martes, 30 de julio de 2013

AmRe - Mi soledad

Relato Compartido
Am(Amor)Re(Respeto): www.facebook.com/amre03

Estaba solo y con todos, encerrado en mi mismo, como si estuviera en un frasco con la tapa abierta pero negado a salir. Estaba triste. Sí, es verdad, no lo niego, para colmo el día tampoco me ayudaba. Afuera hacia frío y adentro nevaba.
Pero reuní fuerzas y abrigo y decidí salir con mis mejores amigos al mundo. (AmRe) Soledad, la única que viene cuando todos se van, la única con la que puedo llorar, quien no me hace ni un reproche, deja que me desahogue. Soledad, se que por un tiempo me aleje de ti y rompí la promesa de no ser infeliz. Daniela Garcia No niego todo lo que costo ese pasado oscuro, pero hoy encuentro motivos para salir a la vida y ser más sociable. Ceci Gotusso Con quiénes me alentaban a seguir, a salir de mi mismo, con esos seres que todo lo ven fácil, y te dan la fuerza para seguir, para salir de esta soledad acompañada que cada vez me ahogaba más y más. Estaba solo en compañía, y eso es más triste que vivir en soledad. Aida Alanis 
 La soledad en compañía no se la deseo a nadie, no es algo que se busque, no es algo que te impone la vida es algo que se impone dentro de tí. Pero ahora, estoy seguro qué quiero, disfrutando de verdad de todo lo que se me ofrece. Mi pasado me persigue, soy consciente de ello, pero es algo que no puedo cambiar, solo llevarlo conmigo como un lastre al que tendré que hacer frente en algún momento de mi vida y creo que ese momento ha llegado. Yoly Hernández Crego
Una persona puede estar con mucha gente alrededor, pero mientras esté en su burbuja y se niegue a dejar el umbral que ella misma pone...no podrá descubrir que en este mundo, no existe la soledad cuando tenemos amigos...amigos de verdad. Kawamita Aguilar
Esos amigos virtuales que acompañan sin estar, hicieron de mi soledad un aposento de dicha ya sin ellos; muy confiado decidí volver y calentarme.  Martha Lucia Agudelo 
 Bien abrigados, salimos todos y fuimos a un lugar donde se patina sobre hielo. Todos comenzamos a agarrarnos de las manos e hicimos una gran ronda. De todo hicimos y solamente disfrute de ese momento único, tan maravilloso que  me olvide del frasco. Marile Duc Salí adelante, no me rendí. Tuve un buen ejemplo y también tendré uno bueno para mis hijos, uno de perseverancia. Muchas veces uno decide renunciar a todo y tomar el camino fácil, pero al final dejamos de aprender de los errores que nos hacen ser mejores que antes. Francesca Marisol Labarca 
Resonaron en mi mente esas frases que me dijeron una vez: "Oblicuamente, se me iban deslizando las palabras. Buscaba con la mirada algún gesto que denotara un atisbo de aprobación o mera atención. De a ratos todos hablaban al mismo tiempo, en una multiplicidad de monólogos simultáneos que terminaban siendo un barullo monocorde y en el que, de vez en cuando, resaltaba alguna que otra estridencia. Entonces cerré mis oídos y enmudecí." Margarita Rodriguez Garcia
Me siento agradecida por haber estado en "ese lugar" al que ahora llamo "el frasco de la reflexión y la oportunidad." Gracias porque tuve un espacio de soledad en el cual me encontré conmigo mismo.
Ahora, sin lágrimas en los ojos, afuera del frasco puedo mirar a todas las personas extraordinarias y hermosas que están a mi lado y que en realidad siempre han estado. Rosa Gabriela Torres Flores 
 La soledad y su fría compañía fue lo que me mostró quienes somos realmente, ya que gracias a eso pudimos conocer a nuestros grandes amigos aquí, sobre el hielo frío y quebradizo; la confianza en que no se quebrará es lo que tenemos, la confianza de los otros. Saber que conoceremos a los adecuados por que nos conocemos a nosotros mismos. Hazard Olivares Hernández
  Por mucho tiempo me he sentido en un frasco pero mi tapa sí estaba cerrada, o eso creía. No era libre de elegir, me llevó varias vidas entenderlo. Traté de verlo de diferente manera, ahora veo que esa tapadera son mi familia, mi compañía, y que muchas veces por mi seguridad y por amor han estado ahí a mi lado, ahora respiro, decido de vez en cuando, sigo tomando dediciones siempre pensando en ellos pero ya no me sofocan, los amo. Solo tengo que tenerles paciencia. Rodvill Lin

 Ese mundo al cual tenía abandonado... recobrar en compañía esa delicia de compartir una taza de café, una bebida y esas largas horas que suelen esfumarse cuando se disfruta la compañía. Si, tal vez suene simple, pero significa tanto. Daniela Garcia En un mundo cerrado, donde se puede salir (si encuentras la salida). ¿Por qué siempre tengo las mismas preguntas sin respuesta, y respuestas a preguntas que nunca nadie hará? Así, lamentablemente, así soy yo; humilde y rebuscado, vanidoso y simple, concreto y abstracto, clásico y vanguardia. ¿Así, quién me comprenderá? Solo mis únicos amigos, mi mente y conciencia. Am (Amor) Re (Respeto)

domingo, 28 de julio de 2013

Margarita Rodríguez - Color Carbón



El carbón había impregnado su piel. Había penetrado por los poros y llegado hasta la sangre a través  de los vasos capilares. Una vez en el torrente principal, cientos, miles, tal vez millones de partículas negras eran transportadas por ésta y depositadas en cada uno de los órganos que formaban su cuerpo. Así día tras día, año tras año a lo largo de toda una vida.
Poco a poco, esas moléculas fueron invadiendo y reemplazando otras sustancias del cuerpo cómo células y fluidos. Cómo es propio a su naturaleza las partículas se fueron fusionando, lo que terminó finalmente con su vida después de haber transformado todo el cuerpo.
Murió de pie, trabajando en la mina, medio inclinado hacia adelante. Lo sacaron entre cuatro compañeros pero no pudieron enderezarlo. El problema era que no podían ponerlo en ningún ataúd porque al estirarlo se quebraba. Notaron que en esa posición era muy resistente.

Finalmente lo llevaron a la plaza del pueblo y con él hicieron el monumento al minero. Luego todos festejaron.

Claudia Gómez - Rutina

       

    Cada día, una vida
     desperdiciada por la banalidad,
     regida por la indiferencia,
     impulsada por la responsabilidad.
     Cada día diferente vida,
     misma memoria y distinto destino.
     Tantas muertes sin despedidas,
     tantas vidas sin ánimos de ser vividas...
     y el corazón aletargado,
     intenta seguir el compás
     de ésta improvisación sin final.
     ¿La fuerza de tu corazón
     cuánto tiempo lo podrá soportar?
     El destino diario por ser destino es incierto y
     Cada día es un acertijo
     sin una respuesta concreta
     sin un correcto consejo.
     Las vidas pasan una tras otra
     sin ser aprovechadas,
     vidas vacías, sin espíritu ,sin convicción.
      Y las muertes una a una
     siendo lamentadas, llenas de promesas

     que no se cumplirán jamás...

jueves, 25 de julio de 2013

Susana Abbatantuono - ¿Qué será de ti?








                           
Continuaba esperándola en la puerta del  hospital de Quilmes, la ambulancia acalló la sirena, y pasó despacio por su lado. Marcó por décima vez y esperó escuchar la voz de Jorgelina  del otro lado. Un sonido familiar sonó de pronto: la música de Roberto Carlos que ella tenía como ringtone; quedó petrificado por un segundo y luego como un autómata caminó  detrás de la ambulancia.

En la puerta de la guardia , hizo mil preguntas  que nadie contestó, los médicos y enfermeras entraban y salían presurosos, sin decir nada.   

Marcó los números del celular, “¿Qué será de ti?” volvió a sonar, se puso pálido, tembloroso, entonces la puerta se abrió y apareció ella, con su traje azul del trabajo, ajado y manchado de sangre, le sonrió, ambos abrieron los brazos  acercándose, y al unirse, el cuerpo de ella lo traspasó.





Raquel Mizrahi - Diez escalones

                                                                

Si antes podía, ¿por qué voy a pensar que ahora no? Todo es cuestión de ponerse una meta, de actuar en función de un objetivo. Tener un proyecto, como dicen ahora.
Son diez escalones nada más. Pero no estoy ciego y las posibilidades están repartidas: puede que sí o puede que…
Es mejor ser previsor: voy a dejar unas líneas escritas, espero que el pulso no me falle.

Queridos hijos y nietos:
Si les toca leer esta carta, es porque ya no estaré con ustedes. Pero sepan que la única lucha que se pierde es la que se abandona, y llegar a este libro merece cualquier sacrificio. La ilusión de tenerlo entre mis manos no tiene precio.
Los quiere
Papá y abuelito


sábado, 20 de julio de 2013

Agustín Rodríguez - Ojos



Violan intrusos mis versos
las puertas de tu mirar
se internan en los celestes
verdosos de aquel lugar.

Allá van, son las palabras
que han decidido partir
tomadas unas de otras
algo te llevan de mí.

Inciertos son los caminos
por los que irán a explorar
abunda lo misterioso
en tus pupilas de mar.

Dos islas para mis versos
que casi están por llegar
y hacer puerto en esos ojos
si tu los dejas anclar.

Doce versos, cuatro estrofas
texto intruso que al llegar
deja el mensaje y espera
en tus retinas quedar.


viernes, 19 de julio de 2013

Agustín Rodríguez - Bisagras, raíces de ayer


                                                               

Recuerdo la rueda dentada arremetiendo con dos tajos profundos contra el pie troncal. Es una boca por la que vomita savia y grita la corteza con voz de aserrín. El cielo se mece hasta que mi cumbre como lanza, penetra en la sombra hiriendo al pinar.
Recuerdo el dejo de raíz sepultada, la que cuando retoño, Madre Natura cultivó haciéndome tan alto y tan verde.

Si escuchas crujir tu puerta de pino, tenme en cuenta: son pesadillas.

jueves, 18 de julio de 2013

Rita Berté - Zoológico humano

                                                                      

La risa de la hiena contagia y engaña
La lengua de la sierpe se enrosca y se ata
El tero se enoja y aleteando se aleja
Ante la lechuza, que desde lo alto vigila atenta   
Otros esconden su cara como el ñandú en el suelo
Como  queriendo decir yo no fui, no vi, no escuché
 Ante el graznido de gansos que se envalentonan
Como queriendo poner el pecho a las balas
Que son las palabras dichas al oído en susurro
Que se reflejan en caras y falsas risas
Actitudes de propios y equipos ajenos
Rutas bifurcadas nacidas del odio
Que destilan falsedades y quizás realidades
Que fueron así ciertas en épocas idas
Que no soportan que hoy vean la luz
Por más que huyamos, lo hecho ha ocurrido
Por más que se enojen, nada se puede borrar
Solo reconociendo dolorosas experiencias
Y solo las disculpas podrán remediar
Encuentros y desencuentros que sucedieron
Que sedimentaron pero algo dejaron
El silencio no ayuda, solo oculta en las sombras
La verdad es una sola y ella aflora
Quien quiere ser ciego, no logrará
Hacer Invisible lo que en el ambiente está

Rita Berté - Insatisfacciones

                                                
Siempre la vida aparenta un sano equilibrio
Pero no es tan así como reluce en fotografías familiares
Que todos tenemos y orgullosamente mostramos
Otras veces, al sentir vergüenza, también las escondemos
 Aparecen los problemas, sinsabores y desbordes.
Siempre hay temas irresueltos o pendientes
Tirantes intereses, falsas alarmas, luces rojas encendidas.
Nacen y abortan los deseos más queridos
Reprimidos por autoritarismo absurdo
O cuestiones del machismo receloso
Por más que culpemos, el tirano tiempo erosiona
Ya es tarde para reparar lo ya no satisfecho
Las relaciones se resienten, no mejoran
Llegamos a viejos y seguimos con el mismo tema
Por no ponernos a analizar conversaciones
Que dejamos escondidas en el cofre de la abuela

lunes, 15 de julio de 2013

Susana Osti - Eterna Primavera

      


 El sol comienza a asomar sus tibios rayos. Apenas está comenzando el día y la temperatura no aumentará demasiado, la primavera se está acercando pero el frío del invierno no parece comprenderlo y se niega a irse. Cientos de personas salen de sus camas, algunos se dirigen a sus trabajos, otros preparan a sus hijos para la escuela, las amas de casa preparan las listas del supermercado.
       En el aeropuerto Diana espera la hora de embarcar, ya realizó el check in y ameniza su tiempo recorriendo los locales del free shop. Mira sin ver demasiado, se detiene a probar perfumes, a ver bolsos, carteras, maquillajes. Pero en realidad, no pretende comprar nada. El dinero que lleva quiere reservarlo para su destino, París.
      Hace mucho que deseaba realizar este viaje. De niña jugaba a ser parisina. Se veía a sí misma vestida de negro con un pañuelo atado al cuello. El sonido del idioma le sonaba dulce, sensual, casi misterioso, la erre como tragada, tan difícil de pronunciar para los extranjeros. Diana aprendió algo de Francés pero por una extraña razón abandonó. Ella quería aprenderlo en París, ir asimilándolo como si fuera su lengua materna, desde los inicios, como un bebé, pronunciándolo mal al principio, seguramente.
       Logró encontrar trabajo en una escuela francesa, cuyo segundo idioma era el castellano. Necesitaban una docente cuya lengua madre fuera el español, pero no era indispensable saber francés. La escuela le pagaba el alojamiento y unos buenos euros para vivir medianamente cómoda. Trabajaría desde las nueve de la mañana a las tres de la tarde, lo que le permitiría en los buenos días recorrer París como a ella le gustaba, como una vecina del lugar.
       El avión salió a horario. Como siempre le sucedía el viaje lo toleró lo mejor que pudo. Era totalmente consciente que viajar en avión no era la mejor forma de viajar pero era inevitable. Asientos pequeños, pasajeros sentados muy juntos unos de otros, comida generalmente mala o regular. Siempre el vuelo le parecía interminable, las agujas del reloj se detenían o por lo menos parecían moverse muy lentamente. Pero esta vez le pareció aún más largo, su ansiedad por llegar, su deseo de instalarse, de hacerse de amigos o buenos compañeros de trabajo, aprender el idioma, verlo todo. 
       Quería que ocurriera ya, y el avión se lo estaba haciendo difícil.
       Arribó al aeropuerto Charles De Gaulle temprano en la mañana. Un señor muy respetuoso la esperaba a la salida con un cartelito que decía Diana Castellini. La llevó directamente a la escuela. Allí se entrevistó brevemente con la directora y quedaron en encontrarse el lunes a primera hora de la mañana para comenzar con las clases.
       De allí, en el mismo auto, la llevaron hasta el departamento que sería su hogar los próximos cuatro años. Era de una edificación típica francesa, dos plantas, sin ascensor.
       Ella estaría en la buhardilla, que era verdaderamente un estudio con mucho de bohemia. Dos cuartos cómodos, un baño, sala de estar, cocina, todo bien iluminado. Un balcón terraza amplio, que aunque no le permitía ver el río, lo presentía a lo lejos y con el cielo casi pegándole en la cara.
       Sentía que lo que le estaba ocurriendo era mucho más que un sueño. Tantas veces lo imaginó. Pero siempre pensó que era pura fantasía. Cuando se enteró de la vacante no dudó en enviar su currículo,  pero seguramente no era la única que deseaba el puesto. La asombró recibir a vuelta de correo electrónico la noticia de que estaba entre las elegidas. Todo fue tan rápido, tan vertiginoso,  que ya no recordaba cómo pasó los días seleccionando la ropa, los libros, sus cosas personales, preparando su documentación, despidiéndose de su familia y amigos. Y ahora ya estaba en París, voila!
       Recorrió lo que sería su hogar, lentamente, tocando sus paredes, los sillones, las cortinas. Acomodó sus ropas en el dormitorio, los libros en la biblioteca de la sala, los cosméticos en el baño.  
       Debía comprar comida, tenía que salir a buscar sus primeras provisiones, como una semejante más.
       Salió a la calle, caminó lentamente mirando los negocios del vecindario. Los árboles de la Rue Saint Sulpice le brindaban su sombra en estos primeros días de septiembre,  todavía tórrido y creyó que el ruido de los transeúntes le estaba dando la bienvenida. Levantó el mentón como queriendo dar a entender que ella no era una turista,  no era una forastera, ella pertenecía a ese lugar, era una de ellos.   
      Claro que eso fue disminuyendo a medida que entraba en los negocios de alimentos. Se podía comunicar,  pero claramente le faltaba mucho que aprender para que la consideraran. Los parisinos, a diferencia de lo que creen los turistas, son muy amables cuando ven el esfuerzo por comunicarse en su idioma. Valoran el intento, aunque sea a media lengua. Es respeto por el país que los recibe.
       En el supermercado fue bastante fácil, los alimentos están en las góndolas y leer es más comprensible que escuchar…..y ni que decir de hablar. Compró lo más necesario, de a poco se iría acostumbrando a las hábitos cotidianos. Se veía a sí misma charlando y riendo con el panadero, el farmacéutico de la esquina, la vendedora de la tienda. Pronto todos se familiarizarían con ella, hasta reconocerla por la calle y saludarla……Bonjour Diana!...... Bonjour Cyprien!
