viernes, 29 de marzo de 2013

Raquel Mizrahi - Un amor imposible




Las dos luces rojas se perdieron calle abajo hasta desaparecer y ella quedó petrificada detrás de la puerta entreabierta.
Ahora lo imaginaba con una mano en el volante y la otra tomando la de Inés, o acariciándole la pierna como tantas veces.
Porque no les importaba que estuviera sentada atrás, obligada a desviar la mirada hacia la ventana tragándose las lágrimas.

Así había sido siempre. Lo adoraba en silencio sabiendo que Juan sólo tenía ojos para su hermana. 
Las pastillas ya no surtían efecto y sólo al escuchar su voz en el teléfono lograba serenarse. Por él había vuelto a ser una niña traviesa.  
Sin embargo, cuando le dieron la noticia del viaje les ofreció su auto.

Subió las escaleras aspirando el perfume de los tilos del parque. 
Mientras acomodaba la cabeza en la almohada, el viento traía desde la ruta el eco de una sirena y se levantó a cerrar la ventana para que no le perturbara el sueño.


Margarita Rodríguez - La Inundación



El mal clima se está anunciando desde hace varios días, no obstante, una benévola brisa del sur mantiene los nubarrones a raya.
En el horizonte el río marrón se funde con un cielo gris plomizo, iluminándose a ratos, con descargas eléctricas que parecen romperlo en pedazos.
El viento encrespa las olas cada vez más, obligando al hinchado río a golpear con furia el murallón.
Dos viejos miran a través del ventanal del boliche.
-¿Viste el viento? Se puso bien sudeste- comenta Raúl, uno de ellos.
-No va a pasar nada- responde Tito, mientras sacude el cubilete entretenido en una partida de dados.
- Me parece que hoy tenemos agua. Detrás del mostrador El Chino acota preocupado y, alzando la voz, dice: Walter, levantá los cajones del fondo, ponelos bien alto, que la vez anterior perdí cuatro.
Dos chicos descalzos entran al local que también funciona como despensa.
-¿Qué van a llevar? – Les pregunta.
 Uno de ellos le entrega una libreta con una nota en la que lee: leche, pan, yerba…
El chino les da el pedido, anota la deuda y le devuelve al chico la libreta:
-¡Qué no se moje! -les recomienda y, observando cómo se  alejan por el medio de la calle, chapaleando en el agua que ya empezaba a correr,  ganando los niveles más bajos, dice: ¡Estos mocosos en patas! ¡Nunca tienen frío!
Elvira, otra vecina, entra a comprar velas  y comenta: ¡Están diciendo en la radio que se espera una grande!  Mejor saco a los chicos de la escuela antes de que dejen de circular los colectivos.
La sirena de los bomberos no deja lugar a dudas. Tienen orden de hacer sonar una corta cada media hora mientras dure la creciente.
¡Qué no es nada!  - dice el menos optimista de los parroquianos y, arremangándose los pantalones hasta las rodillas, se despide del grupo.
Las luces de las calles comienzan a encenderse antes de lo habitual, todavía no cae la tarde, pero un espeso manto de nubes  oscurece  el ambiente.
Bajo una llovizna persistente que amenaza con transformarse en aguacero, el carretón de la municipalidad se encarga de evacuar a algunos vecinos y de acercar hasta sus casas a los que vuelven de sus jornadas, presurosos por tomar  algo caliente, y prestos a poner a resguardo sus pertenencias.
Así transcurren las últimas horas del día hasta que la negrura  lo envuelve todo en una quietud fantasmal.
Desde la ventana de su casa Raúl mira como el agua lame las baldosas del patio a la luz de un farol. Por precaución, Defensa Civil decretó el corte del suministro eléctrico.
En el silencio solo se oye el viento y, a lo lejos, el romper de las olas contra el murallón.


jueves, 28 de marzo de 2013

Susana A. de Roca - Quehaceres domésticos


   


Mariano Reyes podía pasar inadvertido en cualquier parte. Era un hombrecillo gris, callado y escurridizo. Vivía en las afueras   del pueblo, en una casa antigua, que amenazaba  caerse en cualquier momento.
   Nadie sabía cual era su ocupación, sin amistades conocidas, compañía de un perro mastín de apariencia brava.
    Últimamente el inspector Vinci, había dejado la comodidad de su departamento en Quilmes, para estudiar sus pasos. El caso era muy extraño, mujeres solas que desaparecían sin dejar rastros. Vinci, terco como una mula  cuando se trataba de un caso difícil, estaba empecinado en desentrañar el misterio.
 
 Detener a Reyes , fue casi casual, una disputa callejera, una agresión física, y ya lo tenía en sus manos.
   La sorpresa se la llevó cuando allanó la casa. El detenido era un demente, capaz de matar, y no solo eso.
  Las mujeres estaban en las distintas estancias del lugar, cumpliendo diferentes quehaceres .Una estaba planchando en el cuarto de costura; otra cosiendo; una cocinando, y una última mirando la televisión en la sala.  La única particularidad fue que todas estaban muertas.

