Si bien era un almacén de ramos generales, había heredado de la época colonial características físicas y funcionales de una auténtica pulpería, en el medio del cruce de la ruta Provincial Nº 142 con la Municipal Nº 88.
Antes de que cayera sobre ella cada atardecer, su barra se llenaba de parroquianos en busca de consuelo a sus desgarradoras e inmutables situaciones laborales, explotados la mayoría de ellos por los endurecidos terratenientes locales. Éstos no encontraban consuelo a sus desgracias, ya instaladas en esos cuerpos que parecían desfallecientes entes incapaces de seguir soportando la pesada carga de sus osamentas. Sus manos, casi siempre callosas y arrugadas de tantos embates diarios, llenos de una agobiante monotonía, no llegaban siquiera a cambiar con la llegada de las primeras golondrinas viajeras.
Lo mejor de sus vidas era reencontrarse con los otros peones en el almacén, tomarse de golpe el primer vaso de ginebra, sentir cómo el viscoso líquido corría por sus ásperas gargantas, decididos a que el tiempo ocupara ese vacío profundo. En la medida que sus mentes se iban blanqueando, de golpe entraban en trance a través del fértil terreno de la imaginación.
Pasar de la realidad a la irrealidad, era casi automático. Así comenzaba la ronda de relatos de audaces gauchos, soldados, peleas a cuchillo y de difuntos cuyas ánimas seguían peregrinando en busca de la tranquilidad de espíritu, penando a campo traviesa sin poder reencontrarse con sus respectivos dueños, o corporizarse en alguien que los adoptara y al fin dejar de huir en ese eterno calvario al que estaban sometidas.
De golpe aparecía una luminiscencia en el fondo del oscurecido paisaje, que como un tembloroso cortinado en el cielo, cerraba la vista en la lejanía.Todos se persignaban, era como una habitual y anticipada ceremonia en que comenzaban a entrecruzarse tímidamente las miradas, no sabiendo si llegaría hasta ellos como en otras oportunidades, o continuaría su recorrido en dirección opuesta.
Una tarde entró a la pulpería una persona desconocida, portadora de una clara palidez, tal membrana transparente de un huevo recién puesto. Entonces se produjo un desbande descomunal, cada uno huyó saltando los angostos ventanucos, olvidándose en la confusión rebenques, bolsas o aperos tirados por tierra o en el costado de la barra.
Otro día, sin que nadie lo llamara con su mente, asombrosamente reapareció de improviso el finado Rosendo, que se llevó el lauro mayor: como era su terrenal costumbre, siempre acompañado de su guitarrón y sin mediar palabras, comenzó a templar las cuerdas con su ya reconocida ronca voz. Desde ese momento volvió a llenar el vacío producido desde su partida en el espacioso salón, pero de antemano subió la apuesta a los parroquianos, al pedirles que no se retiraran despavoridos, sinceramente venía en son de paz social, queriendo pasar con ellos ese espacio ganado con el sudor de la frente. No sabía cómo superar la depresión originada en su solitario vivir y errático deambular, no deseaba seguir el derrotero de los demás mortales y les hizo el siguiente planteo: si logro dar caza y encerrar a todas las ánimas errantes en la antigua gruta del cerro, ¿me permitirían venir todas las tardecitas a tocar mi instrumento ?
Así fue cómo Rosendo consiguió vencer su sufrido destino, ser aceptado, aplaudido y con el trascurrir de los años, la pulpería se fue llenando de ánimas, no en pena, más bien de personajes de alta estima y desde entonces el lugar se convirtió en circuito obligado, en una referencia de todas las agendas de turismo que ofrecían conocer esa Pulpería como un lugar religioso-cultural, estudiado, investigado y aceptado como prueba por todos los grupos espiritistas del país.
Que buena historia,me gusto !!!!! Felicitaciones Rita. Carinios ... Cristina.
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