viernes, 8 de marzo de 2013

Rita Berté - El dictador de la palabra

                                           
Amaneció ese día Laureano, dándose cuenta de que podía llegar a leer la mente del otro. Al acercarse a cualquier conocido o desconocido, se adelantaba a lo que le estaban  por decirle, dejando al borde del asombro a su desprevenido interlocutor.
Pero también le trajo tremendas angustias, ningún amigo, ni familiar deseaba verlo, aún más, empezaron a armar valijas, para huir lo más lejos posible, pues interceptaba sus conversaciones mano a mano.
Nadie sabía ya,  como resolver esta difícil situación creada. Hasta se  llego al extremo de consultar a doña Cacha, chamán de la comunidad, para que hiciera un payé que pudiera aliviarlos de tan penosa situación.
La personalidad de Laureano, era arrolladora, nunca reconocía palabras ya dichas por él.  Le gustaba negar todo,  desconocer lo ya emitido, siempre  consideraba que tenía la verdad a flor de labio. Nadie lograba rebatir sus pensamientos y a pesar de ser criado en un ambiente humilde, carecía de estas características.
Hasta que una  noche cerrada, sucedió algo inesperado.  Desde el fondo del horizonte avanzaba una fuerte  tormenta. Se levantó un  vendaval de  ráfagas, la lluvia golpeaba el techo de zinc, comenzó a amontonarse  granizo, paralelo a la senda de entrada al puesto,  se convirtió en un camino luminoso  blanco, reluciente tan fuerte que enceguecía al mirarlo.
Del fondo de las pircas, se presentó un viejito cargado de un pesado atado, más grande que el tamaño de su cuerpo. Todos quedaron como inmovilizados, no atinaban  siquiera abrir la puerta. ¿Quién sería ese extraño  personaje parecía como llegado de otro mundo, a tan avanzadas horas de la noche.
Sin mediar ningún tipo de accionar, entró a la casa, aligeró sus hombros de la  pesada carga, la depositó en el suelo. Buscó acurrucarse en un rinconcito de forma tal de no molestar, tendió un cuero sobre el piso de tierra y se acostó sobre él dispuesto a reponer energías. Luego se tapó con un grueso poncho,  tejido al telar de apretadísimos puntos, para soportar las inclemencias  de viento y frio en sus eternas caminatas. 
Laureano quedó sin habla, los recuerdos comenzaron a galopar en su memoria. Avizoró  su niñez junto a sus padres. Habitaban en ese entonces, en  un paraje solitario,  comunicado con el poblado más cercano, a muchas leguas de  penoso andar y después de sortear sinuosos senderos en la montaña. Su padre era pastor, tenía un rebaño de cabras, por lo tanto  pasaba larguísimas temporadas sin tener contacto con la familia. Su madre tenía que hacer ingentes malabarismos para subsistir 
 El y sus hermanos varones  ayudaban a su padre a cuidar los animales. En otros momentos  ser el apoyo de la madre, recolectando variedad de fibras para ser utilizadas en telares,  aportar el agua para subsistir, cargar vasijas con la arcilla, necesaria para fabricar sus propios enseres culinarios.
"En una oportunidad, siendo niño, un chivito travieso se alejó de los otros, Laureano fue detrás de él para intentar  recuperarlo,  pero grande fue su sorpresa, cuando descubrió  que se iba convirtiendo en un centenario y petiso anciano. No daba crédito lo que sus ojos veían. Al verse descubierto, este  le obligó a guardar secreto de por vida. A  cambio de ello le otorgaría del don de lectura del pensamiento de sus semejantes. Pero si se excedía  hacia los demás, o  faltaba a su promesa, retornaría para enfrentarlo y sin esperar ninguna reacción desapareció".
Al amanecer del día siguiente, el viejito  lo increpó,  diciéndole que al darte la suerte de poder leer los pensamientos, no le había  otorgado el pasaporte para  propasarte en la forma de relacionarte. Dejé pasar estos veinticinco años, pensando en que te retractarías, lo pensarías  largamente y cambiaras de actitud, pero tristemente veo que sigues por la misma senda, ¿dime cómo solucionarías lo pactado?
Laureano, quedó enmudecido. Había olvidado por completo el suceso acaecido en su niñez en el que debía acatamiento.  Pensó en la forma de deshacerse del viejo, sin darse cuenta de que su interlocutor, también sabía leer lo que iba hilvanando su cabeza.
Antes de que pudiera empezar a elaborar una estrategia, quedó convertido en una roca a imagen y semejanza suya. Desde ese día,  los viajeros, que van hacia  Cafayate,  recorriendo la pintoresca Cuesta de Miranda, disfrutan de fantasmagóricas figuras esculpidas naturalmente, en las rocas, debido a la erosión del viento y  diferencias de temperaturas. Pero los naturales, hacen otra lectura de los hechos.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario