Si
debo elegir un lugar de la casa, éste en el que estoy ¡No lo cambio
por ninguno!
Será
porque aquí nací. Cada rincón lo transito diariamente.
Me
resulta cálido en invierno y razonablemente fresco en el verano.
Salvo
una pared en la que están la ventana y la puerta, las otras tres,
están cubiertas por nueve estantes con: libros, porta CD, trofeos y
un gran bastidor con fotos.
Sobre
el piso: el escritorio con la computadora, el equipo de audio y
completa el mobiliario una mesa plegable. Sobre ella: carpetas,
textos, bolígrafo y anteojos.
Es
inevitable especialmente en noches calurosas, que aparezca alguna
visita indeseable como la cucaracha y otras no tanto: mosquitos,
polillas y pequeñísimas hormigas voladoras ¡Siento gran placer al recibirlos!
Agustín sólo amenaza con el desalojo. Es que son tantas las horas desveladas
que compartimos.
Cuando
se queda pensativo con su mirada hacia aquí, siento que soy algo más
para él que una arañita rinconera en el cielorraso.
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