jueves, 31 de enero de 2013

Margarita Rodríguez - Una bala en la recámara




Agradecimiento:
a mi hijo Javier Feldman


Los planes no habían salido del todo bien, de hecho, difícilmente podrían haber salido peor. Cuando todo indicaba que ya no quedaban muchas salidas airosas, Aníbal sacó de su manga la última carta que le quedaba por jugar. Dejó el vaso de escocés sobre la mesa ratona del hall, apagó el cigarrillo y se dirigió hacia el estacionamiento del hotel en donde lo esperaba su BMW. Se subió, abrió la guantera y contó cuantas balas le quedaban en la Glock 9mm. Luego lo encendió y salió a toda velocidad hacia el centro de la ciudad.
Un aire prístino envolvía el ambiente matinal.  Hileras de bancos de madera sombreados por robustos jacarandás bordeaban el sendero en forma de cruz que dividía el parque en cuatro sectores de césped prolijamente cortado. En ellos ocasionales paseantes conversaban distraídamente. La tranquilidad de la plaza sucumbía ante el gracioso alboroto que provenía de las aguas danzantes  de una fuente ubicada estratégicamente en el centro.  De fondo modernos edificios y un cielo celeste y despejado contrastando con las copas lilas y el verde follaje de los árboles. Un panorama ideal para el disfrute de cualquier transeúnte, pero Aníbal  no era un viandante cualquiera; y lo que menos tenía era tiempo para detenerse a admirar el paisaje. Los últimos días se habían caracterizado por percibir la realidad circundante como si la observara detrás de un film opaco. Desde el ángulo de la plaza en el que se encontraba parado, divisaba la cúpula de la iglesia de San Marcos. Calculó que estaba a dos calles y emprendió el camino a pie.
La alfombra roja se extendía desde la escalinata hasta el altar. A los lados los bancos de roble estaban orlados por hermosos ramos de flores blancas, haciendo juego con el ajuar de la novia. Familiares y amigos colmaban la nave principal y una multitud de curiosos y fotógrafos se agolpaban en el portal. Los novios, tomados de la mano, escuchaban con atención el oficio religioso, el obispo en persona presidía la ceremonia. Al día siguiente el evento sería tapa de diarios y revistas del corazón.
Todo comenzó un año atrás, cuando Lilia Fontán entró en las oficinas de la consultora Garré-Guzmán para entrevistar a los dos jóvenes socios que habían cobrado notoriedad después de los últimos comicios nacionales. Ya habían ganado cierto prestigio como asesores empresariales y eran muchos los políticos que requerían sus servicios. Aníbal Guzmán y Pablo Garre se conocieron en el colegio secundario. Fans del mismo club de futbol pronto se hicieron muy buenos amigos. Compartían el gusto por la música y las salidas e incluso la vocación los llevó a iniciar juntos la misma carrera universitaria. Claro que Pablo provenía de una familia de abogados que le facilitaron notoriamente el acceso a los estudios y gozaban de excelentes conexiones, con lo cual el futuro estaba garantizado. En cambio Aníbal trabajaba como telemarketer para costearse la carrera y la suerte lo favorecía en el sentido de que podía acceder al material de estudios de Pablo, de modo que  no tenía que afrontar semejante gasto. Ya recibidos Pablo le propuso a Aníbal iniciar una empresa en la cual serían socios, afrontando él la financiación inicial. Ambos se complementaban muy bien. Si bien Pablo era inteligente y tenía la perspectiva del mundo que le había dado el pertenecer a una familia adinerada, Aníbal era brillante y tenaz, dotado de una personalidad arrolladora fruto de la necesidad de tener que abrirse camino a fuerza de voluntad.
Lilia Fontán era una periodista en ascenso, la cara visible de un programa de cable dedicado a noticias de actualidad. Joven   y con una inteligencia que la llevó a ocupar un lugar destacado en la audiencia televisiva. La tarde de la entrevista se desenvolvió con gran soltura, comenzó con una charla informal para romper el hielo que inmediatamente generó un clima distendido, para luego dar un enfoque más profesional a la conversación para lo cual se había hecho de un repertorio de preguntas  sagaces y atinadas, a las cuales los jóvenes empresarios respondieron con soltura y prolijidad.  El reportaje había resultado a todas luces exitoso. Pero los cruces de miradas, las cosas no dichas pero insinuadas, el clima que se creó entre los tres y que la cámara no llegó a captar los movilizó a continuar la charla en otro lugar y luego de despedir al fotógrafo se dirigieron a un coqueto y discreto café de la zona.  Entre copas, anécdotas y chistes, sin las tensiones del trabajo y sin inhibiciones, Lilia coqueteó abiertamente con ambos. Otras veces, Aníbal y Pablo habían compartido mujeres ocasionales, pero esta vez era distinto. Ambos se sentían fuertemente atraídos por  ella, y la joven no disimulaba su entusiasmo. Al cabo de un rato, los tres partieron hacia la casa de campo que poseía la familia de Pablo.
El trío llevó a cabo sus juegos amorosos durante algún tiempo, en un acuerdo tácito que se efectuó aquella tarde en el bar, dando rienda suelta a las pasiones  con la complicidad que las circunstancias inferían en la intimidad de la casa de campo.  Pero la joven periodista al parecer tenía otros planes. Vislumbró que su notoriedad se vería enormemente favorecida con la solvencia y el estatus que el apellido Garre le conferían y poco a poco fue dejando a Aníbal fuera de su juego acercándose cada vez más a Pablo. La ceguera de este y la frustración de su compañero se vieron incrementadas por una manipulación cada vez más egoísta por parte de la joven, llevándolos a una rivalidad sin precedentes al punto tal que,  tanto la relación personal como profesional, otrora inquebrantable los colocó en una situación imposible de remontar, donde nada sería lo que fue. Ambos jóvenes se habían enamorado perdidamente de la misma chica. Ella eligió a uno de ellos, el otro no quería renunciar a su ilusión. Porque eso fue la vida de Aníbal desde que conoció a Pablo: una ilusión. Él lo llevó por senderos que solo jamás hubiera podido transitar, hasta el amor que sentía por esta mujer era ilusorio, sin Pablo  no era nadie y ella jamás se hubiera fijado en él.
Aníbal emprendió la marcha con pasos  largos y resuelto a terminar con la situación,  el agobio se fue apoderando de su cuerpo y en su mente caóticas escenas lo torturaban sin cesar. Se encontraba en la plaza principal de la ciudad natal de Pablo, un lugar hasta ahora desconocido para él, pero donde la familia Garré gozaba de gran prestigio, por eso la eligieron para efectuar  la boda. Lentamente fue aminorando el paso hasta detenerse frente al último banco del parque. A escasos metro se estaban casando quien fuera su mejor amigo y la mujer que amaba y odiaba al mismo tiempo. Se sentó, sacó el arma y una sola bala le bastó para quitarse la vida.