            

viernes, 22 de marzo de 2013

Margarita Rodríguez - El Naufragio








Pedro es un hombre robusto, tiene algo más de 50 años. El cabello cano luce siempre revuelto. Su cara está surcada por profundas arrugas y los ojos oscuros, casi siempre entornados, muestran una mirada huidiza que, sin embargo se afila cuando algo le interesa. Sobre la cintura del pantalón gastado asoma un abdomen prominente.
Pedro era pescador. Se levantaba muy temprano por la mañana para ir a tirar las redes en la bahía con su barcaza, mientras María y Gabriel aún  dormían. Tenía por costumbre pasar por la taberna y quedarse bebiendo con otros pescadores y parroquianos con los que se entretenía jugando a los dados; llegaba a su casa a la hora del almuerzo,  después se acostaba a dormir un rato y luego volvía a recoger la producción del día, que vendía en el muelle a vecinos y algún que otro turista. Al fin de la jornada, camino a su casa, volvía a pasar por la taberna donde dejaba casi toda su ganancia entre el alcohol y el juego.
Cierto día estaba en esta rutina, cuando Gabriel entró corriendo después de haber buscado a su padre por los muelles; estaba muy agitado, pero su cara denotaba más preocupación que cansancio. Ese día María amaneció con fiebre, pero los mareos y el malestar no le habían impedido realizar las tareas de la casa, por lo que no le dio importancia y cuando Pedro fue a almorzar ni se enteró. Pero a lo noche su estado empeoró. Gabriel, con sus 12 años no supo que hacer, más que ir corriendo en busca de su padre. María murió dos días después presa de una elevada fiebre, sin atención ni medicamentos porque Pedro había gastado todos sus ahorros en la taberna. Para el pescador la repentina muerte de su mujer fue algo difícil de comprender, en lugar de compartir su dolor con el pequeño Gabriel, prefirió encerrarse en el alcohol y, a partir de entonces, su paso por el local se hizo cada vez más prolongado, dejando a su hijo a la buena de Dios.
Nunca le prestó demasiada atención a su hogar, sólo iba a su casa a comer y a descansar en medio de un revoltijo generalizado. Pero en la inmensidad del mar se sentía verdaderamente libre: allí podía imaginar que pescaba la pieza más grande que jamás nadie hubiera pescado en ese pequeño puerto del Caribe. Otras veces soñaba que venían a contratarlo de importantes empresas navieras con las que recorrería el mundo.
Lo cierto es que, al volcar sus canastos en el muelle, comprendía lo pobre que había sido su jornada,  entonces, apesadumbrado se dirigía a la taberna y ahogaba su infortunio jugando y bebiendo ron o escuchando, de cuando en cuando, historias que no eran las suyas.


Una mañana, en que se hizo a la mar para recoger la red que había tirado la noche anterior, vio flotar en el lugar algunos tambores y tablones: los observó por un rato y luego se dispuso a levantarla sin prestarles más atención. Al ir volcando su contenido en el piso del bote notó con asombro que, enganchados en la misma, había tres bolsitas confeccionadas de un cuero suave, cerradas en uno de los extremos con listones del mismo material. Apresuradamente tomó una de ellas apartando con las manos los  pocos peces que todavía se agitaban en el piso; buscó entre sus herramientas algo cortante y encontró el cuchillo que utilizaba para limpiar el pescado. Con facilidad logró desgarrar la bolsa, dejando caer cientos de pequeñas monedas. Con rapidez se aprestó a abrir las otras y comprobó con asombro que todas contenían lo mismo: Cientos de extrañas monedas.
El sol ya brillaba con toda su fuerza en lo alto del cielo cuando decidió que su jornada había terminado y tal vez, porqué no, su vida de pescador de corvinas. Cuidadosamente buscó entre sus pertenencias algún recipiente donde esconder aquel hallazgo hasta pensar mejor que iba a hacer con tantas monedas. Encontró un viejo abrigo, las puso en éste y lo escondió en un rincón de la embarcación.
Al llegar al muelle desembarcó y ofreció su escasa mercancía que rápidamente le sacaron de las manos. Pasó por la taberna, pero no se quedó mucho tiempo, tenía algo muy importante en qué pensar y, además, temía que el alcohol le soltara la lengua y dijese algo imprudente, poniendo en riesgo no solo su reciente capital sino también su vida.
Saludó y se dirigió rápidamente a su casa, comió algo en soledad, ya que rara vez se encontraba con su hijo y se acostó. La excitación lo tuvo un buen rato despierto hasta que lo venció el cansancio y pudo conciliar el sueño. Al cabo de un par de horas se despertó sobresaltado y empezó a dar vueltas por la casa pensando cómo podría averiguar algo sobre aquellas monedas; si tendrían algún valor, su antigüedad, procedencia y lo más importante: quién estaría interesado en comprárselas. De pronto surgió el recuerdo de su esposa: tal vez María, quién tenía algo más de preparación  que él, y que además era una persona razonable e inteligente, hubiese podido ayudarlo a encontrar algunas respuestas.
Lo cierto era que, como él no sabía que hacer, decidió dar unas vueltas por el pueblo; pero en realidad no encontró a nadie en quien confiar, así que se dirigió directamente a la taberna. Para su sorpresa vio algunas caras nuevas: dos hombres con aspecto de marineros, bastante rudos, sentados en la parte más oculta del bar; desde allí observaban a todos los presentes y también a los que iban entrando. Estaban callados, no hablaban entre ellos, solo intercambiaban de vez en cuando algunas miradas mientras seguían observando al resto de los parroquianos. A Pedro le corrió un escalofrío por todo su cuerpo; pensó en salir corriendo, sin embargo se tranquilizó y decidió sentarse junto a un grupo de pescadores que estaban en una mesa algo alejados de aquellos extraños sujetos.
Al acercarse encontró al grupo conversando sobre el tema: parece que estos hombres llegaron caminando por la costa y estuvieron haciendo algunas preguntas sobre un naufragio, pero nadie hasta el momento había visto nada y, por supuesto, desconocían el hallazgo de Pedro, quién se levantó en silencio y salió de la taberna. Comenzó a caminar hacia el muelle pero notó que lo seguían y trató de mantenerse a distancia. Apresurando el paso logró alcanzar su embarcación, se introdujo en ésta y cautelosamente la desamarró. Estaba dispuesto a poner a salvo su tesoro y se hizo rápidamente a la mar. Los dos hombres llegaron corriendo hasta el borde del muelle y se quedaron mirando la embarcación que se alejaba.

