Agradecimiento:
a mi hijo Javier Feldman
Los planes no habían salido del
todo bien, de hecho, difícilmente podrían haber salido peor. Cuando todo
indicaba que ya no quedaban muchas salidas airosas, Aníbal sacó de su manga la
última carta que le quedaba por jugar. Dejó el vaso de escocés sobre la mesa
ratona del hall, apagó el cigarrillo y se dirigió hacia el estacionamiento del
hotel en donde lo esperaba su BMW. Se subió, abrió la guantera y contó cuantas
balas le quedaban en la Glock 9mm. Luego lo encendió y salió a toda velocidad
hacia el centro de la ciudad.
Un aire prístino envolvía el
ambiente matinal. Hileras de bancos de
madera sombreados por robustos jacarandás bordeaban el sendero en forma de cruz
que dividía el parque en cuatro sectores de césped prolijamente cortado. En
ellos ocasionales paseantes conversaban distraídamente. La tranquilidad de la
plaza sucumbía ante el gracioso alboroto que provenía de las aguas
danzantes de una fuente ubicada
estratégicamente en el centro. De fondo
modernos edificios y un cielo celeste y despejado contrastando con las copas
lilas y el verde follaje de los árboles. Un panorama ideal para el disfrute de
cualquier transeúnte, pero Aníbal no era
un viandante cualquiera; y lo que menos tenía era tiempo para detenerse a
admirar el paisaje. Los últimos días se habían caracterizado por percibir la
realidad circundante como si la observara detrás de un film opaco. Desde el
ángulo de la plaza en el que se encontraba parado, divisaba la cúpula de la
iglesia de San Marcos. Calculó que estaba a dos calles y emprendió el camino a
pie.
La alfombra roja se extendía
desde la escalinata hasta el altar. A los lados los bancos de roble estaban
orlados por hermosos ramos de flores blancas, haciendo juego con el ajuar de la
novia. Familiares y amigos colmaban la nave principal y una multitud de
curiosos y fotógrafos se agolpaban en el portal. Los novios, tomados de la
mano, escuchaban con atención el oficio religioso, el obispo en persona
presidía la ceremonia. Al día siguiente el evento sería tapa de diarios y
revistas del corazón.
Todo comenzó un año atrás, cuando
Lilia Fontán entró en las oficinas de la consultora Garré-Guzmán para
entrevistar a los dos jóvenes socios que habían cobrado notoriedad después de
los últimos comicios nacionales. Ya habían ganado cierto prestigio como
asesores empresariales y eran muchos los políticos que requerían sus servicios.
Aníbal Guzmán y Pablo Garre se conocieron en el colegio secundario. Fans del
mismo club de futbol pronto se hicieron muy buenos amigos. Compartían el gusto
por la música y las salidas e incluso la vocación los llevó a iniciar juntos la
misma carrera universitaria. Claro que Pablo provenía de una familia de
abogados que le facilitaron notoriamente el acceso a los estudios y gozaban de
excelentes conexiones, con lo cual el futuro estaba garantizado. En cambio
Aníbal trabajaba como telemarketer para costearse la carrera y la suerte lo
favorecía en el sentido de que podía acceder al material de estudios de Pablo,
de modo que no tenía que afrontar semejante
gasto. Ya recibidos Pablo le propuso a Aníbal iniciar una empresa en la cual
serían socios, afrontando él la financiación inicial. Ambos se complementaban
muy bien. Si bien Pablo era inteligente y tenía la perspectiva del mundo que le
había dado el pertenecer a una familia adinerada, Aníbal era brillante y tenaz,
dotado de una personalidad arrolladora fruto de la necesidad de tener que
abrirse camino a fuerza de voluntad.
Lilia Fontán era una periodista
en ascenso, la cara visible de un programa de cable dedicado a noticias de
actualidad. Joven y con una
inteligencia que la llevó a ocupar un lugar destacado en la audiencia
televisiva. La tarde de la entrevista se desenvolvió con gran soltura, comenzó
con una charla informal para romper el hielo que inmediatamente generó un clima
distendido, para luego dar un enfoque más profesional a la conversación para lo
cual se había hecho de un repertorio de preguntas sagaces y atinadas, a las cuales los jóvenes
empresarios respondieron con soltura y prolijidad. El reportaje había resultado a todas luces
exitoso. Pero los cruces de miradas, las cosas no dichas pero insinuadas, el
clima que se creó entre los tres y que la cámara no llegó a captar los movilizó
a continuar la charla en otro lugar y luego de despedir al fotógrafo se
dirigieron a un coqueto y discreto café de la zona. Entre copas, anécdotas y chistes, sin las
tensiones del trabajo y sin inhibiciones, Lilia coqueteó abiertamente con
ambos. Otras veces, Aníbal y Pablo habían compartido mujeres ocasionales, pero esta
vez era distinto. Ambos se sentían fuertemente atraídos por ella, y la joven no disimulaba su entusiasmo.
Al cabo de un rato, los tres partieron hacia la casa de campo que poseía la
familia de Pablo.
El trío llevó a cabo sus juegos
amorosos durante algún tiempo, en un acuerdo tácito que se efectuó aquella
tarde en el bar, dando rienda suelta a las pasiones con la complicidad que las circunstancias
inferían en la intimidad de la casa de campo.
Pero la joven periodista al parecer tenía otros planes. Vislumbró que su
notoriedad se vería enormemente favorecida con la solvencia y el estatus que el
apellido Garre le conferían y poco a poco fue dejando a Aníbal fuera de su
juego acercándose cada vez más a Pablo. La ceguera de este y la frustración de
su compañero se vieron incrementadas por una manipulación cada vez más egoísta
por parte de la joven, llevándolos a una rivalidad sin precedentes al punto tal
que, tanto la relación personal como
profesional, otrora inquebrantable los colocó en una situación imposible de
remontar, donde nada sería lo que fue. Ambos jóvenes se habían enamorado
perdidamente de la misma chica. Ella eligió a uno de ellos, el otro no quería
renunciar a su ilusión. Porque eso fue la vida de Aníbal desde que conoció a
Pablo: una ilusión. Él lo llevó por senderos que solo jamás hubiera podido
transitar, hasta el amor que sentía por esta mujer era ilusorio, sin Pablo no era nadie y ella jamás se hubiera fijado
en él.
Aníbal emprendió la marcha con
pasos largos y resuelto a terminar con
la situación, el agobio se fue
apoderando de su cuerpo y en su mente caóticas escenas lo torturaban sin cesar.
Se encontraba en la plaza principal de la ciudad natal de Pablo, un lugar hasta
ahora desconocido para él, pero donde la familia Garré gozaba de gran
prestigio, por eso la eligieron para efectuar
la boda. Lentamente fue aminorando el paso hasta detenerse frente al
último banco del parque. A escasos metro se estaban casando quien fuera su
mejor amigo y la mujer que amaba y odiaba al mismo tiempo. Se sentó, sacó el
arma y una sola bala le bastó para quitarse la vida.

.jpg)