jueves, 2 de enero de 2014

Susana Abbatantuono - El sepulturero



    Mortencio despertó temprano como todos los días. Era el sepulturero de “Arroyo tieso”, un pueblito ubicado “donde el diablo perdió el poncho”, como dicen; mantenía el cementerio arreglado como un jardín,  no sólo se encargaba de enterrar a los difuntos,  antes de los velorios los preparaba para la ocasión; para esto contaba con una variedad de maquillajes, ropas apropiadas, y hasta algunas veces les pintaba las uñas a las damas.
   
    Eran como las diez, cuando le avisaron de la muerte de doña Santina, la curandera del pueblo. Ella “tiraba el cuerito”, curaba el mal de ojos, la culebrilla, lombrices y si era necesario arreglaba algún que otro hueso.
  Para muchos tenía unos ochenta y tantos, pero otros aseguraban que ya había pasado los cien.
    Vistió a la doña con un traje azul, de cuello blanco, enroscó la trenza de su cabello alrededor de su cabeza, todo con sumo cuidado; dedicado a estos menesteres,  de pronto vio que la vieja abrió los ojos. Su susto fue tal que quedó tieso junto al cajón, sin darse cuenta de que se trataba de una contracción muscular.                                     
                                                       
    

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