A salvo, Pedro tenía pensado comenzar una vida nueva, no debía alejarse demasiado de la costa; tal vez otra ciudad más al norte ajena al naufragio. En cuanto llegara buscaría un comprador, tal vez un coleccionista de monedas antiguas o un banco.
Como nunca había salido de su pueblo natal, desconocía la geografía de la región y sus escasos conocimientos de navegación solo le servían para adentrarse un par de millas en el mar. Pero el entusiasmo lo llevó más lejos, navegó dos o tres horas sin darse cuenta de que se alejaba de la costa. Había olvidado cargar combustible y las pocas reservas que tenía le alcanzaron para seguir dos horas más. Ya mar adentro y con el bote a la deriva se desató una tormenta con fuertes ráfagas de viento. Era noche cerrada. Las olas superaban la altura de la cubierta y bamboleaban la embarcación. No lograba mantener en dirección la proa; trató de sujetarse para no caer al mar mientras veía como todas sus cosas se deslizaban hacia el agua. Si se soltaba él también iba a ser devorado.

Por primera vez rezó. Pidió por su vida. Vio como el bote se iba partiendo en pedazos, comenzando a dar una vuelta de campana. Soltándose logró sostenerse de un tambor que se alejó rápidamente llevado por la corriente. Se aferró con todas sus fuerzas mientras era golpeado por los tablones y cajas que flotaban por todos lados; agotado perdió el conocimiento.
Lo despertó el graznido de las gaviotas que revoloteaban sobre una playa. Todavía aturdido por los golpes y el cansancio logró levantar la cabeza. El sol comenzaba a asomar en el horizonte.

margaritae_rod@yahoo.com.ar

jueves, 21 de marzo de 2013

Raquel Mizrahi - La línea del tiempo



Ariel la citó en un bar y le dijo sin preámbulos lo que ella ya sabía.
Norma trazó una línea imaginaria sobre la mesa: la del tiempo que estuvieron juntos. Comenzaba el día que se conocieron y la atravesaban las marcas de los acontecimientos importantes de su vida en común.
Pero era profesora de historia, y aunque le costara aceptarlo, la traición de Ariel era el hito que debía cerrarla. 


lunes, 18 de marzo de 2013

Graciela Diana Pucci - Esquirlas en la noche









Salgo a la oscuridad.

Lágrimas no paridas oprimen los párpados.
El vino de la nostalgia me embriaga
y un sueño oxidado anida en el alma.

Abrigo mi existencia con recuerdos
que no conocen de amores compartidos.
Mi rostro   de amanecer sin sol   evidencia la pérdida

Ilusiones sin nombre
dicen del dolor que me habita
e invento manos     andando por mi cuerpo sin cuerpo,
detengo el mar embravecido de la piel     exilada en el olvido
 y languidezco   
como un lirio    en la oquedad del destino


En la oscuridad
siluetas de papel mojado roen mi alma
un incesante devenir de dolor colma mi desdicha
y oscilo 
-soy apenas mujer por no animarme a ser hembra-

Bohemias de sensaciones
se revelan como fotografías en sepia
-me envuelven-

Caminan los ojos hacia el azul
atando recuerdos que osan escapar
y corro  

desafiando la noche     
me sumerjo en sábanas alquiladas
junto a ese cuerpo prestado     
que hace estallar mi vientre,
las esquirlas del amor no compartido
aniquilan los sueños y regreso.

Regreso sin mí.

Se desoprimen los párpados,
odio mi llanto, odio mi amor.

Entro a la oscuridad de la vida
                                                           que es mi muerte.


1º Premio- Concurso Internacional de Poesía y cuento Mis Escritos 2004

jueves, 14 de marzo de 2013

Raquel Mizrahi - Paso a paso



Sacó número y suspiró al comprobar que había veinte personas delante suyo. Pero para qué impacientarse, ya tendría después todo el tiempo del mundo.
Recorrió con la mirada los estantes atiborrados de cajas, y al lado de donde estaba parada descubrió la vitrina con accesorios para el pelo: esa hebilla con forma de flor era casi la réplica de otra que tuvo de chica. Se le humedecieron los ojos, pero no eran momentos de flaquezas y ya faltaba menos.
La empleada recibió las dos recetas y ella se sintió interpelada por esos ojos que subían desde el papel, atravesaban los espejos de sus cristales y se le clavaban en las pupilas.
Pagó la compra, guardó la bolsa  y salió del local apretando la cartera contra el pecho.

Llenó la botella con agua, buscó un vaso y los llevó a su cuarto. Bajó las persianas, se quitó la ropa y se puso el camisón.
Se sentó en la cama, sacó la bolsa de la cartera, abrió las dos cajas, y liberó de su envoltura metálica las sesenta pastillas que acababa de comprar en la farmacia.  
Respiró hondo, se sirvió agua en el vaso,...



lunes, 11 de marzo de 2013

Susana A de Roca - Otro cuerpo, otra vida.


