El cuarteto llegó en tranvía ese sábado a la noche. El cantor,
mirando a través del vidrio empañado, le dijo al compañero que estaba a su
lado:
_ Mirá que estuve en piringundines de mala muerte pero, ¡Esto
es el culo del mundo!
En el asiento de
enfrente, el guitarrista tenía la mirada
fija en los rieles apenas alumbrados por la luz mortecina del coche en movimiento.
Al bajar la barranca,
un olor particular comenzó a invadir el ambiente, acompañado de un murmullo que
crecía conforme se iban adentrando en la oscuridad. Cuando se apearon, la
niebla espesa les impedía visualizar la costa que estaba a escasos metros,
aunque el rumor del agua era notorio. El cantor era un joven corpulento que
llevaba sin dificultad su enorme guitarrón. Cada uno con sus respectivos
instrumentos, caminaron unos doscientos
metros hasta un local bailable llamado El Faro.
Rosa estaba sentada
cerca del mostrador, junto a otras dos mujeres, cuando el grupo se acomodó a un
costado. Templaron sus instrumentos y saludando con un “buenas noches”, la voz
grave y áspera de Leonel, el cantor, abrió un surco en el ambiente acaparando
la atención y comenzaron con su repertorio habitual.
_ Es Rivero -dijo uno que lo había visto en el centro-.
Algunos, que esperaban
impacientes el espectáculo en vivo para
darse corte en la pista, comenzaron a bailar. La mayoría de los presentes
prefirió escuchar, mientras seguía entrando
gente al boliche.
Después de unos cuantos temas, se tomaron un descanso. El
bandoneonista se acercó al mostrador y los otros a la mesa de las damas. La
consumición de los artistas estaba a cargo del local, ellas les hicieron un lugar en su mesa.
_ Chiquito, ¿Qué haces
acá pendejo? – Le dijo el encargado a un chico de no más de diez años que
andaba entre las mesas pidiendo monedas- No podés estar, rajá de acá.
El pibe salió
refunfuñando por la puerta principal. Ahí se quedó esperando, luego corrió hasta
un recién llegado y le gritó: “¿Se lo cuido Don?”. El hombre le dio las riendas
y una moneda, el chico llevó el caballo hasta el palenque junto a los demás.
Tres hombres pasaban caminando, cuando uno de ellos reconoció
a un zaino entre los equinos atados frente al local. Luego de interpelar al
chico entraron, cuchillos en mano, y fueron directo a la mesa del recién llegado.
Al verlos el encargado sacó un trabuco debajo del mostrador y haciendo ostentación
del mismo los invitó a retirarse.
_ No pasa nada Fidel
–dice uno de ellos-, venimos a hablar con el caballero.
En el momento en que el supuesto damnificado apoyó ambas
mano sobre la mesa dejando ver el puñal y escoltado por los otros dos, el
aludido, que no tenía idea de lo que estaba pasando, los vio acercarse y
desenfundó su revólver.
Una corrida general
dejó vacía la pista, varios se amontonaron para salir, algunos se parapetaron
detrás del mostrador. Rosa tomó al cantor de la mano y, saliendo por una puerta
lateral lo llevó a una pieza que había detrás del local.
_ Espere –le dice él, que volvió a los pocos segundos después de haber
recuperado el guitarrón, aunque no pudo distinguir a sus compañeros que, al
parecer, ya se habían escabullido por
otro lado-.
Desde el cuarto se
podían escuchar atemperados los ruidos provenientes del local. Allí había una
cama y una silla junto a una mesita. El cantor se sentó en la cama, ella en la
silla, para tranquilizarlo le dijo:
_ No se preocupe por
sus amigos, seguro que están bien.
_ ¿Los conoce? digo, a
esos tipos.
_ Si, son de cuidado,
no se andan con vueltas.
_ ¿Usted es de acá?
_No, pero conozco el
barrio, mis amigas sí son de acá, una de ellas es la hermana de Fidel.
_ Ah, por eso conocía
la piecita.
_ Si, por eso.
_ Ayer tocamos en El
Tigre – Comentó al pasar el cantor. Lo que no le dijo fue que, cuando contó que
esa noche actuaban en El Faro, el que los
contrató se sonrió y le dijo “Bueno, si salen vivos los espero la semana que
viene”- Usted tiene lindas piernas, digo, para la milonga. Me hubiera gustado
verla bailar.
_ Bueno… ¿Por qué no
podemos hacerlo acá?
Él le extendió la mano, ella se aproximó y la tomó por la
cintura.
Extinguido el entrevero sin mayores consecuencias, el trío de
músicos, de acuerdo con Fidel, el encargado, dieron por terminado el
espectáculo. Habían perdido el último tranvía de la noche. Cansados de esperar junto
al mostrador al cantor, decidieron ir a tomar aire fresco al río. El primer
tranvía de la mañana salía a las seis.

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