       Faltaban cuatro días para el lunes, lo que le permitiría reconocer su entorno, situarse físicamente, porque mentalmente hacía años que se estaba preparando, inconscientemente quizás.
       Llegó caminando hasta las orillas del Sena, reconoció que estaba del margen izquierdo de la ciudad, caminó hasta llegar al Pont Saint Michel que la llevaría hasta la Ile de la Cité. Miró a su alrededor, todo le parecía familiar, de tanto mirarlo en los libros, de tantos años viéndolo en fotos. Entró en Notre Dame y un frio le recorrió el cuerpo.
      Tanta grandeza, tanto arte. Decidió que esa sería su iglesia, allí iría a rezar cuando lo necesitara. Salió y se dirigió hasta la Sainte Chapelle. La capilla inferior la asombró por sus colores intensos y sus paredes cubiertas por lo que de lejos parecía empapelado. Cada pieza puesta una por una por una mano diestra. Pero la capilla superior la dejó sin aliento, sus ventanales inmensos contaban la historia de Cristo. El rosetón de múltiples colores, el espacio tan lleno de gente, todos turistas, claro. Ella no, ella residía allí. Los miraba a todos con aire de superioridad, como diciendo ……miren todo lo que puedan, mañana estarán en otro sitio y pronto volverán a casa,  yo puedo venir mañana y pasado y pasado y pasado. Esta capilla pertenece a mi vida diaria ahora.
       El resto del tiempo lo dedicó a caminar sin rumbo fijo, no era imprescindible ver todo urgentemente cuando tenía tanto tiempo para hacerlo. Solo se acodó en el puente para ver de lejos la torre que apenas toleran los parisinos. Ya llegaría el momento de verla de cerca, ahora quería caminar por donde sus pies la llevaran.
        Así pasó el resto de sus días, visitó la famosa librería Shakespeare, paseó por las plazas, entró en el Pompidou, encontró por casualidad la casa que antaño fuera de Madame Pompadour, agradeció a los parisinos por indicar tan claramente los puntos de interés de su ciudad, incluso se topó con el café donde se gestó la Revolución Francesa.
        Tuvo oportunidad de conocer a una vecina de su edificio Madame Soulvan, una coqueta y enérgica abuela que caminaba con aire de realeza pero que le brindó unos minutos de su atención. En realidad pronto entendió la importancia de las parisinas por su aspecto personal. Todas se vestían muy bien a todas horas del día, se las veía con tacos altos a primeras horas de la mañana y siempre muy a la moda.
        Comprobó con sus propios ojos porqué  esta ciudad es tan apreciada por el mundo entero, aquí se respira cultura, arte, historia, glamur, bohemia, moda. Hay de todo para todas los sensibilidades, aun las de los más exigentes. Hoteles regios u hotelitos con aires indolentes pero colmados de cadencias francesas. Grandes museos o petit hoteles abiertos al público para mostrar su pasado fastuoso. Bares de notoriedad internacional o barcitos con aroma a café recalentado. Una ciudad en verdad cosmopolita, todas las razas se atraviesan a cada paso, pero se diferencia rápidamente al parisino del viajero.
       Las noches son en verdad extraordinarias, la ciudad luz demuestra lo bien ganado de su apodo. La torre Eiffel emite sus colores a toda la ciudad, los puentes se llenan de luz, las callecitas con sus comercios, bares y restaurantes iluminados cálidamente, acompañados por una música que sale de alguna guitarra o algún piano escondido tras las ventanas.
       Y el lunes llegó. El día anterior preparó un trajecito claro que acompañara las  temperaturas. Se duchó, se maquilló, desayunó ligero y luego de enfundarse en su atuendo salió a la calle. La escuela estaba a pocas cuadras, lo que le permitió caminar y reprimir en algo su ansiedad.
       No fue fácil, como ocurre con los nuevos, las caras de desconcierto se reflejaban en sus compañeros. Encima no hablaba bien el idioma, la comunicación era pobre. La recibieron con respeto pero también con reserva.
       Los alumnos la aceptaron mejor, aunque fue motivo de bromas muchas veces, por su mal pronunciamiento. Su personalidad hizo que la aceptaran y se sometieran a su autoridad.
       Todas las tardes tomaba un café sola, escuchando su voz interior y preguntándose si había hecho bien en dejar su país, en querer pertenecer a una cultura desconocida para ella, donde las tradiciones no significaban nada, donde la comida no sabía a la de su madre, donde hacía frio en Navidad, donde se cena a la hora en que ella tomaba el té, donde las personas raramente se frecuentan, donde las noches con amigos son escasas, donde un abrazo contenedor extrañamente se logra.
       Caminó muchas veces hasta la torre, hasta que esta fue algo tan cotidiano que perdió sentido. Recorrió el Sena en tantas oportunidades que le era totalmente lógico verlo a menudo. Pasó tantas veces por el Louvre y tantas otras entró que su fachada pasaba desapercibida ante sus ojos.
       Los días libres caminaba por los jardines del Luxemburgo o se sentaba en sus bancos a mirar pasar la vida. La Madeleine, el Arco del triunfo, Montmartre, formaron parte de su cotidianeidad. Lo que al principio la fascinó ahora  era su vida de todos los días. No le desagradaba en lo absoluto, sentía que este era su lugar, que por tantos años de esfuerzo merecía estar allí.
       Sus compañeros de trabajo se acercaron a ella luego de un par de meses. Ahora tomaba café con varios amigos.  Era encantador poder contarles su vida en Argentina y escuchar cómo era la vida de sus compañeros oriundos de diversos países del mundo. Las diferencias sumaban experiencias maravillosas.
       Solían frecuentar La Fourmi, bar donde tomaban unos tragos y escuchaban buena música o a Le Café Du Passage a degustar buenos vinos, antes de ir a las discotecas. Usualmente asistían a Studio 287,  para bailar hasta la medianoche o a Le Noveau Casino por su música electrónica y sus efectos especiales de imagen y sonido. Si querían cenar y bailar se encontraban en La Favela Chic, tomaban caipiriña y bailaban samba, funk o música pop.
       Sus compañeros la llevaron una noche a un remolcador, frente a la Biblioteca Nacional. Al principio no captó la idea pero luego de unos minutos pudieron escuchar un increíble concierto de jazz , era Le Batobar, conocido por pocos.

