viernes, 29 de noviembre de 2013

Margarita Rodríguez - Ciudad



Tarde gris, invierno en la piel. Las suelas pegándose al chirle de las baldosas y un aire frio que se abre paso hasta los huesos.
En el bondi, una cumbia villera dispersa mi atención, obligándome a cerrar la edición de Orsai que pensaba ojear durante el viaje. Me pongo los auriculares para neutralizar el ruido pero no lo logro. La realidad se me impone a pesar de mi tendencia al aislamiento.
Las frenadas y los bocinazos tampoco ayudan a concentrarme en mi soledad. Miro a mi alrededor, parece ser que a nadie lo molesta nada, y el display de Infobae, empecinado en obligarme a tragar las noticias del momento.

Todo es ruin, todo es cruel. Anónima, en medio de tanto anonimato que mira sin ver. Nadie te dirige la palabra, ni siquiera por cortesía; ni un “permiso”, ni un “disculpe”, ni un “gracias”. Cartelitos de “no moleste” en las frentes, ni siquiera las rayas de la camisa dibujadas en la piel. ¿Dónde están las banderitas de taxi libre a la espera del abordaje amistoso, que me indiquen que hoy valió la pena salir a la calle y regresar trayendo un ramo de flores de Bachín en las manos y mariposas en el corazón?

No hay comentarios:

Publicar un comentario