“Las miré cómo se miran las guascas viejas que ya no se van a
usar”
Don Segundo Sombra,
cap. III
Cualquier sitio era mejor que ese. Caminó despacio entre la gente aún
adormecida, escrutó cada vidriera, persiana y puertas de negocios, buscando un
cartelito salvador. No miraba a la cara para
que nadie se dé cuenta que estaba sola y perdida.
Se dirigió a un puesto de
diarios, con los pocos pesos que había ahorrado compró uno y en el primer bar
que encontró abierto pidió un café con leche. Primero leyó el horóscopo: “nuevos
caminos se abren hoy para los nacidos en…”. Siguió con los clasificados, había
pocas ofertas. “Muchacha con cama
adentro” y se le iluminaron los ojos.
Tendré techo y comida, pensó, y decidió intentarlo. Luego de un llamado,
se presentó en la dirección indicada. A pesar de no haber llevado referencias, la
suerte jugó a su favor. Comenzó a trabajar inmediatamente. Apenas instalada, ordenó los ambientes con diligencia y preparó
el almuerzo. Supo que su patrón partía en viaje de negocios esa misma tarde y
el desánimo se apoderó de ella. “Ya no tendría sentido estar acá, pensó, se
deshará de mí inmediatamente”. No dijo
nada y siguió trabajando.
A media tarde entró al
departamento una mujer de mediana edad, algo mayor que él. Al ver la maleta y
un bolso de mano preparados en el living, preguntó:
_ ¿Tenés todo listo? Veo que te organizas muy bien.
El hombre llamó a la muchacha que se había escabullido en la cocina y
la presentó, diciéndole:
_ Mi hermana se quedará a cargo el tiempo que yo esté ausente. Más o
menos sabes lo que hay que hacer, así que no vas a tener problemas.
Los colores le volvieron al rostro. La mujer notó el cambio de ánimo de la
muchacha, sin embargo le advirtió:
_ No soy tan confiada como mi hermano, me contó que no tenés
referencias. ¿Es tu primer trabajo? Inquirió, a lo que la chica asintió con la
cabeza, y prosiguió diciendo:
_ Vivo en el departamento que está frente a este. Podés escuchar la
radio durante el día, si querés. También podes usar el televisor del cuarto de
servicio pero solo después de cenar, eso sí, mañana a las siete te quiero ver
despierta.
Esa noche por fin pudo dormir de
corrido, sin sobresaltos. Cansada pero feliz.
Y soñó. Soñó con la cara de su tía Ruth, flaca, angulosa, cuya nariz de pico de carancho asomaba brutalmente
entre los ojos hundidos, así se le presentó en el sueño. Soñó con su madre
y hermanos.
Los
mayores habían partido antes que ella, eran tres, pero casi no recordaba sus
caras. Extrañaba a los cuatro que quedaron en El Chaco; soñaba que les llevaba regalos y veía sus
caritas felices y por fin los ojos de Teresa se humedecían de felicidad. No
como cuando le dijo:
-Vas a
ir con tu tía Ana, te espera en Buenos Aires.
Lo dijo fríamente, ordenándoselo.
La acompañó a la ruta y la puso en el micro; se quedó mirando la parte trasera
del vehículo hasta que se perdió en la curva y pensó “a ella no le va a pasar”,
evocando cuando su propia madre la llevaba a esa misma ruta y la ofrecía a los
camioneros que pasaban a cambio de despegar las tripas y calmar el llanto. Esto
Yamila nunca lo supo. Por eso no entendía porque se crió sin un padre, hasta
que se cansó de preguntar a una Teresa seca de lágrimas y de palabras. Teresa
tampoco sabía que cuando Ana pidió por su
hija, aquella se hacía llamar Ruth.
En la casilla de la Isla Maciel,
Yamila conoce a otras dos, de
piel ajada y pelo teñido como el de su tía. La recibieron cariñosamente. Una le
acarició la cabeza, siguiendo con los dedos un mechón de su largo cabello negro.
Las mujeres habían discutido la
situación con anterioridad, cada vez tenían menos clientes. Los estibadores que
solían frecuentar la casilla, ya no pasaban. Sólo quedaban los viejos borrachos
de siempre, pero de esos no se podía vivir. Por eso a Ruth le pareció una buena
idea “salvar el negocio” trayendo a su sobrina. Prefirieron no iniciarla
todavía hasta que se quitara las costumbres del campo y asimilara los nuevos
códigos. Estaba segura que la chica le agradecería con el tiempo haberla
rescatado de esa vida miserable. La morada, además era utilizada como refugio
de delincuentes, depósito de cosas robadas y drogas, actividad de cual ellas
también obtenían sus ganancias.
Jamás pasó una noche tranquila
mientras estuvo ahí, padeció acosos de todo tipo. Las mujeres no la apuraban
pero le hacían entender que no la mantendrían por mucho tiempo más, comenzando
a adiestrarla en las artes de ganarse la vida. Comprendió que permanecer en esa
guarida significaba entrar en el negocio y lo que veía no le gustaba. Conoció
algunas familias con niños que le recordaban a sus hermanos; veía que muchos hombres y mujeres trabajaban,
algunos eran albañiles, otros iban al puerto. Se sintió con coraje y planeó la
huida; guardó unos pesos que había
ahorrado, puso unas pocas ropas en un
bolso cuando nadie la veía y esperó la noche. Estuvo despierta hasta que las
otras volvieron, bien entrada la madrugada. Hizo que dormía y cuando todo
estuvo en silencio tomó sus cosas y salió sin hacer ruido. Caminó por los
pasillos, al principio La inmensidad de la
noche le infligió miedo, pero a medida que avanzaba la incipiente alborada
comenzó a dar forma al paisaje. Experimentaba
una satisfacción desconocida, la satisfacción de estar libre, mientras el sol salía sobre su existencia
nueva. Sin ningún atisbo de duda, cruzó el riachuelo.

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