                                      

Una fila de cajas de cristal, con cuerpos de seres humanos de distintas edades, alineadas en forma perfecta, cada una etiquetada con una letra y un número, marcados también en la frente de las personas, es lo primero que se observa en esa habitación, totalmente blanca ; en el centro una camilla con otro cuerpo también sin vida, abierto desde el cuello hasta el pubis, al costado algo así como instrumental quirúrgico.
De pronto el silencio del lugar se rompe con el leve rumor de unas pisadas, un ser verdoso, con una cabeza desproporcionada en la que sobresalen un par de ojos negros, redondos, sin cejas ni pestañas, un par de orificios como nariz y en lugar de boca solamente una mueca.
Se acerca a la camilla y con gran celeridad comienza a extraer todos los órganos, hasta dejar solo una carcasa de carne y hueso. Reemplaza todo lo extraído con circuitos estratégicamente colocados, cierra el cuerpo y lo etiqueta: “K6”, lo deposita en la caja de cristal correspondiente y sale de la habitación; en segundos regresa con otra persona, todavía intacta y con los ojos desmesuradamente abiertos, la mirada de horror no parece impresionar al hombrecillo, hasta que llegan al instrumental transcurre solo un instante, pero para el hombre son como siglos, vienen a su cabeza el recuerdo de los últimos acontecimientos hasta terminar en esa camilla; la invasión extraterrestre, la muerte de miles de personas, los prisioneros y ahora él allí, mira al ser y con una voz casi imperceptible dice:
_¡Estoy vivo!, no obtiene respuesta, _ ¡Estoy vivo!
Pero en ese instante el álien abre su cuerpo con un láser, los órganos aparecen a la vista, el corazón da su último latido, todo es extraído y reemplazado, sobre su frente la marca:”K7” y lo pone en la caja correspondiente.
Hasta hace unos momentos era Pedro Fernández, un conocido empresario, ahora , un robot que servirá a los nuevos dueños del planeta, uno tras otro los sobrevivientes del ataque pasan a engrosar las filas de un ejército de máquinas sin alma.

                                                                 

Susana Abbatantuono de Roca - Cada día


Imagenes de Amor, Parejas, parte 2

Un rumor en la noche
me dice que es en vano
que la vida nos deja
sabores muy amargos,
destellos de alegrías
se funden en el alma
y llenos de nostalgia,
camino entre la dicha,
el dolor y la calma.
Sucumbiendo al derroche
de una pasión guardada
sin dejar que los años
se nos pasen de largo,
me aferro cada día
al abrazo apretado,
al sabor de tus besos.
al calor de tus manos.

   Susana Abbatantuono de Roca


viernes, 8 de marzo de 2013

Rita Berté - El dictador de la palabra

                                           
Amaneció ese día Laureano, dándose cuenta de que podía llegar a leer la mente del otro. Al acercarse a cualquier conocido o desconocido, se adelantaba a lo que le estaban  por decirle, dejando al borde del asombro a su desprevenido interlocutor.
Pero también le trajo tremendas angustias, ningún amigo, ni familiar deseaba verlo, aún más, empezaron a armar valijas, para huir lo más lejos posible, pues interceptaba sus conversaciones mano a mano.
Nadie sabía ya,  como resolver esta difícil situación creada. Hasta se  llego al extremo de consultar a doña Cacha, chamán de la comunidad, para que hiciera un payé que pudiera aliviarlos de tan penosa situación.
La personalidad de Laureano, era arrolladora, nunca reconocía palabras ya dichas por él.  Le gustaba negar todo,  desconocer lo ya emitido, siempre  consideraba que tenía la verdad a flor de labio. Nadie lograba rebatir sus pensamientos y a pesar de ser criado en un ambiente humilde, carecía de estas características.
Hasta que una  noche cerrada, sucedió algo inesperado.  Desde el fondo del horizonte avanzaba una fuerte  tormenta. Se levantó un  vendaval de  ráfagas, la lluvia golpeaba el techo de zinc, comenzó a amontonarse  granizo, paralelo a la senda de entrada al puesto,  se convirtió en un camino luminoso  blanco, reluciente tan fuerte que enceguecía al mirarlo.
Del fondo de las pircas, se presentó un viejito cargado de un pesado atado, más grande que el tamaño de su cuerpo. Todos quedaron como inmovilizados, no atinaban  siquiera abrir la puerta. ¿Quién sería ese extraño  personaje parecía como llegado de otro mundo, a tan avanzadas horas de la noche.
Sin mediar ningún tipo de accionar, entró a la casa, aligeró sus hombros de la  pesada carga, la depositó en el suelo. Buscó acurrucarse en un rinconcito de forma tal de no molestar, tendió un cuero sobre el piso de tierra y se acostó sobre él dispuesto a reponer energías. Luego se tapó con un grueso poncho,  tejido al telar de apretadísimos puntos, para soportar las inclemencias  de viento y frio en sus eternas caminatas. 
Laureano quedó sin habla, los recuerdos comenzaron a galopar en su memoria. Avizoró  su niñez junto a sus padres. Habitaban en ese entonces, en  un paraje solitario,  comunicado con el poblado más cercano, a muchas leguas de  penoso andar y después de sortear sinuosos senderos en la montaña. Su padre era pastor, tenía un rebaño de cabras, por lo tanto  pasaba larguísimas temporadas sin tener contacto con la familia. Su madre tenía que hacer ingentes malabarismos para subsistir 
 El y sus hermanos varones  ayudaban a su padre a cuidar los animales. En otros momentos  ser el apoyo de la madre, recolectando variedad de fibras para ser utilizadas en telares,  aportar el agua para subsistir, cargar vasijas con la arcilla, necesaria para fabricar sus propios enseres culinarios.
"En una oportunidad, siendo niño, un chivito travieso se alejó de los otros, Laureano fue detrás de él para intentar  recuperarlo,  pero grande fue su sorpresa, cuando descubrió  que se iba convirtiendo en un centenario y petiso anciano. No daba crédito lo que sus ojos veían. Al verse descubierto, este  le obligó a guardar secreto de por vida. A  cambio de ello le otorgaría del don de lectura del pensamiento de sus semejantes. Pero si se excedía  hacia los demás, o  faltaba a su promesa, retornaría para enfrentarlo y sin esperar ninguna reacción desapareció".
Al amanecer del día siguiente, el viejito  lo increpó,  diciéndole que al darte la suerte de poder leer los pensamientos, no le había  otorgado el pasaporte para  propasarte en la forma de relacionarte. Dejé pasar estos veinticinco años, pensando en que te retractarías, lo pensarías  largamente y cambiaras de actitud, pero tristemente veo que sigues por la misma senda, ¿dime cómo solucionarías lo pactado?
Laureano, quedó enmudecido. Había olvidado por completo el suceso acaecido en su niñez en el que debía acatamiento.  Pensó en la forma de deshacerse del viejo, sin darse cuenta de que su interlocutor, también sabía leer lo que iba hilvanando su cabeza.
Antes de que pudiera empezar a elaborar una estrategia, quedó convertido en una roca a imagen y semejanza suya. Desde ese día,  los viajeros, que van hacia  Cafayate,  recorriendo la pintoresca Cuesta de Miranda, disfrutan de fantasmagóricas figuras esculpidas naturalmente, en las rocas, debido a la erosión del viento y  diferencias de temperaturas. Pero los naturales, hacen otra lectura de los hechos.  

