que se acercaba decididamente el día en que abandonaría el  hogar materno.         
                      Y llegó el momento en que Francesca y Giuseppe se casaron, se fueron de luna de miel recorriendo durante un mes los emblemáticos sitios turísticos de Italia, pero también llegaron los primeros  nubarrones de discordia.
                      Giuseppe decidió emigrar a Argentina, le habían informado sobre ese país de amplias libertades laborales, bienestar y movimientos, donde los hijos podrían estudiar gratis hasta completar la Universidad. Y a pesar de la oposición de Francesca sacó pasaje y se embarcó a probar suerte.
                     Al año llama a su mujer e hijos. Francesca y los niños desembarcan con escasas pertenencias y el resto después de tramitar el retiro en la aduana.
                   Toman el tren hacia Mendoza, la llanura los va recibiendo paso a paso tendiéndoles una tierna alfombra verdosa, Francesca primero ve  desaparecer el mar, luego el gran río de La Plata y cuando se agota por un viaje tan lejano, sus retinas descubren la presencia de altísimas montañas.
                   Francesca se conforma  vivir rodeada de un frondoso parque de robles y una nostalgia  terrible por el azul de su mar natal. Se siente trasplantada a un paisaje donde a su piel le faltaba ese agradable sabor a sal con solo chupar sus brazos, formando  una simbiosis mar- sal-Francesca.
                 Cada vez que en su adolescencia  salía a caminar  a lo largo de la Marina Garibaldi, una ansiedad se apoderaba de ella ¿Será que siempre tendré al alcance de mis ojos esta espuma jadeante golpeando contra las rocas, escuchar el sonido de las  aves migratorias, cuando bajan en búsqueda de alimento?
                Francesca mientras vivía en Mendoza  para bajar los decibeles de ansiedad, se encerraba en la sala pintada de azul mar para leer, en su sillón preferido tapizado de terciopelo verde, traído allende los mares. Mientras Giuseppe  completaba algún trabajito de carpintería, encolando sillas, mesitas o algún portarretratos en la cabaña que actuaba de galpón, construida en el monte y donde guardaban los viejos recuerdos.  Giuseppe estaba tan ensimismado recorriendo momentos vividos, que no prestó atención que avanzaban las horas.
                        Francesca preocupada fue en busca de su esposo, lo encontró apretando contra su pecho la foto del día del matrimonio, aún sonreía, parecía feliz, cuando lo  sorprendió el fin de sus días, acunándose en otro sillón de terciopelo verde, donde tantas veces Francesca amamantó a los críos.

23-01-13

jueves, 14 de febrero de 2013

Raquel Mizrahi - Me quiere, no me quiere...




Nuestra relación fue siempre como un teléfono descompuesto: cuando yo sentía que juntos habíamos alcanzado la felicidad, Amelia se encargaba de matarme la ilusión. Empezaba con eso de que no debíamos conformarnos, que la monotonía desgastaba el amor, que cada uno tenía que enfocarse en su propia realización para estar en condiciones de darse al otro, y no se cuántas cosas por el estilo. Tanto insistía, que al final terminaba convenciéndome de que lo mejor era tomar distancia por algún tiempo.
Pero al cabo de unas semanas, ella misma iniciaba la operación retorno y yo, como siempre, la recibía con los brazos abiertos.

Después de un año de inusual estabilidad, cuando ya creía despejados para siempre los nubarrones en nuestro firmamento, me dijo sin anestesia que se iba para Córdoba.
Yo la miraba desde la cama, me había cansado de rogarle que no se fuera. Pensé que sería una recaída pasajera y que un par de caricias iban a bastar para hacerla cambiar de parecer. Pero me di cuenta de que la cosa iba en serio cuando dio la vuelta completa al cierre de la valija y le puso llave al candado.

Pasé un mes sin noticias de ella, hasta hoy. Al atender el teléfono tardé en reconocerle la voz ¿estaría lloviendo o eran ruidos de la línea? Con palabras entrecortadas me avisó que en dos días volvía para Buenos Aires y necesitaba verme. No sé si me dijo te quiero o ya no te quiero, porque después se cortó la comunicación. Quedé intrigado.
Ahora lo estoy analizando seriamente con la almohada, que es la mejor consejera.
La verdad, necesito poner fin a estas idas y vueltas, porque todo tiene un límite. Está bien que uno se sienta con vitalidad, pero las hojas del calendario vuelan aunque miremos para otro lado. Y ya los dos cumplimos 80 años.


