domingo, 2 de marzo de 2014

Margarita Rodríguez - Sur, murallón y después.



El cuarteto llegó en tranvía ese sábado a la noche. El cantor, mirando a través del vidrio empañado, le dijo al compañero que estaba a su lado:
_ Mirá que estuve en piringundines de mala muerte pero, ¡Esto es el culo del mundo!
En el asiento de enfrente, el guitarrista  tenía la mirada fija en los rieles apenas alumbrados por la luz mortecina  del coche en movimiento.
Al bajar la barranca, un olor particular comenzó a invadir el ambiente, acompañado de un murmullo que crecía conforme se iban adentrando en la oscuridad. Cuando se apearon, la niebla espesa les impedía visualizar la costa que estaba a escasos metros, aunque el rumor del agua era notorio. El cantor era un joven corpulento que llevaba sin dificultad su enorme guitarrón. Cada uno con sus respectivos instrumentos,  caminaron unos doscientos metros hasta un local bailable llamado El Faro.
Rosa estaba sentada cerca del mostrador, junto a otras dos mujeres, cuando el grupo se acomodó a un costado. Templaron sus instrumentos y saludando con un “buenas noches”, la voz grave y áspera de Leonel, el cantor, abrió un surco en el ambiente acaparando la atención y comenzaron con su repertorio habitual.
_ Es Rivero  -dijo uno que lo había visto en el centro-.
Algunos, que esperaban impacientes el espectáculo en vivo  para darse corte en la pista, comenzaron a bailar. La mayoría de los presentes prefirió escuchar, mientras seguía entrando  gente al boliche.
Después de unos cuantos temas, se tomaron un descanso. El bandoneonista se acercó al mostrador y los otros a la mesa de las damas. La consumición de los artistas estaba a cargo del local,  ellas les hicieron un lugar en su mesa.
_ Chiquito, ¿Qué haces acá pendejo? – Le dijo el encargado a un chico de no más de diez años que andaba entre las mesas pidiendo monedas- No podés estar, rajá de acá.
El pibe salió refunfuñando por la puerta principal. Ahí se quedó esperando, luego corrió hasta un recién llegado y le gritó: “¿Se lo cuido Don?”. El hombre le dio las riendas y una moneda, el chico llevó el caballo hasta el palenque junto a los demás.
Tres hombres pasaban caminando, cuando uno de ellos reconoció a un zaino entre los equinos atados frente al local. Luego de interpelar al chico entraron, cuchillos en mano, y fueron directo a la mesa del recién llegado. Al verlos el encargado sacó un trabuco debajo del mostrador y haciendo ostentación del mismo los invitó a retirarse.
_ No pasa nada Fidel –dice uno de ellos-, venimos a hablar con el caballero.
En el momento  en que el supuesto damnificado apoyó ambas mano sobre la mesa dejando ver el puñal y escoltado por los otros dos, el aludido, que no tenía idea de lo que estaba pasando, los vio acercarse y desenfundó su revólver.
Una corrida general dejó vacía la pista, varios se amontonaron para salir, algunos se parapetaron detrás del mostrador. Rosa tomó al cantor de la mano y, saliendo por una puerta lateral lo llevó a una pieza que había detrás del local.
_ Espere –le dice él, que volvió  a los pocos segundos después de haber recuperado el guitarrón, aunque no pudo distinguir a sus compañeros que, al parecer,  ya se habían escabullido por otro lado-.
Desde el cuarto se podían escuchar atemperados los ruidos provenientes del local. Allí había una cama y una silla junto a una mesita. El cantor se sentó en la cama, ella en la silla, para tranquilizarlo le dijo:
_ No se preocupe por sus amigos, seguro que están bien.
_ ¿Los conoce? digo, a esos tipos.
_ Si, son de cuidado, no se andan con vueltas.
_ ¿Usted es de acá?
_No, pero conozco el barrio, mis amigas sí son de acá, una de ellas es la hermana de Fidel.
_ Ah, por eso conocía la piecita.
_ Si, por eso.

_ Ayer tocamos en El Tigre – Comentó al pasar el cantor. Lo que no le dijo fue que, cuando contó que esa  noche actuaban en El Faro, el que los contrató se sonrió y le dijo “Bueno, si salen vivos los espero la semana que viene”- Usted tiene lindas piernas, digo, para la milonga. Me hubiera gustado verla bailar.
_ Bueno… ¿Por qué no podemos hacerlo acá?
Él le extendió la mano, ella se aproximó y la tomó por la cintura.

Extinguido el entrevero sin mayores consecuencias, el trío de músicos, de acuerdo con Fidel, el encargado, dieron por terminado el espectáculo. Habían perdido el último tranvía de la noche. Cansados de esperar junto al mostrador al cantor, decidieron ir a tomar aire fresco al río. El primer tranvía de la mañana salía a las seis.

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