Juan espera que cambie la luz en
la senda peatonal y un aroma cítrico le hace girar la
cabeza. Acerca la nariz al cuello de la mujer
parada a su lado y cierra los ojos, embelesado.
Cuando frenan
los autos, el perfume se desvanece y una mano lo golpea en el hombro.
-Qué hacés
Juancito ¿estás en trance?
-¡Hola! -la voz
de Héctor saca a Juan de su ensoñación.
-No sabía si
despertarte, pero la gente te iba a pasar por encima.
-Es que los
perfumes me pueden, no hay caso.
-¿Los perfumes o
las minas que los llevan?
-Las minas, ya
se sabe, pero esos aromas… me transportan al cielo.
-Ojo, a ver si
terminás como el psicópata del libro.
Los dos amigos entran
al bar y la mesa de los lunes se completa.
-¿Qué noticias
traen de la calle, muchachos? –les pregunta Oscar, que suele llegar una hora
antes con el diario bajo el brazo.
-Recién lo
pesqué in fraganti a Juan oliéndole el cuello a una mujer.
-Yo odio los
aromas penetrantes. Se los tengo prohibido a Norma, que a veces me hace trampa,
pero mi olfato es muy sensible. Prefiero los olores naturales, nada de
artificios –Eduardo, como siempre, es el primero en opinar.
-A mí me gustan
las fragancias sutiles, delicadas, las de los perfumes finolis –dice Oscar mientras
busca entre las páginas del diario -. Mirá la Brigitte Soler , ella
no se pone cualquier cosa.
-¡Pero si el plástico
que tiene encima no le permite absorber nada! –Héctor mira la foto estirando el cuello –. Aunque hay que reconocer
que está bien distribuído.
-Bueno, paren la
mano, que si mi hija escucha las cosas que hablamos acá ¡me mata! –Eduardo
busca al mozo por el salón llevando la cabeza para todos lados.
-¿Por, desde
cuándo tenemos micrófonos? –le pregunta Héctor contrariado.
-Es que me tiene
loco con el tema del machismo, la discriminación, la identidad de género y la
mar en coche.
-Eduardo: puedo
entender lo que te pase con tu hija, en tú casa, pero acá nunca permitimos que
las mujeres interfirieran. Los comentarios quedan entre nosotros.
-Bueno, es que
justamente iba a pedirles un favor: la nena tiene que hacer una especie de
encuesta a hombres de nuestra edad, y me pidió si podía acercarse para hacernos
unas preguntitas…
-¡Ah noooo! A mí
dejame de encuestas -Héctor niega con la
mano y la alza para llamar al mozo, que como siempre, mira para otro lado.
-Pero qué te
cuesta che, te pregunta, le contestás lo que te parece y ella hace el trabajo
para la facultad. Necesita
encuestar por lo menos a uno, y ya está por llegar.
-¿Ahora?
-¿Acaso no somos
amigos? Aparte, mi piba es ubicada. Un buen periodista no ataca al
entrevistado, ya me lo dijo.
-Y… ¿de qué
versa el trabajo?
-Es sobre la
conducta de los hombres con las mujeres, en la calle.
-¡Bueno, para
eso lo tenemos a Juancito: un “modelo” de comportamiento masculino!
Los amigos ríen a carcajadas en la cara de Juan, que los contempla impasible mientras el mozo espera el pedido.
Los amigos ríen a carcajadas en la cara de Juan, que los contempla impasible mientras el mozo espera el pedido.
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