Raquel Mizrahi - Te lo dije







Cuando volví del banco y estaba por entrar a mi casa, sentía que el corazón se me iba a salir del pecho. Hice un esfuerzo sobrehumano para disimularlo y respiré hondo antes de abrir la puerta. Con 35 años de matrimonio sabía lo que me esperaba.
- ¡Juan!, ¿qué te pasa?
-Nada, el tránsito…insoportable.
-¡Uy, estás empapado! Date una ducha antes de comer.

Ocultarle la situación a mi mujer se me hacía difícil, pero quería evitar a toda costa el clásico “te lo dije” que ya empezaba a retumbarme en los oídos.
Y aunque los fideos con boloñesa se veían apetitosos, no llegué a tocarlos, esperando que la fiera atacara de una vez por todas.
- ¿Y?
- Se me cerró el estómago.
- Juan, para que no quieras comer, algo grave te está pasando.
- La calle es un infierno, tengo un golpe de calor, eso es todo-.Trataba de sonar natural, pero ni yo me reconocía la voz.  
Ella siguió comiendo en silencio, pero no se conformó, claro.
-Tenés una sobrecarga de trabajo ¿Jorge no volvió todavía? Ése sí la pasa bien. Pero me parece que hay algo más, te conozco.
-…
-¡Juan!

Al final terminé en la guardia, con la presión por las nubes y la cabeza que casi me estalla.
No le pude ocultar al médico los motivos de mi nerviosismo y Alicia reaccionó como esperaba: “Yo sabía que tu socio no era trigo limpio…”
Por suerte me aplicaron un tranquilizante y no llegué a  escuchar el resto.

Jorge había usado la plata de nuestra cuenta para pagar sus deudas de juego. Era un adicto irrecuperable, pero tenía sus códigos, porque me vino a visitar al sanatorio cuando se enteró. Necesitaba desahogarme y lo puse en su lugar, aunque no sirviera de mucho. Le dije todo lo que tenía para decir, o casi.
Pero a Alicia… no le pude decir nada.