martes, 1 de octubre de 2013

Margarita Rodríguez - Desde la combi



Las flores amarillas de los lirios que tapizan el bañado asomaban tímidamente anunciando el comienzo de la primavera. En pocos días, los botones de oro se multiplicarían destacando sobre el verde del alto follaje.
Sobre  la autopista Marcela llenaba sus pulmones con el aire que trae la brisa del rio, a través de la ventanilla abierta de la combi, antes de sumergirse en el caos de la gran ciudad.
Sus pensamientos  se perdían  en el paisaje modesto del sur. Algunos ceibos, con sus flores como lágrimas de sangre, emergían  entre la espesura de los lirios. Más allá una barrera,  impenetrable a las miradas, de sauces, encinas y espinillos anunciaba  la proximidad de la costa.
El departamento que alquila en Berazategui, al fondo de un largo pasillo, con un patiecito interno de dos por dos, le brinda una escasa luz natural. Sin embargo ella se las ingenia para cultivar sus  plantas en macetas estratégicamente colocadas en ese pequeño cubo de cemento.  Ama la naturaleza y en el  trayecto diario hasta su trabajo se permite disfrutarla.
Una mañana su rutinario  viaje se vio alterado por algo que la estremeció. Las maquinarias llegaron sin previo aviso. El ruidoso ajetreo de topadoras y palas mecánicas vomitando toneladas de tierra estaban desbastando  aquel  lugar. La construcción  de un seguro y coqueto barrio privado estaba comenzando.
 Solo era el comienzo, pero semejante comienzo daba poco lugar a dudas sobre el resultado final. Marcela estaba informada y sabía que esta tendencia crecía en detrimento de la flora y fauna autóctona ya que muy pocas veces se tenía en cuenta el impacto ambiental a la hora de realizar pingües negocios inmobiliarios.
Sintió que la vasta hondonada  que bordea la autopista dejaría de ser un deleite a los ojos de muchos   para ser el disfrute de unos pocos. Y la invadió la tristeza.


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