Margarita Rodríguez - La historia de un encuentro

A mis nietos Bruno, Valen y Simón

Onurb jugaba con sus primos Nelav y Nomis a orillas del rio Atir. Pertenecían a la tribu Caasi, su pasatiempo favorito era fabricar una especie de lanzas con las varas de un junco que ellos llamaban aivlis, que crece en las márgenes de ese rio. Utilizaban estas lanzas para atrapar pequeños pecesitos de colores que habitan rio arriba, en el lago Leuqar y que bajan a desovar en su desembocadura, donde los alevinos de esta especie se desarrollan protegidos por la espesura del follaje del aivlis; cuando alcanzan la edad adulta remontan el rio Atir para aparearse en el lago Leuqar. También les divertía jugar a que pertenecían a tribus enemigas y disputaban sus diferencias arrojando las lanzas. Para ganar se tenía en cuenta tres aspectos en la competencia: Aquel cuya lanza recorría mayor distancia, la lanza que realizara una mejor parábola en su trayectoria  y, además, la que emitiera el mejor sonido al desplazarse por el aire. El primer ítem era puramente objetivo, de modo que bastaba con una simple inspección ocular. En cambio los otros dos eran subjetivos ya que dependían del gusto de cada uno: estaba prohibido votarse a sí mismo y cada uno debía expresar a cuál de sus contrincantes prefería, así siempre obtenían un ganador. De este modo, evitaban el arbitraje, calificándose entre ellos mismos. Al crepúsculo regresaban a sus chozas, donde Atram, madre de Onurb los esperaba con cazos que contenían un humeante caldo de granos de rasec.
Los niños tenían como mascota a una elefantita  a la que llamaron Atiragram. Los Caasi veneraban a los elefantes. La pequeña paquiderma quedó huérfana a los pocos meses de nacer y los jóvenes de la tribu, animados por sus padres, se hicieron cargo de su crianza. Era parte de su educación natural el respeto y cuidado de las especies con las que convivían.
La madre de Atiragram fue víctima de cazadores furtivos de una tribu vecina llamada Nitsuga, cuyo líder era Egroj. Esta tribu vivía al otro lado del monte Arod. Ambas comunidades estaban en armonía ya que monte y lago las separaban pero, a menudo, los Nitsuga se internaban en tierras de los Caasi para cazar  elefantes, cuyos colmillos eran codiciados por traficantes europeos. Anasus, jefe de los Caasi y su gente, sospechaban  de los Nitsuga aunque no les resultaba fácil verlos in fraganti. Del otro lado del monte, el clima no era tan benévolo como en el valle del río, donde el clan de Anasus hacía mucho tiempo que había aprendido a pescar y a cosechar su propio alimento. Allá todo era más hostil, el suelo árido y largos meses de sequía los mantenía hambrientos. Eran de carácter irascible y solo permitían acercarse a los traficantes, con quienes intercambiaban el marfil por alimentos. Los Nitsuga veneraban a los monos y, al igual que estos temían al agua, por lo que evitaban acercarse al lago. Sólo a los más diestros cazadores, que también eran valientes exploradores, se les permitía incursionar al otro lado del monte Arod.
Los Caasi eran visitados a menudo por el profesor Namdlef,  quien estaba interesado en el estudio de los peces de colores que habitaban el lago y que cada año iban a desovar junto a los aivlis, cuyos alevinos, una vez alcanzada la adultez, remontaban el río para ir a aparearse nuevamente al lago. En una oportunidad, el profesor Namdlef llego acompañado de su hijo Reivaj, joven estudiante de biología, quien se había entusiasmado con las investigaciones de su padre.
Como cada año, su presencia era esperada por los Caasi y era motivo de grandes celebraciones. Las mujeres preparaban suculentos platos con pescado, crustáceos y frutos;  se adornaban con plumas de colores y collares de caracoles. Los hombres preparaban una bebida con granos de rasec  fermentados y los niños “vestían” a Atiragram con flores, hojas verdes y piedritas. A lomo de elefanta fueron a esperar a los agasajados al amarradero hasta donde llegaron en balsa y los acompañaron al poblado. Reivaj disfrutó mucho del recibimiento, era la primera vez que se internaba en la selva para tener contacto con sus habitantes. Después de cenar bailaron, bebieron rasec y conversaron hasta bien entrada la noche.
Los visitantes fueron advertidos de las incursiones de los Nitsuga, El profesor tuvo oportunidad de hablarle a Reivaj de la hostilidad de éstos y de las diferencias vivenciales de ambos clanes. Lo que siguió a continuación fue una discusión filosófica de ribetes interesantes, la cual era seguida con atención por todos. Los científicos, si bien su rama era la biología,  comenzaron a dar su parecer acerca de la naturaleza del hombre. Qué mejor situación que ésta, para especular sobre  la evolución de las sociedades. Namdlef aseguraba que todas las especies obedecen a un mandato genético que guía al individuo a desarrollarse lo mejor posible en el ámbito en el que les tocó crecer, todo está en el genoma. La competitividad es parte de ese mandato, por lo tanto la agresividad es un factor decisivo para la defensa del sujeto e interactúa socialmente en base a estos principios, es la única manera de que las especies puedan prevalecer sobre otras. Reivaj, en cambio sostenía que el hombre es bueno por naturaleza, la agresión no es innata y que se desarrolla debido al ambiente: si este es hostil, el ser humano tendrá pocas posibilidades de evolucionar favorablemente. A esta altura de la discusión, ya muchos nativos estaban dormidos por los efectos del rasec, padre e hijo estaban también exhaustos por el viaje y la bebida, concluyendo así la discusión.
