viernes, 29 de marzo de 2013

Margarita Rodríguez - La Inundación



El mal clima se está anunciando desde hace varios días, no obstante, una benévola brisa del sur mantiene los nubarrones a raya.
En el horizonte el río marrón se funde con un cielo gris plomizo, iluminándose a ratos, con descargas eléctricas que parecen romperlo en pedazos.
El viento encrespa las olas cada vez más, obligando al hinchado río a golpear con furia el murallón.
Dos viejos miran a través del ventanal del boliche.
-¿Viste el viento? Se puso bien sudeste- comenta Raúl, uno de ellos.
-No va a pasar nada- responde Tito, mientras sacude el cubilete entretenido en una partida de dados.
- Me parece que hoy tenemos agua. Detrás del mostrador El Chino acota preocupado y, alzando la voz, dice: Walter, levantá los cajones del fondo, ponelos bien alto, que la vez anterior perdí cuatro.
Dos chicos descalzos entran al local que también funciona como despensa.
-¿Qué van a llevar? – Les pregunta.
 Uno de ellos le entrega una libreta con una nota en la que lee: leche, pan, yerba…
El chino les da el pedido, anota la deuda y le devuelve al chico la libreta:
-¡Qué no se moje! -les recomienda y, observando cómo se  alejan por el medio de la calle, chapaleando en el agua que ya empezaba a correr,  ganando los niveles más bajos, dice: ¡Estos mocosos en patas! ¡Nunca tienen frío!
Elvira, otra vecina, entra a comprar velas  y comenta: ¡Están diciendo en la radio que se espera una grande!  Mejor saco a los chicos de la escuela antes de que dejen de circular los colectivos.
La sirena de los bomberos no deja lugar a dudas. Tienen orden de hacer sonar una corta cada media hora mientras dure la creciente.
¡Qué no es nada!  - dice el menos optimista de los parroquianos y, arremangándose los pantalones hasta las rodillas, se despide del grupo.
Las luces de las calles comienzan a encenderse antes de lo habitual, todavía no cae la tarde, pero un espeso manto de nubes  oscurece  el ambiente.
Bajo una llovizna persistente que amenaza con transformarse en aguacero, el carretón de la municipalidad se encarga de evacuar a algunos vecinos y de acercar hasta sus casas a los que vuelven de sus jornadas, presurosos por tomar  algo caliente, y prestos a poner a resguardo sus pertenencias.
Así transcurren las últimas horas del día hasta que la negrura  lo envuelve todo en una quietud fantasmal.
Desde la ventana de su casa Raúl mira como el agua lame las baldosas del patio a la luz de un farol. Por precaución, Defensa Civil decretó el corte del suministro eléctrico.
En el silencio solo se oye el viento y, a lo lejos, el romper de las olas contra el murallón.


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