       Otro de sus grandes placeres era caminar por los Quai que costean el Sena o La Sena como le dicen los parisinos. Mirar los edificios desde allí era tener otra perspectiva de París.
       Llegó el frío y con él las fiestas. ¡Qué extraño le parecía tener frío en Navidad! ¡Qué increíble caminar por los Campos Elíseos iluminados de azul! ¡Sentir sobre la cara caer los copos de nieve! Para Diana era como una caricia para el alma. La alegría reinaba en todas partes, las manos llenas de paquetes, las caras sonrientes y sonrosadas por el frío, toda París era un mar de destellos de luz.   
        Pasaría la Navidad con unos buenos amigos del trabajo, que la sorprendieron con la invitación. Creía que la pasaría sola en su buhardilla, extrañando a sus padres, a sus amigos, al calor insoportable de Buenos Aires, a las comidas cargadas de energía que no se correspondían con el clima. Igual los extrañó, pensó en ellos a cada momento, sobre todo a media noche cuando las copas se alzaron para recibir la Navidad. Una sensación extraña se apoderó de ella. ¿Qué hacía allí, lejos de sus seres queridos, de sus afectos? Cumplía su sueño, eso hacía. Supo desde siempre que ningún sueño es perfecto, la nostalgia llega siempre en el momento justo. El alcohol ayudó a disminuir un poco  su melancolía. A pesar de estar de vacaciones invernales, no podía viajar a Buenos Aires, sus ingresos eran buenos pero no para pagar el pasaje……..el año próximo será.
         Y ese nuevo año llegó y otra vez volvió a experimentar los mismos sentimientos que en Navidad.  El ambiente era ahora mucho más alegre, la gente salía a la calle a recibir el año, llenas de chicos, mujeres, hombres, todos volcados en las veredas, la avenidas, los bares, las esquinas de todo París.
         Un compañero de trabajo la invitó a esquiar a Autrans, en Los Alpes del Norte, donde él tenía parientes. Robert era de ascendencia africana, Diana nunca había tenido un amigo negro, pero en París era lo más común encontrarse con personas de color. Si bien Robert era de origen negro era muy francés, había nacido en París, allí se había criado, estudiado, al igual que varias generaciones anteriores. Era tan francés como cualquier otro. Aunque él sabía que en un pasado remoto, un ancestro suyo había llegado a Francia desde África como esclavo.
         Pasaron unos días espléndidos, Diana había esquiado unas pocas veces, hacía ya tiempo, en Bariloche. No recordaba mucho pero su cuerpo guardaba algún registro de lo aprendido y con práctica y paciencia logró deslizarse decorosamente. Robert lo hacía a las mil maravillas.
          Su familia era muy agradable, aunque a Diana le resultó extraño verse rodeada de tantas personas de color en medio de la blancura de la nieve. Pronto dejó de notar la diferencia al conocer más detenidamente a cada integrante. Sus charlas, sus risas, el trato que le dispensaban le hizo notar la poca importancia del color de la piel. Ellos le hacían extrañar un poco menos sus propios afectos.
          Volvieron al trabajo unos pocos días después. Se acostumbraron a salir juntos del trabajo y a tomar un café en los Deux Magout en la esquina de Saint Germain.  Él le contó que grandes escritores franceses habían pasado, a su tiempo, por ese café. Allí se generaron interminables conversaciones literarias, filosóficas y políticas.
          Llegó Julio y las vacaciones de verano eran sumamente necesarias luego de un año de fuerte trabajo. Robert y Diana decidieron pasar unos días en la Costa Azul francesa y correrse hasta la italiana.
         Era previsible lo que iba a suceder, la atracción se presentó ante ellos. Formaban una pareja singular, él tan moreno casi como el ébano, ojos profundos, alto, musculoso. Ella rubia, de piel blanca, ojos verdes, delgada. Sin proponérselo había encontrado lo que no sabía que estaba buscando.
         El verano pasó y otro otoño llegó.
