Las ocho en punto, y entre chirridos, la persiana de
la barbería, abre sus puertas como todos los días.
Ocho y un
minuto, llega Juan Cristóbal, saluda con un gesto, saca de una bolsa su
chaqueta impecablemente planchada, y después de ponérsela, acomoda los
utensilios de trabajo, peines, cepillos, distintas tijeras y la navaja.
Minutos más
tarde comienzan a entrar los clientes, algunos habituales, otros que están de
paso; se mezclan las charlas: debates de política, de football, y los chismes
de barrio que nunca faltan.
A las doce
en punto, como de costumbre, Juan Cristóbal va al cuarto de atrás, almuerza un pebete de jamón y queso, su botella de agua, para luego fumarse con fruición un
cigarrillo, mirando las volutas de humo haciendo círculos en el aire. Doce y
media vuelve al trabajo; mas clientes, mas charlas, ¡rutina, pura rutina!.
Cerca de las seis entra don Pedro, éste es el cliente que mas fastidio le causa
a Juan.
_ Hola Juanito, cortame vos.
¡Que pesado! Don Pedro es insoportable, pendenciero y
criticón, nada le viene bien: que si la patilla le queda corta, o mucho pelo
arriba, que muy corto abajo…
Termina de
cortarle y como siempre:
_ Juanito, ya me dejaste la patilla muy corta, bueno,
¿Qué se le va a hacer? Ahora afeitame.
Juan
Cristóbal odia que le llame Juanito, se miró al espejo, su frente surcada por
arrugas, su gesto adusto, y el ceño siempre fruncido. Toma la navaja y con suma
habilidad corta el cuello del viejo, de izquierda a derecha, la capa se tiñe de
rojo...
Juan vuelve a mirarse al espejo, sonríe, ¡rutina, pura rutina!
Genial Susana, como todo lo que escribís
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