martes, 15 de octubre de 2013

Margarita Rodríguez - La prueba


Cuando el avión despegó Marilú supo que hacía lo correcto. Los problemas de comunicación entre sus padres tendrían que resolverlos ellos. Nunca entendieron nada de lo que a ella le estaba pasando. No entendieron porqué en lugar de la fiesta de quince prefirió que le abran una cuenta en el banco. Tampoco quiso ir al viaje de egresados, aunque se había graduado con todos los honores y les había prometido que iba a ir a la universidad, pero que primero quería encontrarse a sí misma.
_ Pero ¿Acaso no sabés quien sos?  Le dijo una vez el padre en una de las pocas charlas que tenían a la hora de la cena. Y esto era porque él, en lugar de la sobremesa familiar, prefería ir al café a charlar con los amigos. Ahí se sentía a sus anchas. Solo Casissa lo fastidiaba un poco.
Con la madre el diálogo no era mejor. En respuestas a sus inquietudes existenciales, repetía con férrea convicción, como todo argumento, las palabras del cura de la parroquia del barrio. Un polaco dogmático que había llegado cinco años atrás, después de que al padre Enrique le dieran otro destino.
Se sentía a gusto con Luisina, su mejor amiga. La experiencia de caminar sobre el agua les abrió a ambas la cabeza y el corazón. Dos veces por semana iban a la villa que está al otro lado de las vías a dar apoyo escolar y los fines de semana organizaban quermeses y colectas para ayudar a los más necesitados.
Alimentaba a los perros y gatos callejeros. Ella misma se encargaba de quitarles los gusanos de las heridas purulentas y bañar a los que tenían sarna. La madre le había prohibido llevar los animalitos a su casa ¡Faltaba más, con la fobia que le tenía a las pestes! Entonces  se las ingenió para hacerles un refugio en un baldío. Consiguió sensibilizar a algunos vecinos, Rosario es un lugar de gente sensible. Admiraban que alguien tan joven pudiera encausar sus sentimientos solidarios, hacía falta un líder que tomara  la iniciativa.
Roberto temía que Marilú se hiciera monja, y  así se lo hizo saber una vez a su mujer:
_ Susana, te fijaste cómo la nena se lo pasa leyendo la Biblia. No estará pensando en tomar los hábitos?
A la esposa la asaltaron pensamientos contradictorios. Por un lado estaba tranquila porque su hija adolescente, entretenida en estas actividades sociales, no la trastornaba tanto como las hijas de algunas vecinas que empezaban a ponerse de novia, salían de noche, conocían gente, se tatuaban, usaban “pearcings” y todas esas modas alocadas propias de la rebeldía juvenil. Ella no, era tan madura, tan centrada, tan a gusto consigo misma haciendo el bien a los demás que, a pesar de algunas excentricidades,  no le provocaba grandes disgustos  “¡Pero de ahí a hacerse monja…!”
Cierto que Marilú leía mucho la Biblia, pero la encontraba llena de contradicciones, y el padre Enrique estaba tan lejos…!  Al principio conversaba mucho con su catequista, la visitaba con frecuencia. Pero la pobre mujer comenzó a tener problemas articulares. Ya casi no podía caminar, vivía recluida en su casa intoxicada con corticoides y calmantes para poder dormir.
Empezó a incursionar en otras filosofías, se interesó por la metafísica. Paralelamente le atraía mucho la ciencia, posiblemente la medicina. Pero creía que antes de aprender a curar el cuerpo tenía que aprender a sanar el alma.

La única que la apoyaba incondicionalmente era Luisina, a quien le hubiera gustado emprender el peregrinaje junto a su amiga, pero tenía que ayudar a la madre a atender el kiosco, un emprendimiento extra, ya que con una sola entrada no cubrían las necesidades de la familia. Entonces se conformó con esperarla y compartir la experiencia del aprendizaje que, seguramente, Mari le transmitiría a su vuelta de la India.

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