miércoles, 12 de junio de 2013

Margarita Rodríguez - Yamila



“Las miré cómo se miran las guascas viejas que ya no se van a usar”
Don Segundo Sombra, cap. III

Cualquier sitio era mejor que ese. Caminó despacio entre la gente aún adormecida, escrutó cada vidriera, persiana y puertas de negocios, buscando un cartelito salvador. No miraba a la cara para  que nadie se dé cuenta que estaba sola y perdida.
Se dirigió a un puesto de diarios, con los pocos pesos que había ahorrado compró uno y en el primer bar que encontró abierto pidió un café con leche. Primero leyó el horóscopo: “nuevos caminos se abren hoy para los nacidos en…”. Siguió con los clasificados, había pocas ofertas.  “Muchacha con cama adentro” y se le iluminaron los ojos.  Tendré techo y comida, pensó, y decidió intentarlo. Luego de un llamado, se presentó en la dirección indicada. A pesar de no haber llevado referencias, la suerte jugó a su favor. Comenzó a trabajar inmediatamente. Apenas instalada,  ordenó los ambientes con diligencia y preparó el almuerzo. Supo que su patrón partía en viaje de negocios esa misma tarde y el desánimo se apoderó de ella. “Ya no tendría sentido estar acá, pensó, se deshará de mí inmediatamente”.  No dijo nada y siguió trabajando.
 A media tarde entró al departamento una mujer de mediana edad, algo mayor que él. Al ver la maleta y un bolso de mano preparados en el living, preguntó:
_ ¿Tenés todo listo? Veo que te organizas muy bien.
El hombre llamó a la muchacha que se había escabullido en la cocina y la presentó, diciéndole:
_ Mi hermana se quedará a cargo el tiempo que yo esté ausente. Más o menos sabes lo que hay que hacer, así que no vas a tener problemas.
Los colores le volvieron al rostro.  La mujer notó el cambio de ánimo de la muchacha, sin embargo le advirtió:
_ No soy tan confiada como mi hermano, me contó que no tenés referencias. ¿Es tu primer trabajo? Inquirió, a lo que la chica asintió con la cabeza, y prosiguió diciendo:
_ Vivo en el departamento que está frente a este. Podés escuchar la radio durante el día, si querés. También podes usar el televisor del cuarto de servicio pero solo después de cenar, eso sí, mañana a las siete te quiero ver despierta.
Esa noche por fin pudo dormir de corrido, sin sobresaltos. Cansada pero feliz.
Y soñó. Soñó con la cara de su tía Ruth, flaca, angulosa, cuya nariz de pico de carancho asomaba brutalmente entre los ojos hundidos, así se le presentó en el sueño. Soñó con su madre y hermanos.

Los mayores habían partido antes que ella, eran tres, pero casi no recordaba sus caras. Extrañaba a los cuatro que quedaron en El Chaco;  soñaba que les llevaba regalos y veía sus caritas felices y por fin los ojos de Teresa se humedecían de felicidad. No como cuando le dijo:
-Vas a ir con tu tía Ana, te espera en Buenos Aires.
Lo dijo fríamente, ordenándoselo. La acompañó a la ruta y la puso en el micro; se quedó mirando la parte trasera del vehículo hasta que se perdió en la curva y pensó “a ella no le va a pasar”, evocando cuando su propia madre la llevaba a esa misma ruta y la ofrecía a los camioneros que pasaban a cambio de despegar las tripas y calmar el llanto. Esto Yamila nunca lo supo. Por eso no entendía porque se crió sin un padre, hasta que se cansó de preguntar a una Teresa seca de lágrimas y de palabras. Teresa tampoco sabía que cuando  Ana pidió por su hija, aquella se hacía llamar Ruth.
En la casilla de la Isla Maciel,  Yamila conoce a  otras dos, de piel ajada y pelo teñido como el de su tía. La recibieron cariñosamente. Una le acarició la cabeza, siguiendo con los dedos un mechón de su largo cabello negro.
Las mujeres habían discutido la situación con anterioridad, cada vez tenían menos clientes. Los estibadores que solían frecuentar la casilla, ya no pasaban. Sólo quedaban los viejos borrachos de siempre, pero de esos no se podía vivir. Por eso a Ruth le pareció una buena idea “salvar el negocio” trayendo a su sobrina. Prefirieron no iniciarla todavía hasta que se quitara las costumbres del campo y asimilara los nuevos códigos. Estaba segura que la chica le agradecería con el tiempo haberla rescatado de esa vida miserable. La morada, además era utilizada como refugio de delincuentes, depósito de cosas robadas y drogas, actividad de cual ellas también obtenían sus ganancias.

Jamás pasó una noche tranquila mientras estuvo ahí, padeció acosos de todo tipo. Las mujeres no la apuraban pero le hacían entender que no la mantendrían por mucho tiempo más, comenzando a adiestrarla en las artes de ganarse la vida. Comprendió que permanecer en esa guarida significaba entrar en el negocio y lo que veía no le gustaba. Conoció algunas familias con niños que le recordaban a sus hermanos;  veía que muchos hombres y mujeres trabajaban, algunos eran albañiles, otros iban al puerto. Se sintió con coraje y planeó la huida; guardó unos pesos que  había ahorrado,  puso unas pocas ropas en un bolso cuando nadie la veía y esperó la noche. Estuvo despierta hasta que las otras volvieron, bien entrada la madrugada. Hizo que dormía y cuando todo estuvo en silencio tomó sus cosas y salió sin hacer ruido. Caminó por los pasillos, al principio La inmensidad de la noche le infligió miedo, pero a medida que avanzaba la incipiente alborada comenzó a dar forma al paisaje. Experimentaba una satisfacción desconocida, la satisfacción de estar libre, mientras el sol salía sobre su existencia nueva. Sin ningún atisbo de duda, cruzó el riachuelo.

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