.
La sala de espera de la clínica estaba
repleta. Lo único que me tranquilizaba, era pensar que quizás no todos tuvieran
que hacerse el mismo estudio.
La tarde caía y varias personas habían sido
atendidas, pero quedábamos: el nene de uniforme, que a cada rato se acercaba a la
puerta esperando a su mamá; la señora de sombrero extraño, que pasaba las
cuentas de un Rosario; una chica joven, quien seguramente había sufrido un
accidente, ya que tenía un ojo morado y la cabeza vendada, un señor de mediana
edad que no miraba a nadie, y yo.
La noche fue cubriendo los rincones de la
calle, y la clínica comenzaba a quedar en silencio. El nene se había quedado
dormido en un banco; los pasillos
arrastraban pasos que habían partido, y nosotros allí en esa sala “esperando la
carroza”.
Susana de
Roca, 1 de julio 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario