La luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.
Julio Cortázar / Continuidad de los parques
Vicente
Corvalán, sentado plácidamente en el sillón, está a punto de terminar de leer la
novela. Pero antes hace una pausa para que sus ojos, ávidos de luz, atraviesen
la claridad de los ventanales y se pierdan entre los árboles del parque. La sombra de las
frondosas ramas se proyecta en su mirada.
Cuando retoma la lectura, vuelve a meterse en la piel del hombre que ignorando su suerte y con un libro entre las manos, apoyará la cabeza en el sillón por última vez.
Cuando retoma la lectura, vuelve a meterse en la piel del hombre que ignorando su suerte y con un libro entre las manos, apoyará la cabeza en el sillón por última vez.
Aunque es mejor
no anticiparse, porque Vicente Corvalán aún no lo sabe.
A medida que
recorre las últimas líneas, se revuelve incómodo en el asiento y un sudor frío lo
estremece. De pronto da un respingo y levanta la cabeza: tiene los ojos
espantados, como si la sorpresa y el temor se hubieran juntado en ellos.
No le queda mucho
tiempo.
Corre a su
escritorio, saca el arma del cajón y retira el seguro.
Mientras espera
detrás de la puerta, presiente los pasos amortiguados por la alfombra.
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