                                                                                                                  

domingo, 10 de febrero de 2013

Susana A. de Roca - La muerte del poeta

    
  
Yo no puedo olvidar
cuando murió el poeta,
la sangre del ocaso
dibujando la tarde
y sus versos ausentes
durmiendo en la vereda.
Con las manos atadas
murió de cara al cielo
diciendo una súplica
que ellos nunca entendieron.
Y su sangre por siempre
prendida del  ocaso,
y sus versos ausentes
durmiendo en la vereda.

                agosto 2012

Marta Maldonado - La otra Hebe

                                                                   

                                                 

                                                       Me pareció haber visto un fantasma, una sombra, algo que pasa y es más una idea que un ser; algo que me atraía con la fuerza de un remanso…      Don Segundo Sombra, cap. II.



-          Parece medio pavote, ¿no?   



-          Mirá hermano, estos estudios indican que hay una hernia. Si bien es pequeña, sería conveniente no dejar pasar el  tiempo. A veces el cuadro se puede complicar. Te recomiendo ver a un cirujano para ultimar detalles, y así, a la vuelta de tu viaje el quirófano te estará esperando. Si estás de acuerdo le digo a la doctora Hebe Cuffaro que te reciba mañana mismo.


-          ¿Doctora…?


-          ¡Ay Dios! ¡Sí, doctora! ¿Cuándo vas a entender que la capacidad y la dedicación no se llevan en los genitales. Te aseguro que Cuffaro es una eminencia. Te entrego a las mejores manos. Ella es una amiga- busca en un cajón- mirá cavernícola, este minón aunque parezca mentira, es inteligente. Y además, atiende en esta misma clínica.


Camino a su casa, Miguel, luego de haber conciliado la idea de confiar su cuerpo a un bisturí con faldas, repara en el apellido de la facultativa. “Cuffaro. Cuffaro. Me suena. ¿De dónde lo conozco?” Se pregunta con intriga. Pero el ringtone del celular le da recreo a la memoria. Hola papi… ¿Puedo ir a quedarme unos días con vos?... Discutí con mamá…Sí, dijo que me da permiso siempre y cuando vos no tengas inconveniente…Después te cuento, ya sabés que a ella lo único que le importa es su nuevo bebé…Sí, sí, mi hermanito…Buenísimo, gracias pa…Ok, voy para allá…Bye.

Tras cenar con su hija, quien ha secuestrado la notebook al irse a la cama, enciende el televisor en Discovery Channel. A las 22 horas, es el ciclo “cuando dos textos dialogan entre sí”, conducido por la periodista y escritora Silvia Hopenhayn,  quien lo atrapa en Canal (á). Esa noche presenta en su mesa los 2 rostros del tape Burgos, el adolescente y el adulto. Una charla, un análisis, un Piglia iluminando a Hegel “un hombre sólo es un ser humano cuando es reconocido como tal por otro ser humano” y un Güiraldes que demuestra que escapamos del infierno de la inexistencia, tanto, siendo amados como despreciados. Un programa imperdible para su gusto. Un tema profundo que deja algo picando en su interior.

Miguel sirve whisky en el vaso. Lo saborea. Y,… sin pensamientos sigue la pequeña huella… De pronto frunce… las cejas como si se concentrara en un recuerdo… y una imagen, sepultada en el tiempo, se perfila en el living. Es “la gorda” Hebe, la Paletonta, como él mismo la bautizara.  Ella le trae un pedazo de su época de estudiante. “¡Pobre gorda, le hice las mil y una!”  Y el paralelo se funda…zarandeando irreverentemente a sus pequeñas víctimas… “Como el tape Burgos, en aquellos tiempos necesitaba ser tomado en cuenta. Y me la agarraba con Hebe. Y la volvía loca. Con su vulnerabilidad yo crecía ante el resto de la clase…satisfaciendo con cruel inconsciencia de chico la maldad de los fuertes contra los débiles… ¡Cómo los hacía reír! ¡Qué bien la pasábamos todos! Bueno, todos no. Cierto es que Hebe muchas veces terminó llorando. Hebe Cuffaro ¡Cuffaro!” Y una vaga sospecha se agazapa en su médula. “¿Será la misma? ¡Noooo! La gorda no pudo haber cambiado tanto.

… la noche suele ser traicionera y no hay que andar llevándosela por delante… un chistido persistente…con nota de cencerro…  acuchilla la apacibilidad del sueño. Y la...fantasía… empieza a trabajar animada por una fuerza nueva, y el pensamiento… mezcla la alegría a las vastas meditaciones…

Horas después, cuando un sol endeble fisgonea por el ventanal velado, esperando entrar con libertad, suena la alarma del reloj. ¿Y eso? De inmediato recuerda la presencia de su hija en el hogar. Es tiempo de ir al colegio. Se levanta medio dormido, para preparar el desayuno. Hoy no irá a trabajar, tiene el turno con la cirujana a las 11.30 horas. Ese encuentro lo inquieta.