A la mañana siguiente, los curiosos niños acompañaron a  los científicos hasta el río. Allí comenzaron con sus observaciones, tomaron notas sobre el hábitat donde desovaban los peces. Hicieron el seguimiento del desarrollo de los alevinos, lo que les llevaría algún tiempo hasta que éstos alcanzaran la adultez y maduración necesarias para remontar el río en busca de las aguas calmas del lago, y así entrar en la etapa de la reproducción. Hacían cálculos aproximados de los nacimientos y de la cantidad de peces que lograban finalizar la epopeya. Mientras tanto, transcurrían sus días en compañía de los Caasi que, con gusto les brindaban su hospitalidad. Cierto día Reivaj quiso conocer a los Nitsuga, y así lo comentó en la tribu. El sabio Anasus le hizo saber que no tenía ninguna intención de trabar relación con ellos. No obstante, el joven trató de convencerlos de que un acercamiento pacífico serviría para conocerlos mejor y, posiblemente entablar una relación de la que ambos pudieran beneficiarse. Estaba convencido de que podía ofrecerles conocimientos y herramientas para desarrollarse con mayor productividad y que de esa forma, disminuirían los niveles de agresividad al poder mejorar su calidad de vida. El profesor le recordó que  su objeto de estudio era la biología. No vinimos para hacer política- le dijo casi disgustado. Había logrado durante muchos años desarrollar sus investigaciones gracias a la complacencia de los Caasi y temía que esto malograra tantos años de trabajo.
Reivaj contagió su entusiasmo revolucionario a otros jóvenes de la tribu, que no veían peligro en un acercamiento cauteloso y que, además, intuían que era necesario conocer  nuevos horizontes, más allá de los confines que les habían marcado sus ancestros.
Calcularon que la expedición les llevaría varias horas, de modo que partieron temprano una mañana. Después de discutirlo, decidieron que era preferible no llevar sus lanzas de juguetes para no ser considerados como posibles agresores, no obstante, el joven biólogo mantuvo consigo un rifle de dardos tranquilizantes, por lo que pudieran encontrar en el trayecto. Bordearon el río Atir por el sendero que llevaba al lago Leuqar, el cual se encontraba ubicado en una planicie de la ladera meridional del monte Arod, por lo que debían caminar en subida en un estrecho sendero. A lo lejos un elefante barritó, esto les hizo recordar a los cazadores, pero siguieron adelante. A veces el camino se hacía escarpado y rocoso. Ya era media mañana cuando se aproximaron al lago, debían rodearlo para alcanzar la orilla opuesta. Por suerte el nivel del agua era bajo, dejando a su alrededor una playa de pedregullo salpicada por rocas de diversos tamaños. Caminaron sin dificultad hasta el otro lado, hasta allí era terreno conocido para ellos. Se detuvieron a descansar y planearon la estrategia para el avance. Buscaron un camino de descenso hacia el otro lado del monte.  Discutían entre ellos si era conveniente tomar contacto con los Nitsuga de inmediato o explorar un poco la zona y dejarlo para próximas excursiones. Decidieron seguir un poco más, descendiendo por la ladera septentrional del monte. Notaron lo expuestos que estaban, la exuberante vegetación había desaparecido; la superficie rocosa estaba salpicada por matorrales bajos y, ante su vista se extendía una extensa pradera de pastos secos. La sensación de sed era acuciante, tuvieron la precaución de llevar buenas provisiones de agua y frutas, que comenzaron a ingerir con avidez. Desde lo alto, más allá de la planicie amarillenta se divisaban algunos montículos aislados de arboles bajos. Las pocas nubes que lograban cruzar el monte Arod, cuando los vientos les eran favorables, descargaban su exigua humedad dando crecimiento a una extraña vegetación. Después rocas y más rocas. Caminaron por la pradera hasta el montículo más  cercano, no sin antes calcular el tiempo de retorno. A los jóvenes de la tribu los asustó una especie de griterío que provenía de los arboles. _Son monos, se aventuró a decir Reivaj; estamos cerca_.
El encuentro fue tan sorpresivo como inevitable, se habían adentrado demasiado en tierra de los Nitsuga. De pronto se vieron rodeados por un grupo de jóvenes nativos que los doblaban en número y cuyas edades no superaban a las de los invasores. Los gritos de aquellos se sumaron a los de los monos que asistían al encuentro parapetados en las copas de los árboles. Los cazadores estaban tan sorprendidos y asustados como el grupo que acababa de llegar, pero ostentaban sus jabalinas, únicas armas disponibles, dando muestras de que estaban dispuestos a defender sus dominios. Solo el rifle de Reivaj los detuvo de un ataque seguro. Conocían muy bien el poder de ese elemento,  que los traficantes con los que comerciaban siempre traían consigo. Además, si bien los doblaban en número, la estatura y el aspecto saludable de los intrusos los hacía sentir en desventaja. Reivaj alzó los brazos en señal de paz, sin soltar el rifle. Los otros bajaron las jabalinas, los jóvenes Caasi imitaron a Reivaj. Luego el estudiante abrió su alforja, sacó unos frutos, se llevo uno a la boca y ofreció el resto a los bravos exploradores.
Así tuvo lugar el primer encuentro cara a cara entre los integrantes de ambas tribus vecinas.

