
Sacó número y suspiró al comprobar que había veinte personas delante suyo. Pero para qué impacientarse, ya tendría después todo el tiempo del mundo.
Recorrió con la mirada los estantes atiborrados de cajas, y al lado de donde estaba parada descubrió la vitrina con accesorios para el pelo: esa hebilla con forma de flor era casi la réplica de otra que tuvo de chica. Se le humedecieron los ojos, pero no eran momentos de flaquezas y ya faltaba menos.
La empleada recibió las dos recetas y ella se sintió interpelada por esos ojos que subían desde el papel, atravesaban los espejos de sus cristales y se le clavaban en las pupilas.
Pagó la compra, guardó la bolsa y salió del local apretando la cartera contra el pecho.
Llenó la botella con agua, buscó un vaso y los llevó a su cuarto. Bajó las persianas, se quitó la ropa y se puso el camisón.
Se sentó en la cama, sacó la bolsa de la cartera, abrió las dos cajas, y liberó de su envoltura metálica las sesenta pastillas que acababa de comprar en la farmacia.
Respiró hondo, se sirvió agua en el vaso,...
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