         Luego del primer año ya todos la conocían. Ahora era parte del todo, fundida en el idioma, aficionada a sus tradiciones, conocedora de sus comidas, asistente habitual de las galas del teatro, acompañada por Robert, amigos o compañeros de trabajo.
         Había logrado lo que quería, conocía París hasta en sus más recónditos lugares. Podía experimentar lo que había ocurrido en cada sitio, en cada monumental edificio, en cada iglesia, en cada calle.
         Sabía en cuales tiendas de ropa se conseguían prendas de marcas famosas a buenos precios, donde ver buenos musicales, conseguir las mejores promociones en las liquidaciones de temporada. Era una más.
         Extrañaba su hogar, sus amigos, su familia, los aromas de sus comidas, las charlas telefónicas interminables,  pero la extrañeza se amenguaba con la presencia de esa oscura piel que la acompañaba incondicionalmente.
         El amor, la seducción y el sexo le resultaron extraños al principio, pero lo disfrutó después. Los hombres franceses son atrevidos, conquistadores y grandes amantes. Así era Robert,  un poco melodramático para su gusto, pero la satisfacía plenamente.
         Durante este tiempo, ambos se acostumbraron a pasear por Europa cada vez que sus trabajos se lo permitían. Todo estaba relativamente cerca, a veces viajaban en tren, otras en auto, unas pocas en avión. Londres, Roma, Bruselas, Ámsterdam, Barcelona……………..fueron testigos de la unión que se generaba en ellos. Al principio, Diana sentía cierta sorpresa cada vez que ese cuerpo azabache se afirmaba sobre el suyo. Su piel sedosa, sus músculos acerados y  su olor le eran completamente desconocidos pero extrañamente atractivos.
           Así también una nueva Navidad y un nuevo año llegaron. Diana no pensó en viajar a su país.  Sus padres vendrían a pasar las fiestas con ella, Robert y su familia. Fue un encuentro muy emotivo, una Navidad plena, llena de nieve y llena de afectos.
         Al cabo de tres años, la vida de Diana había cambiado substancialmente. Se había mudado a un departamento más grande, frente al Sena, en el barrio Saint Germain. Robert se había mudado con ella, planeaban formar una familia y esto no se hizo esperar mucho. Doce meses después nació una hermosa morenita de ojos extrañamente verdes.
        Los cuatro años de contrato  llegaron a su fin. Pero era probable que se lo extendieran por otros cuatro más.
        Este era su lugar en el mundo. Allí  se encontró a sí misma, al amor, a la paz que no había encontrado en su propio país.
         Fue arduo acostumbrarse al cambio y siempre sintió que algo le faltaba, pero allí estaba lo más completa que se podía estar. Lloraba cada vez que escuchaba su himno, se alegraba de enseñarle a Robert a bailar tango, le producía placer homenajear a sus invitados con las comidas que su madre le cocinó hasta el mismo día de su partida, acostumbró a sus amigos a reunirse cualquier día de la semana solo para charlar.
        Aquí estaba,  donde siempre quiso estar. Con el paso del tiempo su familia aumento y sus integrantes,  de variados tonos moreno, unos pocos de tez clara, algunos de ojos oscuros, otros de ojos aceitunados,  formaron una mezcla por demás singular.
        Así, su vida y su historia pasaron de ser un indiferente otoño a una perdurable primavera. 
        Dejó su huella en los genes de su familia y cada mañana de cada día recibía un Bonjour Diana! Y ella respondía,  en un perfecto francés…..Bonjour Cyprien!
       Volvió a su país con motivo de los 80 años de su madre,  con su marido y sus hijos. Causó un gran efecto entre su familia y sus amigos.
          Al día siguiente de la reunión familiar, Diana salió con Robert  a recorrer su barrio, le mostró sus calles, el club donde de niña practicaba algún deporte y se juntaba con sus amigos, tomaron café en un lugarcito nuevo que Diana no conocía.
       Iban caminando por la calle, una moto se acercó raudamente, tiró de la cartera de Diana. El efecto fue tremendo, voló por los aires, la moto la arrastraba hasta que se desprendió de ella golpeando su cabeza sobre el cordón. Su razón se nubló.

