

Amaneció ese día Laureano, dándose cuenta de que podía llegar a leer la mente del otro. Al acercarse a cualquier conocido o desconocido, se adelantaba a lo que le estaban por decirle, dejando al borde del asombro a su desprevenido interlocutor.
Pero también le trajo tremendas angustias, ningún amigo, ni familiar deseaba verlo, aún más, empezaron a armar valijas, para huir lo más lejos posible, pues interceptaba sus conversaciones mano a mano.
Pero también le trajo tremendas angustias, ningún amigo, ni familiar deseaba verlo, aún más, empezaron a armar valijas, para huir lo más lejos posible, pues interceptaba sus conversaciones mano a mano.
Nadie sabía ya, como resolver esta difícil situación creada. Hasta se llego al extremo de consultar a doña Cacha, chamán de la comunidad, para que hiciera un payé que pudiera aliviarlos de tan penosa situación.
La personalidad de Laureano, era arrolladora, nunca reconocía palabras ya dichas por él. Le gustaba negar todo, desconocer lo ya emitido, siempre consideraba que tenía la verdad a flor de labio. Nadie lograba rebatir sus pensamientos y a pesar de ser criado en un ambiente humilde, carecía de estas características.
Hasta que una noche cerrada, sucedió algo inesperado. Desde el fondo del horizonte avanzaba una fuerte tormenta. Se levantó un vendaval de ráfagas, la lluvia golpeaba el techo de zinc, comenzó a amontonarse granizo, paralelo a la senda de entrada al puesto, se convirtió en un camino luminoso blanco, reluciente tan fuerte que enceguecía al mirarlo.
Del fondo de las pircas, se presentó un viejito cargado de un pesado atado, más grande que el tamaño de su cuerpo. Todos quedaron como inmovilizados, no atinaban siquiera abrir la puerta. ¿Quién sería ese extraño personaje parecía como llegado de otro mundo, a tan avanzadas horas de la noche.
Del fondo de las pircas, se presentó un viejito cargado de un pesado atado, más grande que el tamaño de su cuerpo. Todos quedaron como inmovilizados, no atinaban siquiera abrir la puerta. ¿Quién sería ese extraño personaje parecía como llegado de otro mundo, a tan avanzadas horas de la noche.
Sin mediar ningún tipo de accionar, entró a la casa, aligeró sus hombros de la pesada carga, la depositó en el suelo. Buscó acurrucarse en un rinconcito de forma tal de no molestar, tendió un cuero sobre el piso de tierra y se acostó sobre él dispuesto a reponer energías. Luego se tapó con un grueso poncho, tejido al telar de apretadísimos puntos, para soportar las inclemencias de viento y frio en sus eternas caminatas.
Laureano quedó sin habla, los recuerdos comenzaron a galopar en su memoria. Avizoró su niñez junto a sus padres. Habitaban en ese entonces, en un paraje solitario, comunicado con el poblado más cercano, a muchas leguas de penoso andar y después de sortear sinuosos senderos en la montaña. Su padre era pastor, tenía un rebaño de cabras, por lo tanto pasaba larguísimas temporadas sin tener contacto con la familia. Su madre tenía que hacer ingentes malabarismos para subsistir
El y sus hermanos varones ayudaban a su padre a cuidar los animales. En otros momentos ser el apoyo de la madre, recolectando variedad de fibras para ser utilizadas en telares, aportar el agua para subsistir, cargar vasijas con la arcilla, necesaria para fabricar sus propios enseres culinarios.
"En una oportunidad, siendo niño, un chivito travieso se alejó de los otros, Laureano fue detrás de él para intentar recuperarlo, pero grande fue su sorpresa, cuando descubrió que se iba convirtiendo en un centenario y petiso anciano. No daba crédito lo que sus ojos veían. Al verse descubierto, este le obligó a guardar secreto de por vida. A cambio de ello le otorgaría del don de lectura del pensamiento de sus semejantes. Pero si se excedía hacia los demás, o faltaba a su promesa, retornaría para enfrentarlo y sin esperar ninguna reacción desapareció".
Al amanecer del día siguiente, el viejito lo increpó, diciéndole que al darte la suerte de poder leer los pensamientos, no le había otorgado el pasaporte para propasarte en la forma de relacionarte. Dejé pasar estos veinticinco años, pensando en que te retractarías, lo pensarías largamente y cambiaras de actitud, pero tristemente veo que sigues por la misma senda, ¿dime cómo solucionarías lo pactado?
Laureano, quedó enmudecido. Había olvidado por completo el suceso acaecido en su niñez en el que debía acatamiento. Pensó en la forma de deshacerse del viejo, sin darse cuenta de que su interlocutor, también sabía leer lo que iba hilvanando su cabeza.
Antes de que pudiera empezar a elaborar una estrategia, quedó convertido en una roca a imagen y semejanza suya. Desde ese día, los viajeros, que van hacia Cafayate, recorriendo la pintoresca Cuesta de Miranda, disfrutan de fantasmagóricas figuras esculpidas naturalmente, en las rocas, debido a la erosión del viento y diferencias de temperaturas. Pero los naturales, hacen otra lectura de los hechos.
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