Impaciente llega a la salita de espera. ¿Será la misma Hebe? Se sienta. No hay nadie a su alrededor. La puerta del consultorio está cerrada. Espera un poco. Adentro no se oyen ni voces ni movimientos. Se siente… preso de una exaltación incómoda… La curiosidad lo pone de pie y lo empuja… Un incontenible temor baila en las piernas Sabe que tiene una cuenta pendiente. Con puño blando castiga la madera. Segundos después el picaporte chilla y…


…un silencio tranquilo… zarco de crepúsculo… sorbe la intriga. “La Paletonta” lo recibe con su sonrisa metálica. Con impensado desenfreno tironea de su chaleco y lo conduce hacia la camilla. Lo recuesta. Luego se pierde tras un pequeño biombo. Y lentamente comienza a desnudarse. Célula a célula  va cayendo la vieja Hebe. Primero arroja los moños blancos. Después los horribles frenillos. Luego es el turno de los infaltables panchos. De los aborrecibles zoquetes. Del enorme delantal. Finalmente sale la nueva Hebe. Hermosa. Sensual. Delicada. Vibrante. Peligrosa. Admirable. Miguel estalla. Comienza a pedirle perdón por todas las travesuras juveniles. Por toda aquella maldad, que no fue más que estupidez... Rememora, así, cuando con el pretexto de sacarle algún cabello de la espalda le colocaba el cartelito con el “pegue que no duele”. Los cuernitos en las fotos de fin de curso. La bufanda enganchada a la silla. El viaje aéreo de la cartuchera y la desesperación de ella por quererla recuperar. Las arcadas que produjo aquel metacarpo (quien sabe de qué finado) que le sacara a su hermano mayor, el estudiante de medicina, para introducir en el lugar de la salchicha diaria... Pero el dedo de Hebe sobre los labios silencia el descargo. –Shhhh, tontito. No tengo nada que perdonar. Al contrario, te lo agradezco. Esos caramelitos de menta buscándome, para bien o para mal, me devolvían lo que el espejo me quitaba. Me daban la existencia. Tu mirada me sacaba de la invisibilidad…


-          Usted es Miguel, el pariente del doctor Vega ¿Verdad?

-          Ssssiiiii. El hermammmmano- un tartamudeo inusual aviva la torpeza y al tender la mano para el saludo hace caer la Parker que Hebe sostiene, la cual pierde su capuchón. Ella… cuya serenidad no se ha alterado, se agacha, recoge los pedazos de acero y con voz irónica… pregunta -¿nervioso?

Miguel inmóvil, a punto de recuperarse, con la boca entreabierta aún, la observa… No era tan grande en verdad, pero lo que le hacía  aparecer  tal le viera en la foto, debíase seguramente a la expresión de fuerza que manaba de su cuerpo…

-          Pero hombre, no se quede ahí. Pase, pase.

-          Hebe Cuffaro- …en sus ojos se adivinaban los caminos del mañana…-Hebe Cuffaro- repite, como susurrando, con aire seductor- ¿Te acordás de mí?-... No sé si por timidez o por respeto, deja caer la barbilla sobre el pecho, encerrando así la emoción…

…Ella míralo con un desprecio que suele llegar al cascotazo… Él, ya entero, prosigue.

-          Fuimos compañeros en el nacional de Quilmes.

-          Me temo que esté confundido. Yo estudié en Banfield- corrige con orgullosa arrogancia- tal vez ha cursado su secundario con una prima que vive en esa ciudad. Nuestros progenitores no han sido originales, nos dieron el nombre de nuestra abuela paterna.

-          Si… Claro…No podía ser… Ella era un poco rellenita- se apercibe, cauto.

-          Es. Casualmente vino esta mañana temprano. Está en tratamiento con un colega por los trastornos que le acarrea la obesidad. Pero, hablemos de su hernia. Supongo que es a eso a lo que vino.

Miguel enrojece. ¡Qué papelón! El mal cariz del cruce ha noqueado a su repentina beta de galán. Queda definitivamente aturdido. Perdido en la vergüenza por el resto del encuentro. Al salir, solo puede asegurar que debe volver en un mes. Y eso es, porque le ha dado una tarjeta con el turno anotado.

…Con la visión dentro alcanza las primeras veredas… sin lograr escapar de la telaraña del bochorno. Camina lento. Cabizbajo. Con las manos en los bolsillos y las pupilas fijas en la incredulidad. Va increpándose con fastidio mientras encoge y distiende los hombros una y otra vez. De pronto menea la cabeza, parece… como luchar con una idea demasiado grande… y dice en tono vivo: “qué triste es tener que reconocer que nada ha cambiado. La Paletonta sigue siendo gorda. Y yo, tan torpe y nabo como antes”. Al tiempo que una... voz aguada… comenta a su lado:

-          Parece medio pavote, ¿no?                                                                                                

                                                                                                                                         Marta Lucía Maldonado.