Mientras se
desperezaba en la cama, oyó el roce del papel en las baldosas. Se incorporó de
un salto y atravesó el patio que lo separaba de la calle.
Cuando recogió el sobre, comprobó sorprendido que su cintura no acusaba dolor, y pensó con optimismo que
por fin empezaban a surtir efecto las nuevas pastillas que el médico le había
recetado.
Sin embargo, le
costaba sacar la carta: sus uñas estaban demasiado largas y rompió un pedazo de
papel en el intento. Se miró las
manos y descubrió en ellas unas gruesas callosidades; se las llevó a la cara, recorrió
sus mejillas y notó que la barba le había
crecido desmesuradamente.
Su tendencia a
la hipocondría no pudo haber llegado tan lejos… Decidió que lo mejor sería
darse una ducha relajante para alejar los malos pensamientos.
¿Pero por qué
tantos cambios en una misma mañana? -se preguntó intrigado mientras encendía la
luz del baño.
Al mirarse en el
espejo encontró la respuesta, y cuando quiso gritar, de su garganta salió un aullido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario