Cuando el avión despegó Marilú
supo que hacía lo correcto. Los problemas de comunicación entre sus padres
tendrían que resolverlos ellos. Nunca entendieron nada de lo que a ella le
estaba pasando. No entendieron porqué en lugar de la fiesta de quince prefirió
que le abran una cuenta en el banco. Tampoco quiso ir al viaje de egresados,
aunque se había graduado con todos los honores y les había prometido que iba a
ir a la universidad, pero que primero quería encontrarse a sí misma.
_ Pero ¿Acaso no sabés quien sos?
Le dijo una vez el padre en una de las
pocas charlas que tenían a la hora de la cena. Y esto era porque él, en lugar
de la sobremesa familiar, prefería ir al café a charlar con los amigos. Ahí se
sentía a sus anchas. Solo Casissa lo fastidiaba un poco.
Con la madre el diálogo no era
mejor. En respuestas a sus inquietudes existenciales, repetía con férrea
convicción, como todo argumento, las palabras del cura de la parroquia del
barrio. Un polaco dogmático que había llegado cinco años atrás, después de que
al padre Enrique le dieran otro destino.
Se sentía a gusto con Luisina, su
mejor amiga. La experiencia de caminar sobre el agua les abrió a ambas la
cabeza y el corazón. Dos veces por semana iban a la villa que está al otro lado
de las vías a dar apoyo escolar y los fines de semana organizaban quermeses y
colectas para ayudar a los más necesitados.
Alimentaba a los perros y gatos
callejeros. Ella misma se encargaba de quitarles los gusanos de las heridas
purulentas y bañar a los que tenían sarna. La madre le había prohibido llevar
los animalitos a su casa ¡Faltaba más, con la fobia que le tenía a las pestes! Entonces
se las ingenió para hacerles un refugio
en un baldío. Consiguió sensibilizar a algunos vecinos, Rosario es un lugar de
gente sensible. Admiraban que alguien tan joven pudiera encausar sus
sentimientos solidarios, hacía falta un líder que tomara la iniciativa.
Roberto temía que Marilú se
hiciera monja, y así se lo hizo saber
una vez a su mujer:
_ Susana, te fijaste cómo la nena
se lo pasa leyendo la Biblia. No estará pensando en tomar los hábitos?
A la esposa la asaltaron
pensamientos contradictorios. Por un lado estaba tranquila porque su hija
adolescente, entretenida en estas actividades sociales, no la trastornaba tanto
como las hijas de algunas vecinas que empezaban a ponerse de novia, salían de
noche, conocían gente, se tatuaban, usaban “pearcings” y todas esas modas
alocadas propias de la rebeldía juvenil. Ella no, era tan madura, tan centrada,
tan a gusto consigo misma haciendo el bien a los demás que, a pesar de algunas
excentricidades, no le provocaba grandes
disgustos “¡Pero de ahí a hacerse
monja…!”
Cierto que Marilú leía mucho la
Biblia, pero la encontraba llena de contradicciones, y el padre Enrique estaba
tan lejos…! Al principio conversaba
mucho con su catequista, la visitaba con frecuencia. Pero la pobre mujer
comenzó a tener problemas articulares. Ya casi no podía caminar, vivía recluida
en su casa intoxicada con corticoides y calmantes para poder dormir.
Empezó a incursionar en otras
filosofías, se interesó por la metafísica. Paralelamente le atraía mucho la
ciencia, posiblemente la medicina. Pero creía que antes de aprender a curar el
cuerpo tenía que aprender a sanar el alma.
La única que la apoyaba incondicionalmente
era Luisina, a quien le hubiera gustado emprender el peregrinaje junto a su
amiga, pero tenía que ayudar a la madre a atender el kiosco, un emprendimiento
extra, ya que con una sola entrada no cubrían las necesidades de la familia.
Entonces se conformó con esperarla y compartir la experiencia del aprendizaje
que, seguramente, Mari le transmitiría a su vuelta de la India.

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