Las dos luces rojas se perdieron calle abajo hasta desaparecer y ella quedó petrificada detrás de la puerta entreabierta.
Ahora lo imaginaba
con una mano en el volante y la otra tomando la de Inés, o acariciándole la
pierna como tantas veces.
Porque no les
importaba que estuviera sentada atrás, obligada a desviar la mirada hacia
la ventana tragándose las lágrimas.
Así había sido
siempre. Lo adoraba en silencio sabiendo que Juan sólo tenía ojos para su
hermana.
Las pastillas ya
no surtían efecto y sólo al escuchar su voz en el teléfono lograba serenarse. Por
él había vuelto a ser una niña traviesa.
Sin embargo, cuando le dieron la
noticia del viaje les ofreció su auto.
Subió las
escaleras aspirando el perfume de los tilos del parque.
Mientras acomodaba la cabeza en la almohada, el viento traía desde la ruta el eco de una sirena y se levantó a cerrar la ventana para que no le perturbara el sueño.
Mientras acomodaba la cabeza en la almohada, el viento traía desde la ruta el eco de una sirena y se levantó a cerrar la ventana para que no le perturbara el sueño.

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