Margarita Rodríguez

jueves, 7 de marzo de 2013

Raquel Mizrahi - Un hombre solidario


                                                              

-Si le avisaba corría un riesgo, pero cada uno actúa a su manera, vos me conocés Raúl, no soy de las personas que miran para otro lado o siguen su camino sin que se les mueva un pelo ante la desgracia ajena.
Porque cabía la posibilidad de que lo tomara a mal, y era un hombre corpulento. 
Sin embargo, no podía evitar ponerme en su lugar.
Ojo, quizás se trataba de una simple broma, nunca falta algún amigo al que le gusta divertirse a costa de los otros.
Él caminaba para el lado de la estación, y yo llevaba cuatro cuadras  pisándole los talones. Me cansé de ver gente que miraba y sonreía mientras se le iba acercando. Alguno que otro hasta me hacía un guiño de complicidad. Pero yo, inmutable.
En un momento veo a unos muchachos tomando cerveza en la vereda. Y como era de esperar, cuando los pasamos las risotadas se oyeron en toda la manzana. El tipo giró la cabeza sorprendido o curioso, por lógica, y ahí atrás estaba yo. Le hice un gesto dándole a entender que estaban mamados, y siguió caminando. Pero después de eso empezó a darse vuelta cada tanto, se le notaba la desconfianza en la cara.
Al final doblé en la siguiente esquina; para qué meterme donde no me llamaban, después de todo, ¿a ver si todavía pensaba que lo estaba siguiendo para robarle?
Pobre tipo… Yo me pregunto quién fue el bruto que le escribió en la espalda cornudo con acento en la u. 


martes, 5 de marzo de 2013

Rita Berté - Estoy aquí





Estoy aquí y soy feliz
Si me miras y ríes
Si tus brazos me acarician
En una suave armonía
Si el timbre de tu voz
No desentona ni ruge
Si cuentas las historias
Pero no a borbotones

Estoy aquí y soy feliz
Diría hoy el pintor
Que con su paleta dibuja
Un rostro o una flor
Estoy aquí y soy feliz
Diría hoy el poeta
Que escribe en verso
Todo lo que le sucede

Qué complicado que es
Tratar de seguir la ruta
Del hoy y del mañana
Que llega y sale
Y nunca llega
A ninguna parte


Raquel Mizrahi - Un túnel oscuro




El bocinazo la hizo despertar sobresaltada, y se bajó del colectivo con un ligero temblor en el cuerpo.
Hacía calor, pero tenía ganas de caminar. De a poco fue dejando el centro y casi sin darse cuenta llegó al barrio de casitas bajas y deterioradas por el paso del tiempo que conservaban la fachada de estilo inglés. Todas tenían un pequeño terreno al costado, pero sus dueños parecían haber decidido de común acuerdo dejar el pasto crecer a su antojo; no se veían plantas ni flores que hicieran pensar lo contrario. Era la hora de la siesta y  sólo sus pasos resonaban en la vereda.
Siguió caminando bajo el sol, pero empezaba a tener sed y las piernas le pesaban. Divisó a lo lejos un trayecto con sombra.
Al traspasar la esquina entró en esa calle y repentinamente se hizo de noche. Los árboles formaban con sus ramas una trama cerrada, parecían infinitos brazos entrelazados en un túnel oscuro donde la luz no penetraba. Todo se tornó negrura y silencio…

Al despertar, lo primero que ve es una ventana enrejada, y pegada a la suya, otra cama cubierta con un acolchado blanco. A  través de la puerta le llega un susurro de voces y el aire huele a desinfectantes.
Intenta incorporarse, pero algo se lo impide. Su mente funciona con lentitud ¿o es su cuerpo el que no responde? Tarda en comprobar que tiene las muñecas atadas.
Siente la boca pastosa, pero de a poco va despegando los labios y moviendo la mandíbula. Traga saliva y lubrica su garganta, preparando el camino para el siguiente paso, como una autómata. Llama a su madre con una voz que no es la suya y grita con todas sus fuerzas hasta quedar exánime.
Unos pasos se acercan y por la puerta entra una mujer con uniforme blanco que se para a su lado.
Se adormece.