        Atónito, perplejo, casi sin hablar, Robert regresó a París……solo con sus hijos.

Rita Berté - Atila


Al nacer, sus padres lo llamaron Atila, pero ese nombre no congeniaba con el carácter del niño. Éste tenía la mirada triste y vergonzosa siempre dócil,  como cargando en sus espalditas una angustia etérea,  inseparable compañía hasta bien entrada la adolescencia.
Intrigaba verlo en esa situación imperturbable, parecía  un pequeño con cara de adulto. Me cuestionaba respecto a ello, encontraba misteriosos todos los mecanismos que rodeaban sus movimientos.
Los padres trataban de disimular ese vacío, llenando de juguetes y ornamentos el cuartito de Atila. Festejaban con cierta discreción sus cumpleaños, pero  cuando fue su quinto aniversario, decidieron contratar un salón donde el papá actuó de mago, pero la integración lograda con los chicos invitados fue a media máquina.   
De improviso y sin solicitarlo de España, me llega un mensaje aclaratorio,” Atila es adoptado”
¿Pero cómo puede ser?,  vi a su madre embarazada  ¡Con una prominente panza a punto de parir!
Reitero la información, es de buena fuente, es adoptado.
“Sigo sin entender nada de nada” ¿Cómo puede ser que engañaron a casi  toda la familia? Alguien tiene que saber algo más o haber participado de un pacto de silencio.
Atila, de abanderado en la escuela primaria, pasa al abandono de la secundaria. Ahora todos estábamos más desorientados que antes.
Hasta que un conocido decide dar un paso adelante,  respecto de la incógnita que sobrevolaba sobre nosotros en ese momento, preguntándole a una tía abuela de Atila.
 ¿Atila, es hijo de Desaparecidos? Ésta se tomó su tiempo y suspirando respondió “Si, puede ser. Si, puede ser”.      


domingo, 14 de julio de 2013

Margarita Rodríguez - La figurita difícil



Ella camina las tres cuadras siempre de la misma manera, eso comenzó a llamar mi atención; mi pasatiempo favorito es predecir sus movimientos. Desde mi ventana del primer piso tengo la ubicación perfecta para abarcar todo su trayecto, desde la avenida hasta que dobla la esquina dos cuadras más adelante. En total son trescientos metros de vista panorámica, mi casa está a una cuadra y media de la avenida.
A las tres menos cinco de la tarde, invierno o verano, con sol o con lluvia, parece que sus pasos se posan siempre exactamente en el mismo lugar, como si los pies fueran atraídos por vaya a saber uno que fuerza magnética, como si su cabeza no los dirigiera. Camina por la vereda de enfrente. Desde hace algunos días reparé por distracción en esta transeúnte desconocida para mí y, a la vez,  vagamente familiar. Estaba seguro que no era ninguna vecina, de otro modo me hubiera cruzado con ella en alguna otra circunstancia. Aunque hace poco que volví al barrio para instalarme definitivamente, creo conocer a todos mis viejos vecinos. Es una mujer madura, tal vez venga de visita pero ¿Todos los días a la misma hora? A lo mejor viene a cuidar a los nietos mientras los hijos trabajan… ¿De dónde la conozco? Es elegante, usa faldas amplias hasta la pantorrilla, a veces pantalones, pero siempre de vestir. Se ve que es una mujer coqueta porque luce maquillada y bien peinada, pero sin exagerar. Siempre el mismo itinerario, desde que aparece del lado de la avenida hasta que se pierde de mi vista al doblar la esquina de Juan B, Justo.
 Instalé el estudio en lo que fue la habitación de mis padres. Es cómodo, con un gran ventanal que da al frente, bien iluminado. Vuelvo al escritorio y me dispongo a seguir trabajando. Mi madre me llama desde la cocina, había preparado café; ella no puede subir las escaleras, así que bajo a buscar el mío. Desde que me separé estoy parando acá, y no es que no haya pensado en alquilar un departamento en el centro, en el caos actual que es mi vida y, hasta que me organice nuevamente, me instalé en su casa. Es amplia, tranquila, estamos solos, ella es independiente a pesar de la edad  y, como toda madre inteligente que es,  me contiene respetando mis tiempos  y decisiones. Conversamos como dos adultos que se hacen compañía.
_ Quien es esa mujer que pasa todos los días a esta hora, no la ubico del barrio.
Cuando le doy más referencias, la reconoce:
_ Es Otilia, ¿Te acordás?
Sabía que me resultaba familiar ¡Otilia, la empleada de Don Virgilio!
_  ¿Todavía sigue trabajando en la librería?
_  Todavía sigue soltera y trabajando, casi siempre la veo por la mañana, cuando salgo a hacer las compras, me saluda desde adentro cuando me ve pasar. Se acuerda el nombre de todos los chicos del barrio. A veces pregunta por vos “¿Cómo está Jorgito?” me dice y le respondo “Grande, está grande”.
Mi madre deja escapar una sonrisa y yo me pierdo en un remolino de recuerdos. Hice cálculos, la última vez que la vi yo tendría dieciocho. Mamá, adivinando mis pensamientos, los acomoda.
_  Dejame hacer memoria… Vos tenías doce cuando empezó a trabajar en la librería, era muy jovencita, tendría  diecisiete. Por ese entonces ya no querías que te acompañe a la escuela, así que te miraba desde la puerta hasta que doblabas la esquina.

La librería se encontraba  frente a la escuela y también funcionaba como quiosco, por lo que me cuenta mi madre, ahora se hicieron cargo los hijos del dueño. Recuerdo que rara vez entraba, simplemente esperaba ser atendido por la ventanilla. Lo que veía eran medios cuerpos, a veces Don Virgilio, a veces la esposa y otras a Otilia. Las compras eran rápidas, de último momento porque casi siempre llegaba tarde. Durante el verano, ni pisaba la calle de la librería, pasaba las tardes en el club que estaba en otra dirección. La escuela y su universo desaparecían de mi existencia por los tres meses que duraba el receso. Cualquier otra actividad estaba encaminada hacia el lado de la avenida. A los dieciocho, cuando terminé el secundario e ingresé a la facultad nunca más volví a caminar el barrio. Entonces, ella debía tener veintitrés.
 Mi madre pone los pocillos de café en la pileta de la cocina y se va a dormir la siesta dejándome solo con mis pensamientos. Me acuerdo repentinamente del papel secante, del olor a tiza y los cartuchos de 303. De las hojas canson,  la tinta china y los plumines. Del álbum incompleto de figuritas que, ¡Quien sabe a dónde habrá ido a parar!

