Un día decidí que debía seguir rigurosamente las indicaciones del Traumatólogo, tiré por la borda y con un dejo de nostalgia mis dieciocho años consecutivos de clases de yoga y comencé a caminar y hacer natación.
Ahora después de 24 meses de tener casi asistencia perfecta en la Plaza del Bicentenario de Quilmes, estoy aprendiendo a conocer la dinámica de algunos personajes diarios y hasta fui hilvanando en mi imaginación, ciertas situaciones de vida.
Algunos perduraron en el tiempo, otros aparecieron y desaparecieron, los que se presentaron con cierta periodicidad mientras que otros aparecieron por generación espontánea de los cuatro rumbos cardinales en patotas, en fila casi india, como saliendo de algún gran hormiguero en fila india.
Hasta que ella irrumpió de improviso, estacionó su auto rojo en un borde de la manzana, práctica que repitió tal ceremonia, generalmente en el mismo lugar, denotando su incapacidad de hacerlo entre dos vehículos. Se colocó los auriculares y comenzó un danzarín trotecito, desde el comienzo al final, sin observarse agotamiento entre vuelta y vuela.
La mayoría tal rito aceptado, íbamos silenciosamente o en amenas charlas dando las vueltas en el sentido antihorario, de modo tal que casi no nos enfrentábamos, solo nos distinguíamos por la silueta. Ella se destacó entre la masa, no por descollar en oratoria, ni en belleza, ni en juventud. Nadie se atrevió a endosar ropaje tan llamativo, desde sus polainas, coloridas calzas, debajo de ajustadísimos shorts. Algunas veces llevaba jeans con desgastes importantes que dejaba a la vista medias de tonalidades contrastantes. Pero el paisaje lo completaba con una abundante y ensortijada cabellera reluciente tal febo asomándose en el horizonte.
Su cabeza bailaba al son de los sonidos que iba escuchando, con casi simétrico galopar. Difícil fue abstraerse de mirar libres hacia donde mis ojos navegaban y lógicamente fui tejiendo historias, me la imaginé viviendo en soledad, como para justificar el impacto que su sola presencia muestra pero de un día a otro desapareció, nunca me enteré el porqué, hasta que en una ocasión ya entrada la oscuridad, vi una silla de ruedas empujada por una enfermera, cuando descubro que la que estaba sentada era nuestra ovejita rubia.
Excelente hábito ir a la plaza y observar, está llena de personajes que estimulan la mente del escritor!!!
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