Las imágenes se le presentan como en una pantalla, ¿son sueños o recuerdos?: está viajando en colectivo con la frente apoyada contra el vidrio. Algo ha ocurrido, no sabe bien qué. Mira a los otros pasajeros, pero ninguno repara en ella. Luego se baja y camina sin rumbo.
La sirena se oye cada vez más cerca. Su cabeza golpea  contra una camilla y trata de contenerse, pero el cuerpo se sacude a su antojo sin que pueda dominarlo.

Sus ojos recién abiertos parpadean hasta adaptarse a la luz. Hay alguien en la otra cama, y una mirada febril  que se enfrenta a la suya la reconforta.
Se rasca la cabeza y recién entonces cae en la cuenta de que sus manos están libres. 
Se toca el cuello desnudo; otra vez la cadena quedó en su mesa de luz. La madre tiene razón, nunca debe olvidarla.


lunes, 4 de marzo de 2013

Agustín E. Rodríguez - Desde la plaza



Desde que fui pequeño, un retoño, me sentí parte de este lugar y eché raíces.
Las cuatro calles que contienen a la plaza, hoy rodeada de edificios, son las fronteras que hacia adentro, nos proveen del espacio necesario.
Su paisaje interno, de tanto en tanto es modificado: aquí, por ejemplo, han quitado un arenero donde los niños con palitas y baldes, materializaban su imaginación. Una Ordenanza Municipal decidió reemplazarlo. 
Yo fui testigo de cómo el lugar se contaminaba por heces, agujas y jeringas. Donde ahora hay flores, una fuente con agua y juegos, antes había pasto. 
En el vértice que comprenden las calles Olavarría y Paz tengo mi lugar, cerca de un asiento desde donde parten las promesas adolescentes y hacen sus pausas los cuerpos fatigados.
Disculpen si me voy por las ramas, me distrae la señora que por unos pesos, pasea a los niños en los caballitos; siempre que le sobra un equino me usa como palenque.
¡Ah estos perritos con incontinencia!...

                                                                                    

  

Dora Cisilino - Crónica de Jueves III


    
 Vivo en este barrio desde 1940. Aunque siempre envidié a quienes se fueron a lugares distantes yo no me moví de aquí, no sé por qué.
      Pasaron muchas cosas en tantos años, vecinos que partieron con distintos rumbos, de acá o de más allá. Otros que llegaron, casas nuevas, asfalto, colectivos.
      Pero hay algo que siempre estuvo y no se irá: los plátanos, sólo crecieron y crecieron en el mismo sitio. Dando inmensa sombra gratuita a peatones y autos en verano. Vivienda a cantidad de pájaros dispuestos a anunciar la primav era. O cubriendo el suelo de un hermoso color cobre en otoño, para dejar que entre el sol de invierno.
     Los plátanos siempre han estado allí, yo me iré antes que ellos.

                                                                                                                             7-2-13

                                                                                                                                        

                                                                                               

                                                                                                                      

viernes, 1 de marzo de 2013

Margarita Rodríguez - El lado oscuro







Las caminatas que le había recomendado el cardiólogo a Marta, ya no le resultaban tan saludables. Volvía a su casa cada vez más indignada.
_ ¿Qué te pasa que tenés esa cara de querer comerte a alguien? Le preguntó su hija.
_ Se supone que salgo a caminar para hacer ejercicio y despejarme. Usted que vive tan cerca del río, me dice el médico, ¿Qué mejor lugar para salir a caminar? ¡Si supiera!
_ Bueno ma, es que vos te hacés problema por todo. Ponete auriculares, anteojos negros y ya está. Vos salí a caminar, no a solucionar los asuntos del barrio. Volvés quejándote de que los tachos de basura desbordan, de los árboles quemados, del pasto crecido…no le dés bola.
_ No puedo nena, es más fuerte que yo. Trato de enfocarme en las nubes, el agua, los pajaritos…pero se me arrimó un cachorrito que estaba sarnoso, pobrecito; cerca andaba la madre con cuatro más, todos muertos de hambre. Mañana paso primero por lo de Lucía y les llevo alimento.
_ OK, si eso te hace bien.
_ Ah, cuando volvía pasé por la delegación para reiterar el reclamo por el foco de la esquina, me dice que no hace falta, que ya está asentado. ¡Hace tres meses que está asentado! Veo que en el fondo están tirados los dos refugios que se llevaron para reparar el año pasado. Le pregunto qué pasa con eso, ahora viene el frio y hay que esperar el colectivo a la intemperie. Me contesta que están esperando que vengan de Servicios Públicos a llevárselos.
Mientras madre e hija toman mate en la cocina, se escucha en la radio:
“…el secretario anunció que fue un éxito la feria de las colectividades, aunque algunos vecinos se quejaron del estado en el que quedó la plaza”. “El Señor Intendente efectuó el viaje inaugural en el catamarán que comunicará Quilmes con Puerto Madero y San Fernando”. “En la fiesta de la cerveza artesanal, la elección de la reina estará a cargo de destacadas personalidades del ámbito local, el Jefe Comunal presidirá el jurado”. “En Comodoro Pi siguen las actuaciones judiciales para establecer la responsabilidad de los funcionarios involucrados en la denuncia por malversación de fondos”.
"Estas fueron algunas de las noticias, ahora pasemos a un tema musical…"
 Febrero de 2013.