Salgo corriendo, ahora que ya abrió la librería, para ver si consigo el sobre con la difícil de Bochini.

miércoles, 10 de julio de 2013

Raquel Mizrahi - La evasión


                                                      

La hermana y el cuñado insistían: “Andá a visitarla, te va a hacer bien conversar con alguien”. Y a pesar de que les puso mil excusas lograron convencerlo.
La primera vez hasta colonia usó, pero al llegar a la puerta volvió sobre sus pasos. Se puso a insultar en voz baja y en la esquina se quitó el peluquín.
Paró el primer colectivo que pasaba y eligió un asiento del fondo. Se abrió el botón del cuello, corrió la ventana y dejó que el aire le refrescara la cabeza.
Cuando ya habían pasado unas cuadras, suspiró aliviado y se preguntó por qué no lo dejaban tranquilo, si estaba bien así.

Volvió la segunda vez decidido a tocar el timbre, pero sus manos seguían en los bolsillos cuando dio media vuelta y se fue para la estación.
Examinó el horario de los trenes y  se puso a pensar en lo lindo que estaría el Tigre a esa hora. Buscó la billetera para pagar, se quitó el pesado sobretodo, y se apuró a subir cuando sonó el silbato.
Una mujer parada en el andén opuesto le sonrió con descaro a través de los vidrios. Él desvió la cabeza hacia el frente y se cruzó de brazos durante el resto del viaje.
                                                                                          
Se juró que la tercera iba a ser la vencida. Tratando de acortar distancias, caminó a paso vivo por las calles de ese barrio que en los últimos tiempos recorría hasta en los sueños.  
Cuando faltaba media cuadra le empezaron a flaquear las piernas. Paró un momento para reponerse, tomó envión y se echó a correr.

                                                                                           


domingo, 7 de julio de 2013

Marcos Robledo - Leyenda de "La Garganta del Diablo"




Hace miles de años, aunque no se crea, los dragones existían. Estos eran malvados y asustaban al poblado de la región, la cual era atacada por ellos. Los dragones sabían que eran temidos por los lugareños y con ello abusaban y los hacían sufrir. Para que estos no sean acosados, sólo les pedían un verdadero sacrificio, a cada pueblo. Ellos rondaban en diversos poblados, en los cuales les decían que tenían el plazo de tres Lunas Nuevas para entregar al niño que justo nazca en esa luna.
Una mujer que debía entregar a su niño, el quinto de la familia, se había negado rotundamente. El poblado enteró y estaba enfurecido con ella, porque por su culpa eran acosados, pero nadie veía el dolor de tener un hijo y tener que entregarlo como si no valiese nada. Esto llega a los oídos del Dragón Emperador, que de inmediato se había dirigido al pueblo. Y le dijo las siguientes palabras: - Si en tres días, antes de que termine la luna nueva, no me entregas a tu hijo… Arrebataré su vida y la del resto de sus hijos. Si uno llegase a escapar, los perseguiré hasta hallarlo, por los siglos de los siglos.
Ella estaba al tanto de que, a unas horas del pueblo vivía un brujo, que según decían las malas lenguas, ya había peleado con dragones y sabía como eliminarlos. Ella logró encontrarlo en medio del bosque, lo puso al tanto de la gravedad de la situación, entonces él se preparó con un escudo, la espada y lo más magnifico que tenía, su magia.

La batalla duró cinco largos días, en los cuales luchó sin cesar contra los dragones. Uno tras otro, dragón tras dragón caía derrotado. Hasta que llego al combate final, con el Dragón Emperador, el más viejo y fuerte. La ardua batalla duró más que contra un simple dragón, pero gracias a su magia logró vencerlo.
Como los dragones muertos eran muchos y, la gente no sabía que hacer con ellos (la carne era dura y el cuero no era bueno). El brujo les sugirió que él podría hacer  algo con ellos. Fue así que los convirtió en rocas, las que la gente del pueblo denominó comúnmente “Garganta del Diablo”, porque según cuentan los lugareños que en las noches de Luna Nueva, si se hace silencio, aún se oyen los gemidos y bufidos de los dragones.

Hoy esta cascada, junto con otras, forma parte de las Cataratas del Iguazú, que se encuentran en la provincia de Misiones, Argentina.

Susana de Roca - Sala de espera

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  La sala de espera de la clínica estaba repleta. Lo único que me tranquilizaba, era pensar que quizás no todos tuvieran que hacerse el mismo estudio.
  La tarde caía y varias personas habían sido atendidas, pero quedábamos: el nene de uniforme, que a cada rato se acercaba a la puerta esperando a su mamá; la señora de sombrero extraño, que pasaba las cuentas de un Rosario; una chica joven, quien seguramente había sufrido un accidente, ya que tenía un ojo morado y la cabeza vendada, un señor de mediana edad  que no miraba a nadie, y yo.
  La noche fue cubriendo los rincones de la calle, y la clínica comenzaba a quedar en silencio. El nene se había quedado dormido en un banco;  los pasillos arrastraban pasos que habían partido, y nosotros allí en esa sala “esperando la carroza”.


                              Susana de  Roca, 1 de julio 2013