miércoles, 10 de julio de 2013

Raquel Mizrahi - La evasión


                                                      

La hermana y el cuñado insistían: “Andá a visitarla, te va a hacer bien conversar con alguien”. Y a pesar de que les puso mil excusas lograron convencerlo.
La primera vez hasta colonia usó, pero al llegar a la puerta volvió sobre sus pasos. Se puso a insultar en voz baja y en la esquina se quitó el peluquín.
Paró el primer colectivo que pasaba y eligió un asiento del fondo. Se abrió el botón del cuello, corrió la ventana y dejó que el aire le refrescara la cabeza.
Cuando ya habían pasado unas cuadras, suspiró aliviado y se preguntó por qué no lo dejaban tranquilo, si estaba bien así.

Volvió la segunda vez decidido a tocar el timbre, pero sus manos seguían en los bolsillos cuando dio media vuelta y se fue para la estación.
Examinó el horario de los trenes y  se puso a pensar en lo lindo que estaría el Tigre a esa hora. Buscó la billetera para pagar, se quitó el pesado sobretodo, y se apuró a subir cuando sonó el silbato.
Una mujer parada en el andén opuesto le sonrió con descaro a través de los vidrios. Él desvió la cabeza hacia el frente y se cruzó de brazos durante el resto del viaje.
                                                                                          
Se juró que la tercera iba a ser la vencida. Tratando de acortar distancias, caminó a paso vivo por las calles de ese barrio que en los últimos tiempos recorría hasta en los sueños.  
Cuando faltaba media cuadra le empezaron a flaquear las piernas. Paró un momento para reponerse, tomó envión y se echó a correr.

                                                                                           


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