El mal clima se está anunciando
desde hace varios días, no obstante, una benévola brisa del sur mantiene los
nubarrones a raya.
En el horizonte el río marrón se
funde con un cielo gris plomizo, iluminándose a ratos, con descargas eléctricas
que parecen romperlo en pedazos.
El viento encrespa las olas cada
vez más, obligando al hinchado río a golpear con furia el murallón.
Dos viejos miran a través del
ventanal del boliche.
-¿Viste el viento? Se puso bien
sudeste- comenta Raúl, uno de ellos.
-No va a pasar nada- responde
Tito, mientras sacude el cubilete entretenido en una partida de dados.
- Me parece que hoy tenemos agua.
Detrás del mostrador El Chino acota preocupado y, alzando la voz, dice: Walter,
levantá los cajones del fondo, ponelos bien alto, que la vez anterior perdí
cuatro.
Dos chicos descalzos entran al
local que también funciona como despensa.
-¿Qué van a llevar? – Les pregunta.
Uno de ellos le entrega una libreta con una
nota en la que lee: leche, pan, yerba…
El chino les da el pedido, anota
la deuda y le devuelve al chico la libreta:
-¡Qué no se moje! -les recomienda
y, observando cómo se alejan por el
medio de la calle, chapaleando en el agua que ya empezaba a correr, ganando los niveles más bajos, dice: ¡Estos
mocosos en patas! ¡Nunca tienen frío!
Elvira, otra vecina, entra a
comprar velas y comenta: ¡Están diciendo
en la radio que se espera una grande! Mejor saco a los chicos de la escuela antes de
que dejen de circular los colectivos.
La sirena de los bomberos no deja
lugar a dudas. Tienen orden de hacer sonar una corta cada media hora mientras
dure la creciente.
¡Qué no es nada! - dice el menos optimista de los parroquianos
y, arremangándose los pantalones hasta las rodillas, se despide del grupo.
Las luces de las calles comienzan
a encenderse antes de lo habitual, todavía no cae la tarde, pero un espeso
manto de nubes oscurece el ambiente.
Bajo una llovizna persistente que
amenaza con transformarse en aguacero, el carretón de la municipalidad se
encarga de evacuar a algunos vecinos y de acercar hasta sus casas a los que vuelven
de sus jornadas, presurosos por tomar
algo caliente, y prestos a poner a resguardo sus pertenencias.
Así transcurren las últimas horas
del día hasta que la negrura lo envuelve
todo en una quietud fantasmal.
Desde la ventana de su casa Raúl
mira como el agua lame las baldosas del patio a la luz de un farol. Por
precaución, Defensa Civil decretó el corte del suministro eléctrico.
En el silencio solo se oye el
viento y, a lo lejos, el romper de las olas contra el murallón.
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