Mariano Reyes podía pasar inadvertido en cualquier parte. Era un
hombrecillo gris, callado y escurridizo. Vivía en las afueras del pueblo, en una casa antigua, que
amenazaba caerse en cualquier momento.
Nadie sabía cual era su ocupación, sin amistades conocidas, compañía de
un perro mastín de apariencia brava.
Últimamente el inspector Vinci, había dejado la comodidad de su
departamento en Quilmes, para estudiar sus pasos. El caso era muy extraño,
mujeres solas que desaparecían sin dejar rastros. Vinci, terco como una
mula cuando se trataba de un caso
difícil, estaba empecinado en desentrañar el misterio.
Detener a Reyes , fue casi casual, una disputa
callejera, una agresión física, y ya lo tenía en sus manos.
La sorpresa se la llevó cuando allanó la casa. El detenido era un
demente, capaz de matar, y no solo eso.
Las mujeres estaban en las distintas estancias del lugar, cumpliendo
diferentes quehaceres .Una estaba planchando en el cuarto de costura; otra cosiendo;
una cocinando, y una última mirando la televisión en la sala. La única particularidad fue que todas estaban
muertas.

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